En otro ensayo sobre el Epistolario íntimo… nos hemos referido a la llegada de Alfonso Reyes como embajador a Río de Janeiro. La primera carta que le dirige Alfonso a Isabel y Pedro ofrece detalles de “acomodo” y ubicación en su nueva vivienda y es de fecha 8 de abril de 1930:
“No sólo de Pan de Azúcar vive el hombre, y no esperáis de mí, seguramente, que consagre mi primera carta a describiros lo que conocéis mejor que yo. Esto es, ciertamente, un paraíso terrenal, con todas sus ventajas e inconvenientes. El contraste con la urbanísima Buenos Aires es tan vivo, que comprendo que se desconcierte cualquiera que no sea tan europeo como nosotros, capaces por consecuencia de gustar de tierras coloniales.” (Carta citada, pp. 378-379)
Alfonso Reyes, quien es un narrador de paisajes e impresiones, posee una obra ejemplar en este sentido. Narración, descripción, retrato, etopeya y apólogo se encuentran por necesidad en su obra narrativa y ensayística. El contexto de impresión y espiritualidad es un caracterizador propio de su prosa poética y periodística, toda vez que para AR el detalle de realidad y naturaleza pone en página el valor de lo “decible” en “buenas letras”. Su influencia proveniente de la prosa española y sobre todo de Galdós, Baroja y Azorín y otros es notaria por sus atildamientos estilísticos y sus inclinaciones por los fraseos elípticos y analíticos.
De ahí las pautas narrativas observables en su discurso epistolar:
“Me encontré con un caserón absurdo y dantesco, que me hace suspirar por el palacio de la calle Arroyo. En esta vida, como merece haber dicho Schopenhauer… no todo puede ser mejor, pero todo puede ser peor. Quiero decir, que nunca falta algo que lo que nuestra imaginación concibe. Hacienda vieja de México, cuartotes grandes, desolados, muy buenos para el calor, de techos altísimos. Muebles, todos, trazados en forma de botellas, barcos, pantuflas, liras, arpas, guitarras, pero ninguno en forma de silla o diván. No hay donde sentarse.” (Ibídem.)
¿Cómo describe Reyes la casa?
“La casa es un edificio de dos pisos, en medio de una cosa que por delante es jardín, por los lados se va transformando, y al llegar al fondo es algo todo muladar y selva virgen, confinando con un cerro legítimo (con rocas que gotean agua y todo). Allí se siente como natural, caza lagartijas, deshace los sembrados, come yerba, y bautiza cada palmera. (Porque, Isabel, tenemos muchas palmeras a sus órdenes). (Ibídem.)
La descripción que lleva a cabo AR es puramente literaria y como acto de habla expresivo mezcla géneros e impresiones que el lector (implícito o explícito), capta en su intención. Pues el narrador llega al punto que activa el escenario en sus detalles, pero Isabel y Pedro deben saber exactamente dónde y cómo es o será el espacio de habitabilidad de su amigo, el ahora embajador de México en Río de Janeiro:
“El piso bajo, levemente habitable al frente, da hospitalidad a un Consulado General, donde un General es Cónsul. Un General ventrudo en camisa, afeitado a la cow boy, con corbata deshecha y piquito de la camisa de fuera. Siguiendo nuestra aventurada exploración por las catacumbas del piso bajo, encontramos unas como grutas húmedas donde la servidumbre vive en calidad de prisionera, sin luz ni aire, un galerón para el automóvil, un servicio higiénico para los criados, servicio que no presta ninguno, y menos higiénico, porque los caños naturalmente andan mal. Los criados, a mi llegada, tenían la dulce costumbre de ir llenando la fosa común, sin preocuparse de echar agua, y de tirar los papeles por ahí, a la confianza del aire. El sitio todo entre ciudadano y campestre, comprueba aquella visión del Claudel: ciudad que no ha expulsado al campo. Por la noche, nos despiertan entre los tranvías y los gallos…” (Ibídem. pp. 379-380)
Toda la carta es una descripción continua de aquel espacio que parece creado por el mismo escritor y que forma parte de un relato más largo y dependiente de sus objetos, lugares y elementos mágicos propios de una creación fantástica y poética. Lo narrado aquí parece formar y constituir su valor plástico y arquitectónico. Solo que Reyes percibe aquel escenario desde una perspectiva medularmente sensible y como tocado por entidades maravillosas.
