Desde que nos vio nos dijo que no era de la situación económica del país que quería hablarnos, sino de algo muy personal. Quería comunicarlo a todos los presentes. Era como si hubieran destapado una bebida carbonatada: la espuma circuló por todos lados. Quería decirnos que estaba cansada de la pandemia y algo más fuerte: que el mundo se había complicado. Era como una teoría filosófica en un momento de evolución a nuevas dimensiones.

En el gran salón, usó la palabra “complicado” como si alguien en la Fórmula Uno hubiera usado la palabra pits. Como se sabe, ese es el lugar donde los autos van a hacer reparaciones y a cambiar gomas. Tenía la impresión de que no había solución a nada. Alguien le preguntó por qué del pesimismo, y no quiso detenerse en los asuntos de su infancia, donde luego dijo que podía estar la raíz. Cualquiera que haya visto una carrera de autos, sabe que estos cambian los neumáticos en segundos. Hay videos que explican que solo necesitan dos segundos.

Después de todos estos meses, estaba cansada de lo mismo: ponerse una mascarilla para que un virus acechante no se inoculara en su cuerpo. No tenía sino la creencia de que todo se había complicado, un desperfecto no ilusorio en la mecánica del universo. Luego de pensarlo dos veces, tenía claro que no podía ser optimista si no tenía razones para serlo. Requería de información, detalles y toda una especie de teoría filosófica para organizar el caos.

Por alguna razón, vino la palabra gobierno y ahí pudimos ver cuál era su opinión más inteligente. No tenía que ser “política en defensa de otros políticos”, fue la respuesta que nos dio. Le parecía algo no adecuado defender la postura de ningún mandatario. Desde hacía semanas, había analizado las posturas “de todos”, pero lo cierto es que no tenía como amistoso a ninguno, ni algún funcionario de alguna organización mundial. Pensó en los presidentes del BRICS, y otros organismos.

Minutos después, alguien nos dijo que podría haber una detención de la información. Algo así como que la soda carbonatada dejara de fluir porque se hubiera terminado. Otro tenía claro el asunto de la verdad, porque se trataba –nos dijo–, de que la gente esté informada. Internacionalista a su modo, nos dijo que este noviembre había elecciones en Norteamérica, en Estados Unidos, y que lo que pasara allí era, como siempre, importante para que el motor funcione. Con una gran sonrisa en el rostro, nos decía que el circuito de los Estados Unidos, mas allá de la doctrina Monroe, era el que teníamos que dominar ahora. Ahora era la doctrina Trump? Alguna recomendación de Nigel Mansell? Alguna doctrina del profesor Alain Prost? Pensé en Nelson Piquet y su uniforme verde. Era otra época donde la formula –con sus Ferraris y sus Mclarens–, nos dejaban a algunas especulaciones sobre lo que ocurriría en la autopista.   

En cualquier momento, la solución nos llegará como un regalo a un niño en tiempos de navidad. Alguien nos dijo: “ya la navidad de acerca”. “Será que preparemos nuestro bolsillo para los regalos”, dijo. No era momento para hablar de Santa. O más gastos. De acuerdo a ella, el gobierno de Abinader ha hecho mucho trabajo en los primeros días. Para ella, diciembre está en la próxima esquina.

En su yo más profundo, estaba clara en el hecho de que quería que todo continuara como tenía que continuar, sobre todo con el cambio de gobierno norteamericano, y lo que debía suceder aquí en nuestro país. Menos negativa con su análisis y con una copa en la mano, tenía la esperanza de que la pandemia fuera controlada, pero los especialistas daban otro tipo de noticias. Nos dejaban el optimismo guardado en una alacena, como a la espera de mejores días para ser usado. Como en Mónaco, era como usar los pits en el momento más pertinente para cambiar neumáticos y realizar ajustes mecánicos en la carrera. Ella no era una especuladora en términos filosóficos. No hallamos en ella una teoría deductiva, como hace Conan Doyle. Pero ella tiene lo que tiene que tener un aprendiz: curiosidad.   

Para decirlo de alguna manera, tenía el optimismo guardado en una alacena, en una despensa para ser usado cuando tuviera que ser usado. Es como cuando de niños veíamos la tele y no nos dábamos cuenta que eso que veíamos, a la larga, terminaría por ser información que guardaríamos para siempre. Lo pensó: ese optimismo tenía que ser tomado en serio, como algo que el liderazgo tenía que inocular en la población. Era como darle un “empujón” a Alain Prost en una avenida francesa.

En el contexto actual, la economía del país era algo importante. De eso no habló pero tenía claro que la economía global afectaría la nuestra. Después de meses de planeación estratégica, los turistas llegarían a nuestro país, aunque otros decían que era todo lo contrario. Hay un protocolo para que los turistas vengan.

A fin de cuentas, era optimista aunque no lo dijera. Después de todos esos minutos de explicación, concluimos que había en sus labios el deseo de decir que de esta saldríamos todos. Lo tenía claro: su esfuerzo de hoy en lo adelante sería ser más positiva, y dejar que todo marchara bien hacia el futuro. Pero el futuro, es inapresable. “Vivimos en un permanente presente”, nos dijo. Más conservadora, tenía la impresión de que todo lo que se dijera en los medios era algo que se debía escuchar. Cambiaría la actitud pesimista y se convertiría en la más positiva de la noche. Echaría a andar en otras carreras. El futuro estaba en sus manos.