Desde la adolescencia sentí una atracción especial por las biografías y autobiografías. Las encontraba en la pequeña biblioteca que heredé de mi abuelo paterno y las leía con el mismo interés que dedicaba en aquella temprana edad a las novelas de aventuras de Emilio Salgari y Julio Verne. En mis días de estudiante de bachillerato se me ocurrió leer Memorias de Ultratumba del Vizconde de Chateaubriand, todo un personaje de la Era de Napoleón. Y así me fui acostumbrando a penetrar en asuntos históricos.
Me esperaba una experiencia algo diferente. En una ocasión, visitando la pequeña librería de mi pueblo, me impresionó la cubierta de una novela de Oliver Goldsmith, El Vicario de Wakefield y de alguna manera llegué a pensar que se trataba de las memorias de un sacerdote. Después de comprar el libro comprobé que se trataba de otra cosa, pero llegué a compenetrarme con las aventuras y desventuras del Reverendo Primrose, un clérigo anglicano y buen padre de familia. Georges Bernanos escribió, aquellas famosas Memorias de un cura rural sobre un sencillo sacerdote católico francés y entre personajes famosos y sencillos, hombres y mujeres, entre biografías, memorias y novelas como las anteriores, me convertí en un apasionado por la vida y por la historia.
Acabo de leer un libro escrito en mi amada Quisqueya, Memorias de un abogado de pueblo, un libro que considero un verdadero descubrimiento. Se trata de las memorias de un distinguido abogado del interior del país. El eminente jurista Don Fabio J. Guzmán Ariza ha compilado y editado las notas de las memorias de su padre, el licenciado Don Antonio Guzmán L. El resultado de este esfuerzo literario, escrito con un estilo que cautiva, ha sido una maravillosa combinación de libro de memorias y de abundante crónica de buena parte del siglo XX dominicano.
La vida del licenciado Don Antonio Guzmán L., se convierte gracias al ameno texto, en un testimonio muy claro y significativo de cómo los dominicanos han sabido cultivarse intelectualmente y alcanzar posiciones basadas en sus logros personales y tenacidad en medio de condiciones que en otros ambientes serían consideradas no sólo adversas, sino imposibles de superar.
Son las memorias de un honesto y laborioso dominicano que nació en Tocones, sección de la entonces común de Salcedo en 1906, de padres oriundos de Moca. De origen humilde, Don Antonio trabajó desde muy joven en modestas actividades que fueron preparándole para una vida de utilidad, no sólo para su familia, sino para las comunidades en las cuales realizó sus experiencias laborales. Antes de referirse a sus contribuciones como abogado, Don Antonio relata sus trabajos como billetero, aprendiz de boticario, monaguillo, pequeño comerciante, cartero, etc. Con la lectura del libro crecía mi admiración por alguien que se sentía orgulloso de sus tempranas ocupaciones pueblerinas, antesala de lo que sería una brillante ejecutoria profesional.
Leer este libro permite entender mejor no sólo los estilos de vida en poblaciones del interior del país en los principios del pasado siglo XX, sino que facilita el alcanzar conocimiento acerca de cómo se realizaban los estudios en esa época y de cuáles eran las condiciones en que se desenvolvían las actividades de un abogado. La vida de familia, las relaciones entre los habitantes de diferentes poblaciones y el impacto de los acontecimientos políticos y sociales de toda una época fueron recopilados por su hijo con una aproximación a los detalles que resulta impresionante. Don Fabio demuestra una vez más su condición de excelente escritor, algo que admiraría su amantísimo padre, interesado en ofrecer a sus hijos la más esmerada educación en el país y el extranjero. La suya ha sido una familia impresionante. Con cuánta alegría llegué a conocer que a ese entorno familiar pertenece una de mis escritoras favoritas, la doctora Argelia Tejada Yangüela.
Sobre la Era de Trujillo, que se hizo cargo del poder cuando Don Antonio era un joven abogado, se han escrito tantos libros que sin pretender haberlos coleccionado todos, ocupan dos enormes libreros en mi casa. Ahora, por obra y gracia de estas memorias de un abogado de pueblo he podido entender mucho mejor cómo personas tan dignas y respetables como Don Antonio pudieron preservar esa dignidad y esa respetabilidad en las difíciles condiciones de toda una era de régimen autoritario y de controles absolutos que ejercía un gobierno sobre todo tipo de actividades.
Por las 341 páginas de este libro de memorias desfilan personajes, tanto locales como nacionales, acontecimientos muy sencillos y otros de gran trascendencia. Mientras leía el libro me estaba preparando, sin darme cuenta, para aceptar literalmente las palabras de Don Manuel Mora Serrano pronunciadas el 24 de junio del 2001 sobre Don Antonio: “…era un hombre aparentemente frágil, una breve y casi mínima edición de huesos y carne y saber que allí cupo siempre un gigante real agazapado, encogido entre la piel, henchido de talento y con un espíritu competidor y competente, sagaz y visionario, capaz de enfrentarse a las luchas de vida con toda la entereza de un titán…”
En cuanto al editor del libro, que escribiría, estoy seguro henchido de orgullo por su ilustre padre, la mejor descripción de sus labores pudiera serlo el utilizar palabras de Don José Luis Taveras: “Cada tramo de la excitante vida de Don Antonio Guzmán es abordado en un lenguaje redimido de ampulosidades, pero cargado de detalles que transporta al escenario mismo de los hechos.”
El licenciado Don Fabio J. Guzmán Ariza y la editorial Gaceta Judicial, en su Colección Testimonios, no sólo ofrecen magistralmente las memorias de Don Antonio sino que, al entregar tantos detalles bien explicados de una vida ejemplar, me acerca aún más al noble pueblo dominicano, ya que pone a la disposición del lector una crónica admirable de un largo tiempo en su historia.