En Brasil y en varios países de América Latina y El Caribe está presente, desde hace varias décadas, la discusión de si en las escuelas puede o no puede haber enseñanza religiosa. El término “enseñanza religiosa” lleva a equívocos, pues contiene una connotación confesional. En un Estado laico como existe en varios países caribeños y latinoamericanos, que acoge y respeta todas las religiones sin adherirse a ninguna de ellas, lo correcto sería decir “enseñanza de las religiones”. Forma parte de la cultura general que las y los estudiantes tengan nociones básicas de las religiones practicadas en la humanidad. Dicho estudio tiene el mismo derecho de ciudadanía que el de la historia universal o el de las ciencias y de las artes. Por lo tanto, el término correcto sería “enseñanza de las religiones”.

Lo más importante sería sin embargo iniciar a las y los estudiantes en la espiritualidad, tal como es entendida hoy por los estudiosos. No se trata de una derivación de la religión, cosa que también suele darse, pero, en principio la religión no debe confundirse con la espiritualidad ni tiene su monopolio. La espiritualidad es un dato antropológico básico humano, como lo es la inteligencia, la voluntad o la libido.

El ser humano además de poseer una exterioridad (cuerpo) y una interioridad (psique), tiene también una profundidad (espíritu). El espíritu es aquel «momento» de la conciencia por el que cada uno se capta a sí mismo como parte de un todo y se pregunta por el sentido de la vida y de su lugar en el conjunto de los seres vivos.

Puede ser oportuno que un filósofo y escritor, nos ilumine sobre el espíritu y la vida del espíritu. Antoine de Saint Exupéry, autor francés que escribió entre otros libros, el ya famoso, El Principito, dejó una carta póstuma de 1943, publicada solamente en 1956, y titulada “Carta al General X”, en la dice: “No hay más que un problema, solamente uno: redescubrir que existe una vida del espíritu que es todavía más alta que la vida de la inteligencia, y que es la única que puede satisfacer al ser humano”, (Dar un sentido a la vida, Macondo Libri 2015, p. 31).

Para él, la vida del espíritu o la espiritualidad está hecha de amor, de solidaridad, de compasión, de compañerismo y de sentido poético de la vida. Si se cultivase esta vida del espíritu no se hubiera dado el absurdo de millones de muertos de la segunda guerra mundial. Es lo que hoy más necesita el mundo. Por estar la vida del espíritu cubierta de un manto de cenizas de egoísmo, indiferencia, cinismo y odio, es por lo que las sociedades se han vuelto inhumanas. Saint Exupéry llega a decir: “tenemos necesidad de una divinidad” (p. 36).

Esa divinidad no viene de afuera. Es esa Energía poderosa y amorosa que los cosmólogos llaman Energía de Fondo del Universo, innombrable y misteriosa, de la cual han salido todos los seres y son sustentados en cada momento por ella. Nosotros y nosotras también. Cosmólogos como Brian Swimme y Freeman Dyson la llaman Abismo Alimentador de Todo, o Fuente Originaria de todos los Seres. Las divinidades deben ser pensadas en esta línea.

Es propio de la vida del espíritu poder abrirse a esta «Realidad», dejarse tomar por ella y entrar en diálogo con ella. El resultado es tener una experiencia de transcendencia, que nos hace sentirnos más sensibles y humanos.

Hay una base biológica para la vida del espíritu. Desde los años 90 del siglo pasado, algunos neuro-científicos constataron que siempre que el ser humano aborda temas ligados a un sentido profundo de la vida y a lo Sagrado se produce una gran aceleración neuronal en los lóbulos temporales. Llamaron a esa zona “el punto divino en el cerebro”. Así como tenemos órganos exteriores como los ojos, los oídos y el tacto, tenemos también un órgano interior –es nuestra ventaja evolutiva– mediante el cual captamos esa Realidad misteriosa que nos envuelve y que sustenta todo.

Detenernos sobre esta Realidad, y entrar en diálogo con ella, nos vuelve más humanos, menos violentos y agresivos. Danah Zohar, física cuántica, y su marido, Ian Marshall, psiquiatra, escribieron un convincente libro sobre el “punto divino en el cerebro” denominándolo “inteligencia espiritual” (Plaza&Janes 2001). Así, estamos dotados de tres tipos de inteligencia: la intelectual, la emocional y la espiritual. Es preciso articular las tres para ser más plenamente humanos.

Estimo que las escuelas, además de proporcionar una enseñanza de las religiones, ganarían enormemente si iniciasen a las y los estudiantes en la vida del espíritu. ¿Quién sería apto para orientar esta práctica? Profesores de psicología, de pedagogía, de filosofía, de sociología y de historia. La clase podría dividirse en dos partes: en los primeros veinte minutos pequeños grupos discutirían un tema de alguno de los maestros del espíritu, de distintas procedencias, y procurarían internalizar tales contenidos. En los otros veinte minutos pondrían en común sus reflexiones y se abriría un debate.

Como alternativa se puede también reservar un tiempo para que cada estudiante se recoja, ausculte su profundidad y vea qué buenos y malos sentimientos salen de ahí, conociéndose de esta manera a sí mismo y proponiéndose fortalecer los buenos y poner los malos bajo control. Así sentiría la vida del espíritu, consciente y personal.

Tenemos cómo saciar el hambre de pan. Necesitamos saciar el hambre de vida espiritual que se nota por todos lados. Ella “es la única que satisface al ser humano”.