“¡Qué buen día me has dado con tu carta! Aunque es verdad que en ella me cuentas de penas de salud y crisis, no puedo negarte que siento cierta satisfacción egoísta al saber que allá también ha habido desconcierto. Yo nunca me he sentido tan sentimental como ahora. Me doy cuenta plenamente de que ya la vida es para mí una cosa más seria que las palabras. Nunca antes lo había sentido. Creo que por primera vez voy a ser humano, demasiado humano. Te reirás al darte cuenta de que yo me empeño en relacionar tus males con mi viaje, pero ¿qué te cuesta darme este gusto y dejarme que yo crea lo que quiera?” (Carta de Alfonso Reyes a Pedro Henríquez Ureña desde Río de Janeiro, el 23 de abril de 1930, p. 385)
La condición solitaria precipita un sentimiento estético extendido como fenómeno integrador del mundo sensible, interno y externo, pues lo que el sujeto de la historia necesita es alcanzar libertades de existencia, creación y sobre todo de imaginación. Sueño, ensoñación y vuelo inciden en su trayecto humano, creador y como suma de todas las visiones que humanizan el producto a partir del cual se expresa el cuerpo que hace visible su expresión y forma.
Así, la mano, el ojo y el sentido mismo de la existencia alcanza sus metas en el recorrido vital demostrativo de lo que se vive y se “es” como condición de la creación y lo creado. En Nietzsche, Schopenhauer, KIages, Unamuno, Scheller, Chestov, Grenier, Claudel, filósofos y escritores del sentimiento humano, han reconocido el escribir y la escritura como formas de incidir en lo social y sus vertientes.
Reyes se inclina por el pensamiento del decir y el sentir a partir de la voluntad de ser y existir desde lo humano. Así lo revela desde la alegría, la soledad o el asombro. Es por eso que las ocurrencias de su instalación en la nueva vivienda de Río de Janeiro, no deja de explicar o describir y narrar aquello que sucede como negatividad y caso:
“Ayer me sucedió otra cosas que, en el fondo, es igual: examiné cuidadosamente unos armarios para mis libros, los aprobé y los pagué, y solo hace unos minutos acabo de mandar llamar al carpintero para obligarlo a acabar el trabajo, porque sencillamente faltaba pintar la mayor parte. Por fortuna esta gente es mansa y, aunque uno quiera no puede indignarse ni reñir: son todos de una docilidad asiática. Esta no resistencia al mal me desarma completamente.” (Ibídem. pp. 385-386)
Siguiendo el rutario de sus impresiones en Río de Janeiro, AR le cuenta a PHU lo que ha podido ver hasta ahora en cuanto a espectáculo:
“Fui a ver una Revista al teatro Casino. Hay cierta gracia buena, cierto aire francés, y menos alarde “canalla” que en las revistas de allá (En este orden, había una en el Astral donde aparecía algo brutal que no he visto nunca en el teatro). Pero lo mejor del espectáculo fue el murciélago. ¿Cuál? Uno que entró por una de las altas ventanas y anduvo volando por la platea, sobre las cabezas de las señoras espantadas! Después volvió a salirse como entró. Al volver a casa, ya en la alcoba, ya en la oscuridad, ya en la cama, ¡otra sorpresa! Una lucecita que se enciende y se apaga como una chispa, en lo alto del muro de enfrente. ¿Será un corto circuito? No: es una luciérnaga que se ha metido en la alcoba. ¡Qué le aproveche! Y me voy al mundo del sueño con estas dos dulces impresiones”. (Ibídem.)
AR le narra también la llegada de Ronald Carvalho que “…andaba por Caxambú, acompañando al Ministro Octavio Mangabeira.” Con cierta actitud de lejanía y frialdad, Reyes observa, además la frialdad de Carvalho ante él. Según se refiere en el llamado a pie de página, el escritor brasileño estaba ausente porque acompañaba al Ministro Mangabeira y el escritor trabajaba entonces en el Ministerio de Relaciones Exteriores. En esta ocasión, se queja Alfonso por la falta de atenciones con él luego de su regreso de Caxambú:
“Eché de menos alguna palabra suya. Llegaron ya ambos. Nada. Herrera de Huerta tiene mis resquemores, pero yo no le hago caso: enfermedades de viejo diplomático. Él y su familia encuentran aquí todo malo. ¿El cielo? Es muy bello, sí, pero está envenenado. ¿El agua del mar? ¡Figúrate que es muy salada! ¿Las Montañas? No sirven: son de piedra, y se cansa uno mucho al subirlas, y si cae, se lastima.” (Ibídem.)
