Confieso que soy incapaz, humanamente hablando, de decirle “tú” a un profesor. La figura del docente me fue infranqueable para el “tuteo”. ¿De dónde viene este bloqueo mental a la hora de establecer una conversación formal o informal con un maestro? Evidentemente de mi cultura familiar y el entorno de vigilancia, sobre el modo de proceder, que los mayores tenían sobre los que estábamos en formación.

Es innegable que la cultura de control sobre el formando era más agresiva y rigurosa en las décadas del 70 y 80 que en las décadas del 90. Inicié la escuela a la edad de siete años cumplidos cuando ya sabía leer y escribir. La labor de alfabetización se realizó fuera del sistema formal educativo y se hizo bajo un cuidado más personal que masificado. Pero yo no aprendí a través de los libros que debía decir “tú” a mis compañeros y “usted”, en señal de respeto, distinción de roles, jerarquía y dignificación de aquel que en el entramado social desempeñara un papel de autoridad legítima sobre los demás. Lo hice en la familia.

Mi abuela murió cuando yo recién cumplía cuarenta y jamás le dije “tú”, siempre fue un legítimo y amoroso “usted”, “doña”, “señora”. La amé con locura y la respeté en la vida adulta del mismo modo en que la respeté de niño. Sé que ganó ese respeto con ternura y terror (la amenaza de la pela me servía cuando el buen juicio no era suficiente). No solo fue un soporte amoroso, sino un baremo de virtudes sobre el que sobresalían más luces que sombras, a pesar de haber abandonado la escuela muy temprano y dedicado su vida a ser madre soltera de cuatro hijos, “todos del mismo y único hombre” le escuché una vez decir.

Hoy mi hija de cinco años (Tamara) no suele decirme “usted”, sino que detrás del amoroso “papi” viene el “tú” y por más que le modelo la conducta esperada por mi cabeza cuadrada, regularmente le devuelvo la frase con el “usted” incrustado, ella me corrige y me dice “tú” de nuevo. Creo que entiende el referente de ambas expresiones y me atrevo a pensar que también su sentido; pero se niega al usted como el diablo a la cruz.

En la universidad los alumnos suelen decirme usted y eso mantiene una distinción de roles manejable y de altos beneficios para ambos, pero en bachillerato no ha habido forma de quitarle a los alumnos el “tuteo” al profesor. Me he preguntado si es un indicio de la relativización de los valores, de las transformaciones e indefiniciones a la que están sometidos culturalmente como generación. También me he preguntado si esta incapacidad para el “usted” no es el resultado de una pésima imitación de la fallida y corrupta democracia que tenemos o de la indisciplina generalizada que llegó al sistema educativo y a las familias después de los noventa, cuando algunas prácticas disciplinarias se desterraron en nombre de un trato “civilizado” y asertivo para la frágil psicología de los niños y niñas que tenemos hoy como adultos y que se autodenominan “amigos” de sus hijos cuando deberían ser sus padres.

La diferencia entre el “tú” y el “usted” no debe entenderse meramente como una separación jerárquica de atributos según la condición servil del emisor frente al receptor en determinado contexto. El “tú” es un vocablo de cercanía, tutearse indica cierta proximidad entre los hablantes que el “usted”, como vocablo formal y culto, no lo permite.  El “usted” también denota cortesía y en esa cortesía se cuela el reconocimiento de la magnanimidad de su interlocutor. En el “usted” se le otorga a la persona del otro, a la alteridad, el respeto que merece en tanto que persona. No significa que no se encuentre lo mismo en el “tú”; pero al final hacerlo explícito y subrayarlo hace la gran diferencia entre la estima del otro, que siempre me es sagrado, y la violencia sobre el otro, que siempre es profanación de lo sagrado en el otro.

Creo que el “tú”, como hacen los franceses, hay que ganárselo a base de cuidado y respeto en la relación y eso solo lo consigue el “usted”.