El número de casos reportados este fin de semana es suficiente para declarar la pregunta como retórica. Unos catorce perritos fueron llevados por sus dueños a clínicas veterinarias con claros síntomas de envenenamiento.  Todos habían sido sacados a tomar aire fresco y, como siempre, hacer lo que les manda la naturaleza: rociar las plantas con una pata en el aire y pujar para depositar en las aceras desechos sólidos bloqueaban sus entrañas.

Para aquellos que no sobrevivan el tratamiento, será muy sencillo volver sobre su último recorrido.  Sus heces estarán en el mismo lugar las expulsaron. La costumbre criolla es no recogerlas. Contamos con que lo haga alguien de la casa o el apartamento más cercano. las mande a recoger el alcalde emprendedor o se vayan en la suela de los zapatos de algún cristiano desprevenido que se dará cuenta por el olor cuando aborde un carro público, el vagón del Metro o llegue a su lugar de trabajo.

En la ira de algún afectado por esta barbarie de no recoger lo que dejan las mascotas, se podrá encontrar la razón de esta otra barbarie de intentar envenenar los perros que culpa no tienen.  Es a sus amos que les toca hacer lo que es obligatorio y sancionado con efectividad en países civilizados.  Son ellos quienes no han hecho caso a los avisos que los invitan a cumplir una norma elemental de convivencia comunitaria. 

Por ejemplo, el Colegio San Judas Tadeo, en Naco, inició una campaña mancillando todas las matas de palma con este recordatorio absurdo, que ahora aparece en la mayoría de las calles del sector.  Los anuncios están en letras y con símbolos muy claros de que la intención es no dejar la caca del perro in situ, no la de ofertar un apartamento en alquiler.  Lo mismo ocurre en otros residenciales del Polígono Central donde tampoco la campaña ha tenido éxito y son muy pocos los que salen preparados para no dejar sucia la calzada.

Esta es una tragedia ambiental y cultural que no se la podemos achacar a los haitianos.  Es salvajada de factura de nuestros ricos y clase media, con altos niveles de escolaridad y viajeros frecuentes a latitudes donde eso es impensable.  Es probable que les importe un bledo las aceras en sectores donde se reciben servicios precarios de recogida de basura, asfaltado de calles, organización vial y seguridad.

El Polígono Central es un área de intenso acoso por parte de vendedores impertinentes, inmigrantes ilegales, delincuentes, mendigos, choferes carros públicos, puestos de frutas, pescaderías, bandas juveniles disfrazadas de limpiabotas, taxistas sinvergüenzas, “food trucks” y todo el que anda buscando un peso en el caos de la zona.  Sin embargo, esto no es excusa para agravar el problema empañetando las aceras con excrementos de perros.  Esto debilita cualquier demanda se quiera hacer a las autoridades municipales y puede desatar demonios como este intento de envenenar mascotas, en principio con dosis no letales, para enviar un mensaje a sus amos y cuidadores.