“Pero pasemos al piso alto. En el piso alto hay grandes salones, de buena madera (aquí lo que no sea Jacarandá, se apolilla o se parte), con puertas de firulete y muros pintados con florecitas o forrados de papel neutro. Un inmenso y hermoso corredor, con un lavado de mármol metido en el muro. La oficina, incrustada entre las alcobas, de modo de estorbar lo más posible. Retratos de Presidentes con bandita en la panza y otros primores por el estilo, dan a todo un vago aire de cuartel o casa de Policía. Por la ventana se ven cerros y calles de aire toledano, gallinas, negros, vecinos en cueros, entregados a los dulces hábitos de la intimidad digamos –conyugal. Todo a la distancia conveniente para poder observarlo a gusto y sin demasiado descaro. ¡Un encanto!” (Ibídem. p. 380)
El espectáculo que narra y describe Reyes para ilustrar a Isabel y Pedro sobre el lugar o sitio donde él y Manuela van a vivir de aquí en adelante, es un modelo de decadencia habitacional que se destaca por su marca de poco valor y calidad; detalle de un Brasil selvático y urbano a la vez; fantástico ambiente de novela entre rural o barrial donde la modernidad no parece asomar la cabeza y lo que son las comodidades escasean, aparecen y desaparecen por momento.
Reyes prosigue informándole a sus amigos Pedro e Isabel las rarezas y detalles que ha encontrado en esta ocasión y destaca cierta comodidad (¿?) por la noche que, de seguro le provocará hilaridad a sus amigos:
“Las luces eléctricas no se encienden en cada cuarto, sino que se gobiernan desde dos o tres galerías lejanas y misteriosas, y tiene uno que saberse de memoria la distribución de las diez o doce llaves en fila. Gran comodidad por la noche, levantarse en pijama ya que piensa uno dormir, ir a apagar la luz, y volver dando testerazos entre las sombras, a riesgo de equivocar la puerta y acostarse en una máquina de escribir de la cancillería, en vez de la propia cama.” (Ibíd.)
Ligado a este grupo descriptivo o secuencia panorámica aparece el próximo detalle que también mueve a risa igual que el anterior, por lo chocante y ocurrente:
“Dormimos sobre la paja: los colchones son de paja. Me afeito ante un pedazo de vidrio forrado de papel oscuro, colgado de un clavo. Los clavos son el lujo de las paredes. Los hay cabezones, los hay esbeltos, derechos, torcidos, de acero, de hierro, alcayatas, ganchos, etc.” (Ibíd. loc. cit.)
Lo irónico y lo cómico de la situación son los detalles de costumbres que aparecen en aquel espacio destinado a un diplomático de carrera que, como Reyes, tiene tanto sentido del detalle y del gusto:
“La corriente eléctrica apenas basta para encender los potentes focos que traje de Bs. As. La plancha apenas se entibia en media hora. Los focos son de aquellos de luz amarilla, y para mayor elegancia, había algunos (que ya mandé lavar) pintados con yemas de huevo, de amarillo asesino y anti-retiniano. Todo esto es la casa. Hay sitio, Isabel: hay toda una sala a sus órdenes. Cuando quiera, venga a aumentar la juerga. Le aseguro que esto está divertido y plácido, a pesar de los inconvenientes de comodidades materiales.” (Vid. pp. 380-381)
La gracia particular del Alfonso Reyes narrador rebasa el plano de lo meramente epistolar y pasa a ser lo lúdico, chistoso y humorístico. El “plato” de detalles, ocurrencia y descripciones chocantes o jocosas, absorbe esta carta que es la primera conque Reyes saluda a Pedro y a Isabel, luego de su llegada al Brasil.