El tercer tomo del Epistolario íntimo de Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, comprende, como el anterior Tomo II las cartas que producen, se envían y reciben ambos amigos en un ritmo de tiempo un tanto asimétrico, si se tiene en cuenta el orden creciente de acontecimientos y los hechos que se traducen como experiencia intelectual, académica, política y literaria, entre otras.

Como ya hemos visto, el Epistolario íntimo es un espacio nutricio, proteico, marcado por la actividad de dos intelectuales con criterios comunes de conocimiento y memoria.  Pero el Epistolario íntimo (Tomo III, 1983), revela inquietudes sentimentales, literarias, filosóficas y políticas de los escritores que se enmarcan en criterios especiales, para aportar, reforzar e instalarse en un núcleo del pensar y reconstituir la historia cultural y literaria de la América hispánica y continental.

La carta que le envía PHU a AR fechada el 20 de septiembre de 1916 escrita en Minneapolis, da cuenta de la crisis política y económica dominicana:

“Acabo de escribir y echar al correo un duro artículo contra la política de Wilson en Santo Domingo.  En castellano. Son las 12 de la noche, y tengo la mano cansada; pero la cabeza quiere continuar, y puede más.” (Vid. Op. cit. p.5, Tomo III)

Luego de este primer párrafo lo que refiere PHU son las incidencias de un viaje que comprende diversas impresiones estéticas, artísticas, urbanas, universitarias y sobre todo, de un ambiente académico y regional.  En el cuarto párrafo se destaca la impresión del Museo de Chicago que describe PHU, refiriéndose a diversos aspectos concernientes a artistas y tendencias artísticas, así como a su impresión del museo:

“El Museo de Chicago es bueno: salas francesas (Corot, Harpignies, Troyon, Rousseau, en fin, todo el 1870: Antes, D’elacroix; luego Manet, Monet, Renoir, el indudable precursor de Cézanne, y superior a él *(aparente al menos); Puvis de Chavanne; Le Sidamer, Pointillisme multicolor; el belga Stevens, que a muchas gentes gusta tanto, pero que yo todavía no aprendo a entresacar de junto a otras cosas, entre ellos algunos españoles más o menos difundidos por París, como Díaz, con su paisaje que parece un Monticelli; Domingo, el maestro del dominicano Grullón (que hubiera pintado mejor que él si no abandona la pintura por la medicina); tiene mucho talento para pintar: hay una sala de paisajes de George Innes, 1870, que desciende de los paisajistas de Holanda, como Rusdael (Salomón) y de Inglaterra; una sala de acuarelas de Winslow Homer, el hombre que supo pintar el mar de las Antillas; y muchos muy modernos, como Davies (Arthur B.) George Bellows,  y otros.

Como ya hemos destacado en otros ensayos, PHU fue un apasionado estudioso de las artes visuales y de la estética plástica, musical y teatral.  En algunos momentos del Epistolario íntimo y del Epistolario de la Familia Henríquez Ureña (1994), nuestro autor da cuenta de su afición por museo,  obras de arte y artistas.

Es por eso que, en el párrafo citado (pp. 6-7), le comenta a su amigo Alfonso Reyes sobre el Museo de Chicago y su importancia artística:

“Hay una sala de aguafuertes del sueco Anders Zorn (qué curioso realismo el de sus mujeres desnudas!); otra de Whistler, y otra de Joseph Pennell, el aguafuertista de ciudades.  Salas de pintores ingleses, -fines XVIII y hasta 1850, el inevitable Turner, – y también modernos, que pintan mal, excepto el lujoso Branjwayn. Y allí está la Beata Beatriz de Dante Gabriel Rossetti: en verde mar y en rojo de Botticelli, pero todo mate.  Hay algo español: dos Riberas, varios Goyas, y un gran Greco que te envié.  Buen lote de primitivos italianos; casi todos anónimos, pero casi todos agradables; hay varios Peruginos, y dos excelentes copias de los frescos Tornabuoni de Botticelli. Buenos flamencos (Rembrandt, Maes, y casi todos los importantes. Muchas copias de esculturas. Y luego salas de todo: marfiles, porcelanas, armaduras, casullas, relojes, qué sé yo.  En Nueva York marea ya la multiplicidad de objetos; en Chicago aun podría tolerarse. Pero en el Museo no es Chicago…”

En efecto, toda la descripción del museo empalma con la impresión del ambiente, la gente y las mujeres de Chicago y otros detalles:

“…La ciudad, en todos sus defectos, me agradó por la gente? Toda la gente me la hallé bien parecida.  En Nueva York hay muchas mujeres hermosas; pero, mirando bien ¡hay también tantas feas, y estropeadas! Estas mujeres de Chicago, que viven en una ciudad peor afamada que New York, se conservan mejor; tal vez porque viven en los suburbios; tal vez no se vive, como en Nueva York, tantas horas en los negocios, ni tan cerca de los negocios, o tantas horas en tren.”  (Ibídem. p. 7)

La travesía del viaje se convierte en impresión cultural y social.  La visión comparativa de las ciudades, ríos, paisajes, soles, negocios, casas campestres, masas de vapor, edificios y otras imágenes, hacen de esta carta una conjunción de impresiones, mundos humanos y sociales.

