Las convicciones de Pedro Henríquez Ureña y las de Alfonso Reyes en el Epistolario íntimo, traducen el ritmo de una cultura cuyas fuerzas, tonos e intensidades de expresión, parten de la contradicción visible y estructural de la sociedad, así como también de los signos que marcan al sujeto. Fuera de las circunstancias propias de ambos protagonistas, lo social se reconoce por sus movimientos ascendentes o descendentes de productividad y pensamiento.
Tanto en España como en los Estados Unidos, México, Francia o en los demás países de la América continental, el sujeto social precisa de niveles considerables de dignidad y respeto. La misma práctica cultural se expresa mediante la suma de sus vivencias y experiencias dejando muchas veces saldos penosos, a veces recuperables, otras veces irrecuperables en el tiempo de lo histórico.
Es importante destacar que el contenido de la historia o las historias narradas y descritas a todo lo largo del Epistolario… hace de sus actores testigos epocales y participativos de las acciones culturales, literarias, éticas y filosóficas. Lo que se deja leer debajo de las estrategias de las mismas cartas. Viajes, aventuras, trabajos literarios, académicos y otras búsquedas construyen la realidad de PHU y AR en travesías tocadas por las circunstancias y registros individuales.
Las cartas escritas a partir del 13 de septiembre de 1920, estando Pedro en Europa, dan cuenta de un viaje que ya llegaba a su fin (Ver, cartas, pp. 177-181). Al llegar a Nueva York, la primera impresión de la ciudad fue horrible (“¡Qué fea la gente! ¡Qué gris la ciudad! Pero en Minnesota es una maravilla que se renueva”, p. 181).
Sin embargo, el encuentro con su tía Ramona (“única hermana de mi madre, con 72 años”) y de su pariente, el escritor e historiador Sócrates Nolasco, quien “vino a curarse en Rochester y Minnesota con los famosos hermanos Mayo”, le hace sentir aprecio, cercanía familiar y calor humano.
Así pues, el 3 de noviembre le escribe a AR las dificultades e inutilidades de dicho mes, luego de su regreso de Europa:
“Llevo aquí más de un mes, que ha sido un mes perdido, entre instalación y enfermedad. No he hecho nada de provecho, y apenas me he divertido ni comunicado con nadie. Ya revivo”.
Sin embargo, hay un elemento que le da sentido familiar a su vida y es la llegada de su tía, única hermana de su madre:
“Mi tía Ramona Ureña, con sus setenta y dos años, emprendió viaje hasta aquí. Al llegar –hacía nueve años que no la veía- la encontré anciana; pero era efecto del viaje por mar: después ha desplegado todas sus fuerzas, y está como una mujer de sesenta años. Se lee todas mis revistas, los libros más nuevos que traje de Europa, como Pour don Carlos de Benoit… y Le cercueil de cristal de Maurice Rostand (libro de páginas, de frases, perfectas, pero viciado por su base)… Lo único que tiene mi tía es que anda muy despacio en la calle: por lo demás, hemos ido a la ópera, a oir a Titta Ruffo en Rigoletto y a Bonci y la Hempel en Traviata, y al primer concierto de la Sinfónica de Minneapolis que se abrió con la Heroica de Beethoven”. (Vid. p. 182)
Problemas familiares, artísticos, de salud y académicos son los principales tópicos tratados en la presente carta por PHU:
“Mi padre, mi tío Federico, y Max están en Nueva York ahora. Vienen a política. Federico y Max piensan ir a la América del Sur en gira de propaganda. El resto de la familia está dividida entre Santiago de Cuba y La Habana. En la Habana está Camila, con la mayor parte de la familia; con ellos está Miss Risk, su amiga de Minnesota.” (Ibídem.)
