El 24 de julio de 1916 Alfonso Reyes le dirige a Pedro Henríquez Ureña una cara desde Madrid, donde se encuentra ejerciendo el periodismo literario e integrado a una experiencia filológica, crítica y formativa que asume y ejerce en periódicos, revistas y anuarios temáticos de conjunto. La labor de AR proyecta a su vez una práctica de escritura, de consciencia de la literatura percibida como estética y filosofía del escribir y la escritura en tiempo y travesía de creación.
Por su parte, PHU se encuentra en Nueva York, donde a la vez que se integra a los medios de comunicación se ocupa también de promover ideas culturales, políticas y estéticas sobre el hispanismo y las políticas norteamericanas sobre República Dominicana, que ya para 1916 había sido ocupada por el ejército norteamericano y el país sufría los embates y latigazos, de todo tipo, desde Washington y el ejército de ocupación.
Sin embargo, AR mantenía la comunicación escrita mediante cartas, el género carta-ensayo y la carta-historia sustentada en una psicología biográfica de la literatura y de la práctica filológica de la escritura. Estos métodos surgentes de la experiencia literaria, los justificó Reyes en gran parte de su obra posterior.
La estructura ensayística se hace visible en la nota que le dirige AR y PHU y que seguirá el mismo camino de información y desarrollo en la carta del 24 de julio de 1916 que le escribe desde Madrid:
“Pedro: este es Federico de Onís, y no necesito decirte más. Serás su amigo y harás más sólido, si cabe, la amistad que hay entre él y yo. Tú le dirás todo lo que yo no sé decir; y él, a su vez, te dirá cómo me veo en Madrid, desde los ojos de un amigo. Con esto, y lo que él me dijo de ti, procuraremos entre los tres trazar algunas coordenadas psicológicas que nos permiten darnos cuenta del sitio que ocupamos en el universo. Trátalo con toda la ruda sinceridad de que es digno, y ve cómo puedes corresponderme el regalo de este amigo que te hago”. (Ver Epistolario íntimo PHU-AR, Tomo 2, op.cit.pp. 272-273)
Esta presentación del profesor, antólogo, ensayista e hispanista español, implica una relación y un compromiso para los estudios hispanoamericanos en los Estados Unidos, y principalmente para los estudios de lengua española en el contexto de una visión cultural y lingüística en el ámbito de la América Continental. De ahí el contexto de dicha nota y el valor que tiene para PHU.
Más adelante, el 5 de agosto del mismo año, AR le dirige una carta extensa a PHU, en torno a tópicos muy concretos de la vida-cultura española y sobre escritores españoles, latinoamericanos, en torno a ciertas visiones y estrategias que debían tenerse en cuenta en aquel momento:
“La esposa de Diego Rivera va a tener un hijo: a ver si vuelven, con esto, al sentido de la tierra. Nervo, muy vivo, se ha arreglado de manera que ya es Encargado de Negocios de México aquí: yo me alegro. Icaza lo quisiera matar. Un cubano, Atanasio Rivera, está dando el timo d unas falsas memorias de Cervantes, un cubano del siglo XX: ¡Y en EL IMPARCIAL han tragado la bola! Hay gente que ha pedido le suspendan la suscripción sólo por eso. Yo salí ya de dicho periódico al inaugurarse una nueva dirección, después de colaborar en él dos meses, a 150 ptas. por mes. ¿Sabes por qué salí, en el fondo? Pues porque los reporters (entre ellos cuento a Mariano de Cavia, aunque es un inteligentísimo periodista literario, echado a perder por sus gramaticalidades de viejo ga-gá) estaban muy ofendidos de mi desdén: porque nunca fui a hacer tertulia con ellos, por la noche. En ESPAÑA se publicó un artículo estúpido de cierto autor cuyo nombre se me escapa ahora; por causa de él, hubo un choque entre Bilbao, el dueño y Luis Araquistáin, el director. Canedo logró conciliarlos. El resultado es que Araquistáin suelta algunas de sus facultades, y estas las recoge Canedo: por fortuna, porque había ya demasiado socialismo. Yo, muy probablemente, escribiré allí; no sé cómo ni de qué; pero tengo dos invitaciones aisladas: una de Canedo, y otra de Bilbao. Todo depende de que el primero vuelva de sus vacaciones en Cartagena. Se publicará el artículo de Walsh. Este papel en que te escribo es obsequio de la Papelera Española, después de una visita a sus talleres que hice con mi curso de extranjeros: una colección de alemanes que parecen focas. Doy dos clases al día. Acabaré el 27 de agosto y, si los dioses me ayudan, me iré inmediatamente a sumergir al mar cantábrico, porque estoy que rabio de calor y fatiga. Traduzco para Calleja (a través de Juan Ramón Jiménez) Ortodoxia de Chesterton. Preparo para Nelson (Azorín). El Peregrino de Lope. Sigo trabajando con lentitud en el Alarcón de la Lectura. Aún no me contesta Dent sobre el manual: pido un año de plazo y 2,500 ptas: no es mucho.
