Los dominicanos somos fogosos; para unos esto es una cualidad, para otros es un defecto. Independientemente de la valoración que se le pretenda dar a esta característica, el apasionarnos es parte de nuestra identidad cultural. Esto es fácilmente verificable por cualquier extranjero que toca nuestras tierras por vez primera. Al interactuar con uno de nuestros compatriotas notan enseguida esa emotividad. En sentido general, llevamos nuestras emociones en las mangas y conjuntamente con ellas nuestras preferencias.
Esta particular característica muchas veces no respeta fronteras, y nos lleva a romper protocolo y ética invariablemente. Las primeras muchas veces no pasan de un momento bochornoso, pero las segundas trascienden a efectos sociales nocivos.
Siempre he creído que la politización de la sociedad dominicana, además de obedecer a las necesidades económicas que afecta a nuestro país desde sus inicios, a la ausencia de oportunidades para la movilización social positiva, al fomento del paternalismo a través del clientelismo, a la conciencia social de muchos y a la vocación de servicio de otros, obedece también a la referida característica de apasionamiento de nuestro pueblo. Por eso, muchas veces los procesos políticos dominicanos, principalmente los electorales, dan muestras de radicalizaciones inexplicables en donde razonamientos y comprobaciones no tienen cabida.
Ahora bien, cuando se tiene la responsabilidad de comunicar a la población procesos y hechos económicos, sociales, políticos, o de cualquier índole, se tiene al mismo tiempo la obligación de entregar dichos datos de manera objetiva. Las opiniones de los comunicadores deben ser identificadas como tal y no vertidas como parte de la información brindada. Por eso, se hace necesario ratificar la separación entre lo que es noticia y lo que es entretenimiento.
Ciertamente, los comunicadores tienen la responsabilidad de no traspasar esa barrera ética y de no mezclar las opiniones con las informaciones, alejándose del apasionamiento político y económico. También es deber de los que recibimos las noticias de verlas críticamente; distinguir entre la información y el entretenimiento. Ante el predominio del entretenimiento noticioso, es una visión crítica lo que nos permitirá discernir entre intereses enmascarados y los hechos verdaderos. Identificando así la diferencia entre lo que quisieran que pensáramos de lo que en realidad pensamos.