Al Dr. Manuel Matos Moquete.

Al finalizar la clase de Lengua Española, la maestra preguntó a los estudiantes que si tenían alguna pregunta. Después de un corto silencio y una audiencia juvenil lista para irse, una estudiante con rostro de frustración levantó la mano levemente y dijo:

—Yo entendí un poco, eso me lo dijeron en el colegio, pero de qué me sirve saber lo que son los sintagmas, los modificadores directos e indirectos y la separación de sílaba si no sé escribir una carta o explicar por qué quiero trabajar en una plaza de trabajo. Esta mañana me fue mal con la aplicación de una prueba escrita como secretaria ejecutiva de una empresa de Bienes Raíces, porque no supe expresarme   y decir bien para qué quiero trabajar en la empresa.

En más de veinte años que tengo de enseñanza de Comunicación en Lengua Española a nivel universitario he escuchado con pesar esta y otras situaciones que dificultan el quehacer profesional. Una gran cantidad de profesionales de diversas carreras no adquieren en las universidades dominicanas las competencias necesarias para un desarrollo comunicativo que les permita enfrentar los retos cada vez más complejos en las comunicaciones y ser más eficientes. La mayoría de los jóvenes llegan a las universidades con muy poco hábito de lectura, una precaria formación en los estudios generales y una vida volcada al hedonismo, a lo instantáneo, a lo más fácil; pero con una extraordinaria habilidad en el manejo de los dedos índice y pulgar sobre la pantalla diminuta del celular.

Los padres, la escuela y el modelo de enseñanza son los principales causantes del problema. Por eso tenemos médicos, contadores, ingenieros, publicitas, abogados, administradores, comentaristas, diputados, senadores, alcaldes… sin el adecuado dominio de los actos comunicativos que les permitan obtener mejores resultados en sus interacciones con el público meta.

Un estudio de la Asociación Nacional de Jóvenes Empresarios (ANJE) publicado en el 2014, llamó la atención sobre los principales problemas de las empresas dominicanas para contratar personal. Entre ellos citaron la baja preparación académica, la desvinculación entre teoría y práctica y las precarias competencias de comunicación verbal y escrita.

Cuatro factores son claves para garantizar la calidad educativa en el dominio de la expresión oral o escrita: una gerencia universitaria con políticas de calidad, un docente bien formado y con vocación, excelentes materiales didácticos para el aprendizaje y estudiantes con voluntad de desarrollar las competencias comunicativas.

Quedemos por ahora con en el profesor/a. Es cierta la queja de que las universidades nuestras le dan poco o casi nada de importancia al valor de la enseñanza de la lengua para formar buenos profesionales. Por eso ha habido una deserción de buenos maestros y maestras y estudiantes que lo ven sentido a las asignaturas de Lengua Española. No obstante, el modelo de lo que se deben enseñar tiene un impacto en la calidad comunicativa del profesional. Por ejemplo: un modelo metalingüístico, que es el que predomina en el currículo oculto universitario y de la preparatoria, no considera la lengua como comunicación, ni como la cultura de los estudiantes. Se desarrollan prácticas de actividades para saber cómo funcionan ciertas estructuras sintácticas y morfológicas fueran de sus contextos comunicativos. Se enfatiza lo cognoscitivo de la lengua y no la creatividad, el poder de la palabra, ni su utilidad en los casos a cuales que se enfrentan los estudiantes en su vida diaria y profesional.

Sin embargo, no han faltado los análisis y las propuestas para cambiar el modelo. En los documentos curriculares de los primeros años de los noventa se propuso un cambio curricular en el Área de Lengua Española que priorizan lengua como comunicación a partir de las necesidades de los alumnos/as. Pero hay más: La Nueva Base de la Revisión Curricular (2013) ha enfatizado en el modelo de competencia, la competencia comunicativa como fundamental del currículo. No se desprecia –como han querido decir algunos críticos- la utilidad de la enseñanza del aparato formal de la lengua, sino más bien que se enseña desde un enfoque comunicativo que valora la cultura y los estudiantes.

El docente juega un rol de guiarlo para que sean los protagonistas de su propio aprendizaje; facilitar el juego con la lengua en los espacios formales e informales con una verdadera conciencia lingüística. A veces se gasta la voz y se utilizan materiales educativos que no recuperan los aprendizajes que traen los estudiantes, ni sus sueños, ni su vida, sus sentimientos y sus situaciones comunicativas.

En estos años de enseñanza de la lengua como comunicación y cultura he podido apreciar, en las producciones escritas y orales en situaciones de comunicación, la riqueza de las culturas juveniles urbanas y rurales en distintas temporalidades, sus congojas, su mundo, sus expectativas, sus críticas a los políticos, sus ganas de vivir, la descomposición de sus familias, los grandes problemas afectivos, los miedos…

En conclusión, el profesional de hoy se enfrenta a situaciones comunicativas locales e internacionales muy complejas que vienen de las empresas emergentes y de los nuevos medios de comunicación. El programa universitario de lengua española debe enfocarse en contribuir a la formación de profesionales bajo el paragua de un modelo comunicativo intercultural para que puedan competir con otros profesionales a nivel internacional.