¡Ya están mis libros conmigo! Al fin se hizo: Dios sabe lo que me cuesta. Pero mis libros ya están aquí. Me invaden la casa y no respiro por falta de aire y exceso de felicidad. Al instante escribí a Foulché diciéndole que nadie más que yo le haría el estudio sobre Literatura Mexicana. Creo que era cuestión de honor, ¿verdad?
Ya está saldada en México tu cuenta con Porrúa: acabo de recibir carta de Mamá diciéndomelo así, y te enviaré el recibo que ella me ofrece para pronto. No hay como dirigirse a las personas activas. Martín me escribió de la Habana, en pleno placer aventurero; se sentía como aquel a quien le han llenado de flores el camino. No necesito decirte que su carta respira agradecimiento para ti, que eres quien le preparó su buena acogida (déjame escribir disparatadamente: tengo mucho que hacer, y acabo de comer apenas; no sé lo que “me” hago). ¿Cuáles te parecen alusiones ininteligibles en mi carta sobre los academiciens?.
No sé si recordarás que desde París estoy buscando la famosa traducción de la “Atala” del P. Mier. Aquí, pues me lo indicas, seguiré. Mi nota sobre Alarcón no se ve adónde va porque no va a ninguna parte: estos absurdos literarios, como tú mismo convienes, son permitidos en esta clase de breves apuntes de leve y amena qué se yo qué más erudición, como dirá el tal don Efe Rodríguez Marín. La elipsis de artículo y aparente solecismo que de ello resulta es perfectamente legítimo; bien lo sabes, pero siempre has querido que se escriba con lógica: grave error. Pereyra ha hablado a Rufino de mí, no sé cómo ni qué, pero me ha hecho de él un casi enemigo. Por fortuna yo lo elogié por ahí muchísimo y, como la cosa llegara a mis oídos, me escribió en términos conciliatorios, que yo contesté con breve dignidad. No les tengo miedo a los matones. Ni a la muerte, a decir verdad. Desde que dejé mi casa de Monterrey, no le tengo gran miedo a eso.
Juan Ramón, que se expresa muy bien de ti, no te ha entendido bien, y ha sido capaz de creer que eras bohemio y perezoso; y asegura que Huntington dice que no quiere trabajar. Ya ves. –De Salomón de la Selva me ha dicho lo mismo que te dijo a ti. Aquí todo el mundo le avisa a uno a tiempo que no confíe en ciertas personas: entre ellas está Juan Ramón, lo mismo que Pérez de Ayala. Este es para mí simpático y hasta familiar. Creo que tiene verdadera admiración por el talento literario y, aunque es pedante al escribir, no lo es en la vida, como, por ejemplo, el inaguantable (y para mi queridísimo) Pepe Ortega. Las novelas de Pérez de Ayala tienen clave, y todos salen a danzar en ellas, incluso su padre, una novia abandonada, sus amigos etc. En Troteras y Danzaderas cuenta cómo Villaespesa le robó a Pepe Ortega 520 duros del gabán: hecho cierto y verdadero. Lo curioso es que Pepe no lo sabía y averiguó quién era el ladrón al leer la novela de Pérez de Ayala. Yo voy a escribir todo esto en mis memorias. Aquí lo de Darío en México ha tenido todo el éxito que merece. Ojalá que no te disguste a ti. Ortega viaja ahora por la Argentina: Argentina, Argentina?
Por qué no quieres leer, mejor que Kiel y Tánger, El porvenir de la Inteligencia? Puedes creer tú mismo que yo me equivoqué a tal punto?.