En efecto, Reyes le hace saber a Pedro y a Isabel que está en observación con estos diplomáticos “quejosos” y distantes.
“¿Carvalho? Un enemigo de México, decidido. ¿No ves que en su conferencia (que te mando por correo, más bien como prueba editorial: hay elementos aquí) no dice ni una palabra de Calles ni de Ortiz Rubio. (Como si no supiéramos que eran los días del pleito religioso, y que él es empleado del Ministerio). Ello es que yo manifesté aquí, en la oficina, deseos de leer esa conferencia, y al otro día se presentó el joven Augusto de Gregorio, del mismo Ministerio, uno de los muchachos que fueron a México a la toma de posesión de Ortiz Rubio, y me trajo un enorme paquete de este folleto. Pero ni uno dedicado a mí.” (Ibídem. Loc. cit.)
No deja de expresarle Reyes a PHU cierta preocupación en este sentido: “Yo aún no existo oficialmente: no llegan mis cartas. Sí, publicaré en Monterrey. Espero tus notas sobre la antología de elogios a América. Y tus notas sobre el teatro de América. No me olvides…” (Ibíd.)
A los siete días de esta carta, llega otra de AR bajo el efecto de las mismas impresiones donde el escritor y diplomático sigue descubriendo más cosas:
“Se va abril y comienza mayo. Pasan los días y nos vamos acostumbrando. Pero a la ausencia de Uds. no podremos ya a acostumbrarnos. He comenzado a trabajar: lleno mi pluma-fuente dos veces al día. Esto me ayuda a vivir. Hay que hacerse a la soledad: creo que ese es aquí el secreto. La soledad va bien con la música, y de música no podemos quejarnos. Muéstrele a Pedro ese anuncio tan tropical de los próximos conciertos de Brailowsky, que se va a reír mucho. Además, a pocos pasos de la casa, tenemos un especie de club o dancing de negritos de la vecindad, que adornan sus balcones, con flores de papel y muñecas de cera, y todas las noches, o casi, bailan largamente y tenazmente al gañido de cornetas y al redoble de tamborcitos. ¡Un encanto!” (Ver Carta de AR a Isabel y a Pedro, de fecha 30 de abril de 1930, Río de Janeiro, p. 387).
Ciertamente, el paisaje brasileño es atractivo para Reyes, y eso lo motiva a informar a sus amigos sobre eventos graciosos o costumbres para él extraños. Y así le sigue contando a Isabel y a Pedro que:
“Además, nuestros vecinos de un lado tienen gramófono con discos “serios” y quedan lo bastante lejos para que el sonido acompañe sin fatigar. Además, nuestros vecinos del otro lado, tienen una muchacha medio tontita que todo el día tararea alegremente sones indefinidos, “la canción del lala lala,” como se dice, creo, en el Guzmán de Alfarache, en el cuento de Ozmín y Daraja. Y, en esa misma casa (y esto es lo mejor), hay un jardinero portugués con cara de asesino que debe de ser un hombre excelente, y que tiene como ayudante a un negrito de carbón con ojos de brasa y dientes de azúcar.” (Ver pp. 387-388)
Le sigue contando Reyes a Isabel y a Pedro su colección de nuevos eventos en un encuadre presentado entre picaresca, melancolía y asombro:
“En la alta noche, ya casi de madrugada, cuando ni siquiera corren tranvías ni se oye un ruido, estos dos hombres melancólicos se ponen a tocar algo como flauta y violín bajo las estrellas, y la emoción, mezclada, esas horas, con los vapores del sueño (porque la música entra por mi ventana abierta y viene, de puntillas, hasta mi cama, a despertarme) me pone realmente en estado místico, me envuelve en fantasía y en vaga esperanza de felicidad.” (Ibídem.)
Así las cosas, el espíritu melancólico, la saudade, el dor, la pena penita y otros sentimientos profundos en soledad, conforman el ambiente moral y espiritual del escritor, que también participa de manera pasiva o activa de estos momentos estimados por la escritura y la reflexión sobre lo “humano, demasiado humano”.
La música étnica del Brasil a la que se refería Gilberto Freyre en sus escritos etnomusicales, afrocriollos y en Casa Grande y Senzala, evocan la singularidad afrobrasileña a la que se refiere Reyes en estas cartas e impresiones.