En efecto, se hace observable en esta carta y en otras, un estilo de comunicación que va de la impresión a la información, de la percepción a la experiencia y al pensamiento, pero también del flujo emocional al equilibrio apolínico.  La misma sintaxis epistolar asegura el objeto como conocimiento de mundo.

“No me has vuelto a hablar de mi ida a Madrid; ¿O querían contrato por tres mees, vía de ensayo, por el verano próximo? Yo volveré en otoño a Minnesota.  ¿No parece un plan? De todos modos debo ir a España entonces. Encargo: ¿Llevas a Juan R. los Estudios griegos? ¿Viste a Benavente? ¿Las bibliografías de Marcos Oliva?

Lo que revela este tipo de ilocución epistolar es un uso cultural y redaccional con objetivos de conocimiento y detalle de situación intelectual.  La misma obsesión por el museo y la academia se percibe en la carta que le dirige a AR de fecha 25 de septiembre de 1916, desde Minneapolis, y donde le describe  a su amigo su impresión académica:

“Llegué, tal vez demasiado temprano, y llevo ocho días preparándome para las clases, que comenzarán pasado mañana. No había casi nadie:  Mr. Olmsted, en su casa; aquí, en las oficinas universitarias, el erudito, amable, musical Mr. Secrles; el recién casado Barton; y el invariablemente fiel y bondadoso Coburn.  Hoy en la mañana han llegado los demás en masa: los de español y francés; Sirich, delgado y nervioso; Plummer, grueso y calvo, Borniana, semilatino de aspecto; Atwood, muy joven, muy alto; y finalmente Morin, el poeta franco-canadiense, a quien aún no veo.  A todos les oigo en el salón vecino, armando un ruido de mil demonios.” (Vid. p. 9)

PHU utiliza y repite la descripción como forma estilística recurrente en su escritura-escribir.  Como ya hemos referido, la imagen, idea y gusto por museo está presente en sus cartas, ensayos, tratados y pasiones artísticas:

“En Minneapolis existe un museo grande, novísimo: tienen buenas copias escultóricas, y cuadros modernos, entre ellos un buen Burne-Jones y la inevitable serie francesa de 1870. Un Sorolla realmente agradable (sabías que el pintor no me gusta mucho).  Pero lo más notable es la exposición de arte sueco:  escultura pequeña, a veces muy ingeniosa, y muchos cuadros. Hay un Zorn, el pintor Zueco más conocido; pero además, y tal vez por encima, los cuadros de nieve de Fjoestas, unos con fantásticos efectos de luz, otros (o de esos mismos) con sugestión japonesa.” (Véase pp. 9-10)

La visión del museo nace del gusto y el contexto estético de la experiencia creadora.  Continúa como necesidad de escritura e impresión su relato estético-sensible: “Los cuadros y acuarelas de John Baner son también admirables: abundan mujercitas con inmensas cabelleras rubias sobre fondo negro, y ogros, y pájaros.  Montenegro muy perfeccionado y original.  Cosas fuertes, algo divisionistas, en retrato, de Gabriel Strandberg Tunerman: tiene cosas a lo Picasso, pero más ricos de color: un hombre con cuerno, a lo Greco.  Agradables marinas con montaña, de Anna Boberb. Mucho interesante, en fin; pintan mejor que los ingleses, P. ej., tienen influencia francesa.” (Ibídem.  loc. cit.)

En la misma tesitura, Reyes le responde a PHU para describir el contexto español y sus amistades.  Dos cartas que son como apuntes de un Diario, pero toca aspectos relativos al gusto y la experiencia literarios. Cuando Reyes le escribe a Henríquez Ureña el 10 de diciembre, ya la República Dominicana se encontraba ocupada, invadida por el ejército estadounidense, por una decisión gubernamental.  Pero PHU no tocó el tema, por lo menos en las cartas de fecha 25 de noviembre de 1916; 10 de enero de 1917, e de febrero, ni 8 de agosto de 1917.

Las estrategias del  Epistolario… utilizadas por ambos escritores se hacen visibles debido a los  saltos y vacíos temporales. El ritmo acelera o disminuye, dependiendo de los encargos, necesidades, advertencias y puntos casi siempre de tipo bibliográfico, académico o propiamente literario.