PHU se refiere a la Campaña política que, como contexto de protesta, se inició con la ocupación de 1916 y que llevaron a cabo su padre y a Max, su hermano, en un viaje por varios países de América y Europa para solicitar ayuda y formar equipos de solidaridad a favor de la República Dominicana. Al fijar residencia en Santiago de Cuba y en La Habana, su padre y sus hermanos, PHU alude a cierta división familiar producto de las circunstancias políticas.
Nuestro autor se refiere también al terreno, al entorno académico que lo rodea en Minneapolis:
“¿Entourage? Creí, al principio, que no habría nada de interesante. Pero no podía faltar: el Department es enorme: 27 contando con la taquígrafa, que naturalmente, estudia en nuestros cursos. El francés y el castellano son tan populares que hay que limitar las inscripciones.” (Ibídem.)
PHU arroja datos sobre un espacio que conoce por motivos obvios. Su trabajo allí como profesor, como maestro y doctorando lo hace conocedor de aquel “entourage” académico:
“Entre los viejos: Olmsted, que se va estereotipando; Searles, de quien se decía que las brujas de Macbeth le habían hablado, pero que ahora dicen que está normal –todo aquello fue visión a cuento-; Mis Phelps, a quien vi en Italia, ha regresado no del todo bien; enseña su Dante; House, el de la Radiana y la Vidriana, siempre pacífico: tiene automóvil, -como Le Compte el de filología y Siriche- que ya son “Assistant Professors” como yo: Barton es laborioso y de cabeza clara; Siriche billante y voluble. El Cifriri del Departamento. ¿Sabes que iba a casarse? Le escribí felicitándolo, y al fin se casó.” (Ver, pp. 182-183)
La carta se va desarrollando con tres párrafos grandes, conformados por bloques de informaciones sobre arte (música, ópera), que constituyen además pareceres críticos y estéticos sobre artistas, orquestas, interpretaciones y versiones musicales donde el canto, la calidad musical y la interpretación artística son objeto de la reflexión de PHU. Su siempre afición a la ópera y la música aparece en estos párrafos que dan cuenta sobre lo que le rodea al llegar de Europa:
“La Orquesta Sinfónica de Minneapolis me resulta cada vez más pesada: pero se oyen las obras clásicas, ya que no las nuevas. De la ópera cuéntale a Enrique que Titta Ruffo no me pareció, ahora, digno de su reputación española, ni como cantante ni como actor; es un barítono como hay… no muchos, pero sí seis o siete (de los que yo he oído: Scotti, Campanari, Gogarza, Amato, Magini, Coletti, Giuseppe de Lucca, para hablar sólo de la escuela italiana: Gogarza, de Costa Rica, o cosa así). Y a algunos los prefiero: por ejemplo, Magini-Coletti en Aída, Scotti, a un De Lucca, que no tiene voz muy poderosa.” (Ibídem.)
Un juicio que surge de su conocimiento musical y del contexto de la interpretación impuesta por términos específicos de comparación, permite que la opinión de PHU “suene” severa, a propósito de algunos intérpretes, y así le cuenta a AR que:
“Titta Ruffo tiene, además, una manía desagradable de mostrar que puede alargar mucho tiempo una nota. En resumen: no me reveló nada. La Gilda fue Marcella Craft, que, si no me equivoco (puede que sí), estrenó la Electra de Strauss en Alemania; de todos modos, ha cantado mucho Strauss en Europa (le he oído muy bien, el final de Salomé). Cuando comenzó a cantar, lo hacía medianamente; creí que se había atrevido con el papel por la costumbre alemán de que un cantante sirva para todo.” (Vid. Ibídem. Loc. cit.)
Lugar de la crítica de arte. Punto de la estética del canto y de la música. PHU se pronuncia en esta carta a partir de los cánones adoptados por la tradición musical y operática ya reconocida como marco y base autorizada por un contexto musical donde artistas, conocedores, productores, periodistas culturales, maestros de música y ópera constituyen una narrativa importante en cuanto a seguimiento artístico y cultural.