El Epistolario íntimo… no es sólo epistolario, sino también historia pública y privada. Los historiadores franceses del arte, la cultura, la sociedad, la tierra, la muerte, los océanos, las costumbres, la gente común y otros temas, escriben la historia de la vida cotidiana, la historia de a tierra, la agricultura, el clima, la edición, los animales… y en fin la llamada historia total.
Pero los epistolarios íntimos cuentan historias a través de las cartas que constituyen muchas veces testimonios como los que leemos en el presente Epistolario íntimo de Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes. Es importante destacar que el horizonte de ambos interlocutores se lee como lección, convicción, fuente, acceso a conocimientos, panorama vital, memoria personal, fuerza de escritura y sobre todo comunicación viva y cultural.
Escribir, en el caso de PHU y AR, es testimoniar, hacer visible un mundo común, atormentado por los demonios contemporáneos y “lo” contemporáneo. Algo que llama la atención y remite a ejes críticos de horizonte, mirada y trayecto vital lo encontramos también en pensadores como Walter Benjamín, ese otro errante de la historia; pero también asistimos a lo escrito por ese crítico, escritor y visionario judío-alemán que enderezó, orientó y justificó, a partir de su ejemplo, un nuevo trayecto sobre la libertad y la dignidad humanas. Así lo pone de relieve en sus Tesis de filosofía de la historia, Angelus Novus, Discursos interrumpidos, Iluminaciones I-II y, Sobre el Programa de una filosofía futura, Sobre el lenguaje en general y el lenguaje de los hombres y Correspondencia G. Scholem-W. Benjamín, y otros escritos
El Epistolario o Correspondencia (1928-1940) de Walter Benjamín y Theodor W. Adorno (Ed. Trotta, Madrid, 1998), aunque producido en otro universo cultural, arroja datos y coincide en puntos comunes con nuestros interlocutores. El mismo se reconoce como un trazado íntimo ligado a problemas filosóficos, institucionales, espirituales, políticos y otros que dan cuenta del mundo de Benjamín y Adorno.
De ahí que el Epistolario íntimo funcione como historia y memoria. Ambos epistolarios se gestan en la misma época, con sus diferencias en cuanto a cronología, envíos y recepción.
Desde París y en fecha 25 de marzo de 1925, Alfonso le responde la carta larga del 26 de febrero de 1925, “interrumpida hasta el 1º. de marzo” por diversos motivos. Como la carta es una radiografía de la crisis de aquel momento, el detalle político resulta significativo; y así, Alfonso Reyes se dedica a contestarla:
“Tu larga carta del 26 del pasado (sic), continuada días después. Conocía en efecto, tu explicativa teoría de los peladistas y decentistas. Pero hay muchas cosas que no entendía en México, por tu ausencia. Tu juicio sobre Pepe me parece lo más exacto, admirable atisbos de cosas que ignora, y mucho odio a la cultura superior (sic). Sentí claramente su necesidad de verse adulado. Su pureza espiritual me pareció ya muy equívoca. No sé si le importa la verdad. Mi generación había claudicado. Caso está muy vano, muy a sus placeres más bien inmediatos, nos da el más desmoralizador de los ejemplos: nos hace ver cómo un hombre que desperdicia todas sus cualidades puede conservarse siendo perfectamente agradable. En rigor, es solo ya un mundano. Un gran mundano, muy pobre”. (Op. cit. Tomo III, p. 278)
Reyes tiene los datos que ha comprobado, sin embargo, después de un conocimiento experiencial de su país. Conoce la psicología del mexicano de clase media. Pero sobre todo la del intelectual mexicano de clase media acomodada o por acomodarse.
“Me acerqué, entonces, a los jóvenes, y les dije: “Deseo que, cuando otra vez vuelva, no tenga que buscar el arrimo de los más jóvenes, porque será la señal de que vosotros también habéis claudicado.” Encontré cualidades positivas, aunque ya ninguno posee aquel fervor nuestro.” (Ibídem.)
Se trata, evidentemente, de un cambio progresivo de mentalidad y comportamiento social. Lo que observa AR es la cambiante vida del México revolucionario y post- revolucionario. Las grandes figuras intelectuales estaban cayendo vencidas por la corrupción, la buena vida y las provocaciones de cargos con sueldos jugosos y ventajas deseadas. A seguidas, piensa en Villaseñor, Cosío Villegas, Pellicer, Monterde, Villaurrutia:
“Eduardo Villaseñor nunca me explicó nada de México. Daniel Cosío Villegas –muchacho raro, de ojos desviados- me dijo muchas cosas mezcladas de incomprensión, que nunca pude entender bien. El chico Francisco Monterde me pareció un muchacho excelente, y de buen término medio. A los demás sólo literalmente los conocí. Carlos Pellicer es encantador, pero no irá lejos: trompeta retórica, coquetería, beauté du diable. Ojalá aprendiera a trabajar. Xavier Villaurrutia es un buen escritor. Es el que sabe más. Tiene aciertos completos. Lástima que no sea del todo simpático.” (Vid. pp. 278-279)
En efecto, AR, quien gran parte de su vida adulta ha estado como representante diplomático de México en el exterior, tiene los datos de sus breves estadías en su país que conoce en su estructura clasista y en sus clases dirigentes tanto políticas como intelectuales.
