El cartel de madera con letras impresas a fuego estaba al borde del camino. Anunciaba la entrada a Mil Cumbres, un centro turístico en desarrollo. Nos tomaron la fotografía de rigor que exige todo aquel que teme olvidar algún detalle interesante. Habíamos recorrido cerca de 40 kilómetros desde la autopista por una estrecha carretera de montaña en la que algunos tramos del pavimento asfáltico brillaban por su ausencia. La vegetación es abundante, espesa y de un verde profundo en esta época de lluvias. El joven conductor del vehículo hábilmente evadía baches y bordes peligrosos de la vía. Afortunadamente, la circulación vehicular era escasa ese día que nos aventuramos por la Sierra de los Órganos de la provincia de Pinar del Río, en Cuba.
Los anfitriones complacían así la petición que hiciera desde la llegada. Es junio de 2014 y quería apreciar, personalmente, el lugar donde, 55 años atrás, se habían entrenado militarmente los hombres que conformaron la raza inmortal dominicana. Los vínculos del Movimiento de Liberación Dominicana y el Movimiento 26 de Julio se habían establecido desde años atrás en Venezuela, New York y países del área del Caribe. Los dominicanos que se oponían al tirano Rafael Trujillo habían encontrado en los cubanos que combatían a Fulgencio Batista sus mejores aliados. Daban ellos continuidad a la historia de lucha y resistencia que iniciara el taíno Hatuey, quien cruzó remando el Paso de los Vientos para alertar a los caribes de la vecina isla sobre la presencia de los españoles que arrasaban cuanto encontraban a su paso.
Tras el derrocamiento del dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez en enero de 1958, los anti trujillistas dominicanos acordaron con los revolucionarios cubanos que su entrenamiento militar lo realizarían combatiendo en la Sierra Maestra contra Batista. Gracias a ese acuerdo, llegó Enrique Jimenes de Moya el 7 de diciembre de 1958 a integrarse al movimiento guerrillero del 26 de Julio. Pisó suelo cubano acompañando el más grande embarque de armamento enviado por el almirante Wolfgang Larrazábal, entonces Presidente de la Junta de Gobierno de Venezuela.
Veintitrés días después de la llegada de Jimenes de Moya a la Sierra Maestra, Batista huía a refugiarse bajo el ala de Trujillo, quien lo despreciaba por cobarde y fullero. A partir de entonces, el comandante Fidel Castro Ruz cumpliría su palabra de contribuir con cuanto fuera necesario para que los dominicanos derrocaran a Trujillo. Y así fueron llegando a Mil Cumbres centenares de quisqueyanos que apacentaban por Estados Unidos, Venezuela, Puerto Rico y Europa. El triunfante ejército rebelde iniciaba su camino para construir la revolución cubana con un gesto solidario hacia los que, en otra época, habían contribuido con su experiencia y su propia sangre a la lucha contra el colonialismo español.
En ese Mil Cumbres estábamos, pateando los mismos senderos de aquellos hombres cuya valentía y convicción no han sido superadas y difícilmente puedan serlo alguna vez. Oteaba el horizonte pinareño, interrumpido por aquella montaña de piedra granítica que los locales llaman el Pan de Guajaibón. Hacia abajo, corría el arroyuelo que abasteció a los anti trujillistas en 1959 y ahora fluye hacia una represa que nutre a toda una región.
Persiste todavía, remozada de abajo a arriba, la pequeña casa de madera desde donde José Horacio Rodríguez comandaba a 261 hombres de diferentes nacionalidades que se entrenaban. Fue este profesional universitario el patriota que dirigió el campamento y coordinaba los entrenamientos que impartían los experimentados veteranos de la Sierra Maestra. Fruto del tiempo transcurrido, ya no están allí los que conocieron directamente los hechos de entonces. La memoria vicaria ha desaparecido o quizás está en otro lado. Tenemos que encontrarla para revestir de invulnerabilidad histórica al grupo de hombres más valientes y decididos de que los dominicanos hemos tenido noticia.
Hace falta una señalización, llámese letrero, tarja, en fin, una marca que señale a Mil Cumbres como el lugar desde donde se forjó un bello acto de humanidad entre dominicanos y cubanos: la solidaridad internacionalista. Aquellos cubanos, que son los mismos de ahora, dieron lo poco que tenían para que sus hermanos dominicanos pudieran luchar y así obtener lo que ellos han venido disfrutando. Tal como lo hicieran Máximo Gómez, Modesto Díaz, los hermanos Marcano y muchos otros dominicanos que descubrieron lo que era el patriotismo en una tierra hermana.
Eso fue lo que sentí en Mil Cumbres, y ratificó lo que desde hace mucho tiempo pienso y hago.