Aunque Blaise Pascal dijera que la filosofía consiste en reírse de la filosofía y Thomas Hobbes llamaba, algo misteriosamente, a “vivir primero y después filosofar”, esos no son, ciertamente sus proposito sino que, en cierto modo, como planteara José Ortega y Gasset, consisten en ejercitar “ una gimnasia del espíritu” y un modo serio de discernimiento sobre el universo, porque, con Sartre, se puede declarar sin temor que la existencia “precede y comanda la esencia,” o más exactamente-y ahí aterriza bien Jean Bordas Demoulin: “sin filosofía no se llega al fondo de las matemáticas, sin las dos no se ve el fondo de nada”, de modo que quienes objetan la especulación filosófica, quienes la desdeñan, quienes se sienten ajenos a su influencia, no sólo no la entienden y no la entenderán nunca como disciplina necesaria al debate de las ideas, sino que no tienen acceso a su metafísica y a sus ideales que son básicamente la transformación del mundo ya que, como postula el filósofo polaco Laszek Kolakowski, no hay ninguna filosofía de la vida que un hombre razonable no pueda fundamentar de manera convincente, porque “ella triunfa con facilidad sobre las desventuras pasadas y futuras, aunque “las desventuras presentes triunfan sobre la filosofía” según creyera categóricamente Francoise de la Rochefoucauld como si refutara al esquivo’ y en ocasiones equivocado Hegel, quien dijera, de manera paradójica, que este ejercicio del intelecto resulta “completamente inútil e infructífero y que por esta misma razón es la más sublime de todas las empresas, la que más atención merece y la más digna de nuestro celo”.