En su celebrada pieza teatral Dominicanish, Josefina Báez aborda el tema de la experiencia del tránsito entre Santo Domingo y Nueva York, en particular la precaria situación del inmigrante atrapado entre espacios culturales distintos. La obra de Báez sugiere la existencia de múltiples conexiones entre el allá idealizado de la tierra nativa y el aquí real del territorio huésped. De estas conexiones se ocupa Jesse Hoffnung-Garskof en A Tale of Two Cities. Santo Domingo and New York After 1950 (Princeton University Press, 2008), brillante análisis de la historia moderna de los barrios de Cristo Rey en la capital dominicana y Washington Heights en el extremo norte de Manhattan. El libro es una rareza. Una prosa ágil, exenta de tecnicismos, hace de su lectura una experiencia no sólo enriquecedora sino sorprendentemente entretenida. Alcanza por igual a académicos y al público no especializado.
Hoffnung-Garskof se interesa por la “historia transnacional” de los barrios Cristo Rey y Washington Heights. Con esto se refiere, entre otras cosas, al accidentado desarrollo de las dos comunidades en tanto zonas conformadas por sujetos desplazados, a saber: campesinos del interior del país, en el caso del Cristo Rey de los años 50, e inmigrantes dominicanos forzados al exilio sobre todo en la década del 70, en lo tocante a Washington Heights. Su fuente principal son las “historias de barrio”, es decir, los testimonios orales de dominicanos y dominicanas que vivieron en carne propia las transformaciones de sus respectivas comunidades a lo largo de cuatro décadas. Por ejemplo, al rememorar el surgimiento de lo que luego se llamaría Cristo Rey, “don Marcelino” explica que a principios de los años 60 “sólo había trece familias; no había barrio, todo lo que había era monte. Trabajábamos juntos en la agricultura y en la cría de ganado”. Don Marcelino alude aquí a los orígenes del barrio en terrenos donde Trujillo tenía ubicados sus establos. A partir del ajusticiamiento del tirano en 1961, y como consecuencia de la debacle de la economía agrícola a causa del cultivo monopolístico del azúcar, el éxodo de campesinos a esa zona periférica de la capital dominicana llegó a tal punto que incluso surgieron nuevos asentamientos ilegales – “El Caliche”, “Corea”, “La Puya”, “Jarro Sucio”, “El Hoyo de Chulín”– en una franja que alcanzó a cubrir buena parte de lo que más adelante se denominaría “Zona Norte”.
Hoffnung-Garskof, historiador con vocación de geógrafo, cree que la historia de una ciudad se cuenta de modo más preciso fatigando sus zonas más recónditas, esas que se le escapan al ojo del turista y que raras veces apelan a la curiosidad de los planificadores urbanos. En Cristo Rey, Hoffnung-Garskof encuentra el envés del celebrado crecimiento económico dominicano de los últimos tiempos, la cara oculta del Santo Domingo de la supuesta transición hacia la democracia que en las últimas dos décadas ha abrazado la prédica normativa del Fondo Monetario Internacional con consecuencias nefastas para el grueso de la población. El historiador también halla en su trabajo de campo en las comunidades que integran Cristo Rey muchas de las taras que dominan la idiosincrasia de la capital –los prejuicios raciales y de clase serían los ejemplos más impactantes de ello– y que se ven representadas singularmente en la cultura de pompa y boato que acapara las páginas sociales de los principales periódicos del país.
Como se demuestra en los capítulos iniciales de A Tale of Two Cities, en Santo Domingo la sociedad aún se rige por los códigos de “Ciudad Trujillo”, sobre todo en lo que concierne a la manera de entender la cultura. El peso de esa tradición hace que a cincuenta años de desaparecida la dictadura el grueso de la población dominicana aún considere válido el reprensible sentimiento antihaitiano, o que celebre una herencia indígena puramente histórica a la vez que borra sistemáticamente toda mención de la influencia africana en los debates sobre la nacionalidad. Las historias personales de los residentes de Cristo Rey se ven atravesadas por los ecos de esa Ciudad Trujillo que se dilata y recrudece en los doce años de Balaguer en el poder (1966-1978). En La fiesta del Chivo, Mario Vargas Llosa ofrece quizás el retrato más preciso de esta figura siniestra que se desarrolló entre bambalinas a lo largo de tres décadas de dictadura, y que a la muerte de Trujillo confirió un grado mayor de sofisticación al autoritarismo de esos años anteriores.
Una de las características más salientes de los sucesivos gobiernos de Balaguer fue la continuación de la política de represión del viejo orden. Balaguer fue el responsable de la desaparición casi total de la militancia izquierdista de los años 70, que se concentraba principalmente en el poderoso movimiento estudiantil surgido a raíz de la guerra de abril de 1965 y la segunda invasión estadounidense. De hecho, aquellos que tuvieron suerte y pudieron escapar de la represión balaguerista por la vía del exilio se establecieron en la ciudad de Nueva York y continuaron allí con su activismo político.