“Yo sé que hubiera podido aprovechar mi paso por México para hacer algo de labor orientadora entre los jóvenes. Pero dos razones muy amargas me detuvieron: 1º me asustó, me dolió, la altanería ignorante de los muchachos; su grosería, sus ganas de hacer daño (aunque a mí nunca me lo hicieron); 2º yo soy ya, para la opinión política de México, un producto de exportación: un lujo inútil que, ya que se produjo, se puede aprovechar por ahí en el extranjero para tapar la boca a los que hablan de barbarie mexicana; pero no tienes idea de cómo comienzan a gruñir profundos y añejos rencores en cuanto la gente sospecha que yo puedo desear arraigar otra vez en México y difundir algo de mí mismo entre la juventud. Al instante se figuran que trato de que mi Padre sea Presidente… ¡así somos de idiotas!” (Ibídem. Loc. cit.)
En efecto, lo que trata de explicarle a su amigo y orientador PHU es cómo cierta mentalidad piensa su país, y lo que comúnmente construye el mexicano sobre la política de su país y sobre el oficialismo. La división clasista impone sus rigores y determinaciones.
“De modo que comienzo a ver con melancolía que tendré para siempre que cortarme toda esperanza de hacer algo por la educación del país. Tendrán que seguir alimentándose con la charlatanería de Pepe, y aprenderán de él a tener éxito sin saber nada. Peligroso ejemplo para toda nuestra América. Otras veces quisiera ir a México a hacer dinero con mi profesión. Pero no sé si resistiría aquel ambiente, que comienza por serme duro en la calle del Ciprés”. (Ibídem. Loc. cit.)
Reyes está muy preocupado por su situación como funcionario y el dilema de ser intelectual y ministro, representante de su país en el exterior. Quiere independizarse y dedicarse exclusivamente a su obra o a su profesión de manera independiente:
“No sé cómo conquistar mi independencia económica. Además, ya no sé cuál será el mejor país. Yo no me adataría a los pueblos no latinos. España es muy pobre y muy desalentadora. Allí da vergüenza amar (s.n.): tal es el escepticismo ambiente. Italia es muy palabrera y hueca. Y Francia está muy díscola, muy difícil, muy llena de estorbos para la vida. Esto es una verdadera angustia para los simples vecinos que no gozan de privilegios por algún concepto. La economía está trastornada, y el sufrimiento general se asoma a todas las ventanas, y se le siente rodar por las calles. Nos han estropeado lo mejor de la tierra. Lo demás, todo es cuantillán.” (Ibídem.)
Con esta expresión refranera, proverbial e irónica termina AR su explicación de lo que es México como mentalidad, cotidianidad, historia y razón de ser. La respuesta del dato de PHU pide un conocimiento más profundo de las relaciones sociales en un país donde las líneas de conductas sociales presentan detalles que chocan con una visión tejida de contradicciones, desesperanzas y temores. La soledad del mexicano proviene de las indeterminaciones que provocan sus temores y actitudes conservadoras.
AR pasa entonces de una tesitura a otra más conectada con la literatura y con su pasión poética y le pide a PHU autodominio y que pueda leer su poema Ifigenia:
“Te ruego que domines tus hábitos retóricos, y aceptes mi poema Ifigenia como una combinación voulou entre los ritmos y las aproximaciones de ritmo. Acaba, la totalidad del poema, por justificarse: lo espero. Así opinan Canedo, Juan Ramón, toda la Hispanoamérica de Paris – que lo ha recibido con verdadero calor. ¡Al fin y al cabo más al corriente de las nuevas emociones estéticas! Y en México, también Villaurrutia lo ha entendido.” (Ibídem.)
La experiencia de creación poética, sensible y visible en Ifigenia, texto que se debate entre helenismo, hispanismo y sacrificio de liberación legible en su propia cardinal poética, se expresa de la manera siguiente:
“Para los demás, buenos están los literatos allá… No es un poema de acertijos, sino un poema sencillo y rudo. Si tú no logras apreciar las pocas cualidades que tenga, y su emoción hecha símbolo al modo clásico, su afán de huir de la fácil dulzonería y de la música de organillo, entonces me sentiré muy solo en el mundo (s.n.). Por lo demás, desde muy niño me ha irritado que, cuando hago una cosa, la consideran mis amigos con susto o extrañeza. No pasa nada. Siempre podré, al lado de un ensayo algo aventurado, hacer otra cosa que les desagrade menos. No pasa nada. Tiempo y loisir económico me han faltado. De otra suerte, ya lo hubiera intentado todo… Allá te mando la Ifigenia, que me editó Calleja.” (Véase pp. 279-280)
El trabajo poético de AR había sido difundido en algunos círculos hispánicos de Francia, así como de España, donde pudo ser reconocido por algunos amigos del polígrafo, no así por el mundo de los poetas importantes de México.
El contraste y la visión irónica de la Ifigenia de AR, pedía un lector que pudiera entender, intuir o sentir su lengua, asumida desde un ritmo expresivo, acentuado por el registro alegórico y simbólico. La Ifigenia cruel de 1924 de Reyes es un texto poético-teatral como lo es también otro texto poético de 1925 titulado La égloga de los ciegos.