Algo que todos los estudiantes universitarios tienen en común es el anhelo desmedido por colocarse un birrete, recibir su diploma y tirarse una foto con el rector de su institución.

Sin embargo, este deseo muchas veces se ve obstaculizado al afrontar una nueva realidad: la entrada al mundo laboral. Nos asusta grandemente saber si encontraremos empleo o si simplemente tendremos la dicha de que se nos remunere como es debido. Sin importar cuáles sean nuestras preocupaciones, no hay duda alguna de que la inserción a este mercado asusta, oprime, y muchas veces, desmotiva.

Por mi parte, y creo que es una postura que comparto con muchos de mis contemporáneos, me siento desmotivado en convertirme en un simple empleado más. Y no porque esto tenga nada de malo, pues el trabajo, sea cual sea, dignifica a la persona y nos hace más grandes. Realmente, me siento así por el hecho de que he invertido tanto en mi educación para ser recompensado con una oportunidad profesional insignificante, un sueldo sumamente bajo y un trato casi esclavista.

Tenemos la expectativa de que un gran colegio, una excelente universidad y una interesante maestría nos garantizaran una posición laboral prestigiosa y equitativa al esfuerzo de toda una vida. Lamentablemente, la realidad es bastante diferente.

Muchas empresas tienen una mentalidad totalmente déspota. Explotan a sus recursos para enriquecerse hasta más no poder. Para cualquier posición, nos piden requisitos infinitos y los famosos “años de experiencia”. Y sobretodo, se mueven por cuña, dificultando así esta intrépida aventura.

Resulta de importancia que la juventud dominicana se una y que luche por una reforma al código laboral

Esta triste situación ha provocado una fuga de cerebros enorme. Un gran porcentaje de nuestra juventud quiere emigrar y abrirse paso en mercados más amplios. Todos los días, más  estudiantes de medicina se preparan para tomar el MIR en España o el USMLE en Estados Unidos.

Muchos tratan de ingeniárselas para conseguir un trabajo antes de que terminen sus maestrías. Otros, con miedo al regreso,  se resignan a trabajar en algo que ni se asemeja a su área de estudios. ¡Qué tristeza da ver en lo que se ha convertido nuestro país!, un paraíso para pocos y un infierno para muchos.

A pesar de las desavenencias que caracterizan a nuestra sociedad, podemos decir que no todo está perdido. Aún existen jóvenes que quieren y luchan por su país. Que no se quieren ir y que le están buscando la vuelta a este mundo laboral.

Muchos emprenden en negocios nuevos, rejuveneciendo a este sector empresarial generacional. Sin embargo, esta es una minoría, y lamentándolo mucho, no todos pueden ser emprendedores. Por esta razón, a mi parecer, resulta de importancia que la juventud dominicana se una y que luche por una reforma al código laboral.

Es tiempo de exigir que se nos pague bien y que nos beneficien cómo nos merecemos. Es momento de que los sueldos aumenten y vayan acorde a las exigencias del mercado. Y más que eso, es tiempo de que años de preparación sean finalmente recompensados.

Como bien lo dijo Helen Keller, una joven que triunfó y desafió al statu quo: “Solos podemos hacer poco, juntos podemos hacer mucho.” Sabemos lo que valemos, entonces, que solo la muerte acalle nuestro clamor de reconocimiento.