Por un lado, la evolución de Cristo Rey de zona rural a “espacio urbano semiformal” se puede explicar gracias a la iniciativa individual de gente que nunca se dejó amedrentar por los constantes desalojos, pero también por la intervención directa de funcionarios del gobierno y líderes comunitarios en la organización de diversos proyectos de interés social, como por ejemplo la pavimentación de calles y el establecimiento de alumbrado eléctrico y acueductos. Asimismo, con estos y otros cambios orientados a la modernización de Cristo Rey llegaron las visiones de mundo de la sociedad capitaleña, marcada en gran medida por la influencia estadounidense y su filosofía del consumo desmesurado.
Washington Heights es el lugar del mundo con mayor concentración de dominicanos fuera de la isla de Santo Domingo. Sus orígenes se remontan a los albores del siglo veinte cuando esta zona hasta entonces rural pasa por un proceso de urbanización acelerada similar al ocurrido en el Cristo Rey de los años sesenta. El Washington Heights de los cincuenta reflejaba la coexistencia tensa de las diversas etnias que dieron forma al actual Nueva York. Los dominicanos que empiezan a establecerse en Washington Heights a principios de los años sesenta se encuentran con un ambiente muy poco propicio para la convivencia armoniosa entre conciudadanos.
Aunque hay constancia de un número considerable de dominicanos en Nueva York desde los albores del siglo pasado, la oleada inmigratoria posterior al fin de la dictadura ha sido la de mayor impacto tanto en la historia social contemporánea de República Dominicana como en la de los Estados Unidos. Y en ninguno de estos países ha sido tarea fácil el reconocimiento de ese influjo. El primer y más grande obstáculo que enfrentan los inmigrantes dominicanos en Washington Heights tiene que ver con la manera de concebir la raza. Habituados a escamotear toda alusión a la negritud como efecto de la pedagogía nacionalista que domina el debate sobre la identidad en la media isla, la “colonia dominicana” en Nueva York aprende a reconocer allí su indiscutible condición afroantillana.
La pervivencia de la cultura dominicana en Nueva York y su importancia de cara a los cambios en la demografía urbana de la ciudad es un hecho incuestionable –como lo es la manera en que la fuerza económica de los inmigrantes ha transformado a su país de origen, sobre todo en lo que respecta al hábito consumista–. Hoy día la población inmigrante más numerosa de Nueva York, y con importantes asentamientos en San Juan de Puerto Rico, Miami y Boston, la comunidad dominicana ha adquirido además una visibilidad considerable en las esferas política, cultural, académica, económica y deportiva en los Estados Unidos de las últimas décadas. Se evidencia la presencia de una comunidad pujante con intereses diversos pero cohesionada por la idea de un origen nacional común.
En las convincentes páginas finales, Hoffnung-Garskof demuestra con estadísticas y testimonios orales la desgarradora historia del movimiento de personas entre los puntos de la geografía cultural dominicana que representan los barrios de Cristo Rey y Washington Heights. El libro es categórico en que la emigración de índole política que caracterizó el desplazamiento de dominicanos a Nueva York en los años sesenta y setenta devino en la década del ochenta en un éxodo eminentemente económico. Así ha sido, en efecto, como consecuencia directa de una administración inoperante liderada por el entonces presidente Salvador Jorge Blanco, y de las draconianas reformas impuestas por el FMI a República Dominicana para remediar la debacle fiscal.
En pocas palabras, el Santo Domingo de los años ochenta atestiguó la quiebra de la clase media nacional. En cuestión de unos años la brecha entre ricos y pobres, de por sí ya amplia, se hizo abismal. En consecuencia, la emigración ilegal alcanzaría niveles nunca antes vistos en la historia del país. La partida furtiva de dominicanos hacia Puerto Rico en rudimentarias embarcaciones que no siempre llegan a su destino se ha vuelto desde entonces una estampa recurrente en los diarios dominicanos. Por su condición de “territorio” estadounidense, la vecina isla funciona como la puerta que asegura a los indocumentados el acceso a las mieses del “sueño americano” pretendidamente seguro en el lejano Nueva York. Empero, la odisea en busca de ese bienestar no siempre conlleva desenlaces gratos. Con el examen detenido de las angustias y satisfacciones que dimensionan el acontecer de los días en las comunidades de Cristo Rey y Washington Heights, Jesse Hoffnung-Garskof ha expuesto soberanamente los modos contradictorios en que se desarrolla la historia social de la República Dominicana moderna.