Tú carta es completamente consoladora para mí, y aunque sé que debo exigirte constantemente ese género de declaraciones, puedes creer que, en el momento en que me vinieron, me hacían falta y me han hecho bien. ¡Ja Ja! ¿Qué a quien di nota de una carta tuya sobre la importancia de la novela en la literatura etc.? A mí mismo; dile a quien te informó, que ese señor A. Reyes, cuyo articulejo leyó en la “Cultura Hispano-Americana”, no es más que el ya célebre y conocido Alfonso Reyes que, cuando lo ha hecho mal o de mala gana, prefiere disimular un poco su nombre: esas paginitas me importan una veinticinco pesetas, no desdeñables, cada mes. Ahora, a través del grande, del admirable, del fuerte y ecuánime Urbina – verdadero soñador en el mejor sentido; hombre a quien le bastan sus sueño y no necesita uno solo de los halagos de la vida; verdadero varón, verdadero poeta y corazón de oro… no acabaría yo de cantar sus glorias: no es magnetismo de un momento, no; a penas lo veo bien; a través de Urbina, he empezado a escribir para la Nación de Márquez Sterling, Habana. ¡Ah! Aunque nada me dices de mis odas en prosa, sé por Martín que él las recibió en la Habana y pensó darlas ahí algún periódico, aunque creo que al fin las envió en La Habana y pensó darlas ahí a algún periódico, aunque creo que al fin las envió a Torri, a La Nave. Si puedes, escríbele a éste diciéndole que me escriban un poco y no me envíen todo a través de terceros. No está bien que molesten a los demás: yo no creo, realmente, que les pase nada si me pones unas letras. Que me envíen con regularidad su revista; sólo he recibido el primer número. Yo puedo enviarle muchas cosas curiosas, y muchas cosas poéticas. Si, son ya intolerables mis Electras: yo también me horrorizo cuando intento releerlas: parece mentira que haya yo podido escribir tan mal. No creo que te engañes: mis esfuerzos por ser claro (sin dejar de ser, como conviene a la verdadera heroicidad del pensamiento, misterioso siempre) me han llevado a veces a algo que tu, en estas últimas cartas, sueles calificar de “momentáneas vulgaridades de expresión”. A caso no has percibido que hay cierto ensayo consciente y estético en ello: de tiempo en tiempo, me gusta soltar el papel y dejar que las palabras salgan directamente de la boca… Ya me prevengo contra el amaneramiento telegráfico: yo te hago caso siempre, dímelo todo, todo. Solo tu lo sabes y lo quieres decir en el mundo.
Escribo con tanto desorden mis cartas, por el miedo de que se me quede algo, que de seguro tengo que ponerle alcances a esta. Creo, no lo sé bien, que me decidiré a enviarte una nota de consulta de traducción de inglés de Chesterton, y también una cosa que se llama 1519. Tú la verás, corregirás, apreciarás y me dirás si la publico aquí, o en Nueva York o en Finlandia.
Es uno de una resistencia increíble: ya estoy engordando otra vez. Y, a propósito, ¿cómo tuvo Martín corazón para dejarme tan flaco? Nunca soñó, a bordo de su barco, que yo me podía estar muriendo?
¿Sabes algo de Vasconcelos?
No dejes de escribir tu historia de la prosa castellana, desde el punto de vista literario, estético, que dices. No dejes de hacerlo. Pedro: los dos hemos dejado pasar un poco el tiempo. Publiquemos mucho, por favor.
García Monge me envía toda la colección Ariel. En Chile hay un literato inteligentísimo: Barrios (Eduardo) que me envía sus libros. Recibí, inesperadamente, la revista de Ingenieros.
Cierta persona me dice que te encontró bello. ¿Es verdad? Cómo Martín, tan sensible siempre a las cosas pecadoras, no me lo ha dicho? Es imperdonable. Onís está en Salamanca. Hay un hombre allí; creo que tú sabrás descubrirlo. Aquí todos tan buenos, tan buenos.
Voy a hacer muchas cosas. Vas a tener que leer muchos manuscritos míos, y acaso, acaso vas a tener que corregir algunas pruebas mías, si te parece elegante la idea de publicar algo en N. York, en breves y preciosos volúmenes. Yo veré a quién robo para tener dinero. Si quieres hacerme un servicio muy grande, escríbele a Juan Ramón diciéndole que me exija libro, que tú sabes bien que yo tengo material en casa bastante, aunque por mi “modestia” absurda lo niegue. Te parecerá absurdo esto, pero hazlo: no te puedo explicar el lío de conversaciones e inteligencias indirectas que hacen que esta estrategia me resulte conveniente, porque ni vale la pena y sería muy largo. Bástete que es un negocio enteramente honrado, a pesar de su apariencia complicada y mexicana.
Ya sabes que no tengo tiempo de releer mi carta. Suple y corrige. Adivina, cuando sea menester.
El último servicio: ¿te sería difícil o muy costoso (yo te lo pagaría a vuelta de correo) enviarme… no, no me envíes nada: te iba a pedir uno o dos archiveros de esos “file” famosos para cartas; se han llenado los tres que tengo y no hallo del mismo sistema en Madrid; pero no importa. No envíes nada, porque quién sabe qué molestias implique. Aquí hay un genio manual que me hará unas imitaciones aceptables.
Y adiós. Me voy a arreglar, que Solalinde (Antonio G.) no tarda en bajar de su cuarto piso y pasar por mí para irnos al Centro. Hoy tengo que corregir unos 12 temas de mis discípulos, y hacer mil cosas enojosas.
Dile a Martín, en tanto le escribo, que Fabela se llevó consigo a Freymann a la Legación Mexico-Bonaerense. Saludos a la familia de éste, y que te resulte leve todo lo que encargo y pido en los anexos”. (Carta de Alfonso Reyes a Pedro Henríquez Ureña, enviada desde Madrid el 5 de agosto de 1916; en Epistolario íntimo PHU-AR, Tomo2, op.cit.pp. 273-278).