El proceso histórico del pueblo dominicano está permeado por múltiples confrontaciones socio-políticas y económicas que, de una manera u otra, inciden en la conformación de los valores socio-culturales, lingüísticos, simbólicos, materiales y espirituales que hoy en día representan sus identidades.

Tratar el tema sobre las identidades en una sociedad caracterizada por el sincretismo cultural, hace que su abordaje discursivo sea más complicado que lo que aparenta ser, ya que estamos frente a un pueblo que todavía no ha podido concebirse como lo que realmente es, una sociedad híbrida, sincrética, un pueblo mulato.

En el contexto social dominicano prevalece el enigma del desencuentro y la desemancipación. En términos filosóficos hace falta responder y respondernos varias interrogantes ontológicas: definir qué somos y cómo asumirnos. Develar ese enigma se constituye en una urgencia de Estado, si en verdad se quiere un proyecto de nación con sentido democrático.

En esa perspectiva, la escuela, la familia, las iglesias y las organizaciones no gubernamentales han de jugar su papel, como entidades educativas y de regulación social. El discurso oficial ha impuesto su historia y sus acciones protagónicas y modélicas, desfigurando así nuestra memoria vivencial y etnocultural, desde un sistema político y un poder que pretende excluir nuestras otredades.

De ahí que en las escuelas, en los decretos, ordenanzas y leyes, el pensamiento político de la oligarquía dominicana, ha delineado el perfil social de una hispanidad trasnochada que se muestra ciega y sorda ante la coexistencia de un mulataje que fluye, cimarronea, canta, llora y se revela frente a nuestros espejos cotidianos.

En ese contexto, cualquiera que escucha nuestros noticiarios, se da cuenta que en esas emisiones propias de nuestra oralidad, parecemos suramericanos, centroamericanos, pero no parecemos esa mezcolanza que somos, dominicanos, con tonos, lengua, pausas, discurso, tonos y sentidos propios

La negación a nosotros mismos ha sido y es otro enigma, que sirve de retranca al desarrollo consustancial y equilibrado del pueblo dominicano. Es necesario asumir políticas estatales que conlleven a la puesta en vigencia de lineamientos lingüísticos, culturales, educativos y jurídicos que nos encaminen hacia el necesario encuentro con nosotros mismos.

Se hace necesario reinventarnos, a la luz de los criterios que enarbola el indetenible proceso de globalización y los principios abiertos que rigen la migración, la tecnología y el ciberespacio, hasta llegar al necesario reencuentro con nuestros ancestros espirituales y culturales, o con nuestras profundas raíces fundacionales.

Sin darnos cuenta o dándonos cuenta, vivimos de espaldas a nosotros mismos, aborrecemos nuestra mismidad, y por lo tanto, también de manera consciente e inconsciente, nos rechazamos, y en el fondo de nuestro Yo individual y colectivo, huimos, cuando nos vemos proyectados en los laberintos antropológicos de nuestras otredades. Parece que ignoramos que nada a partir de la presencia y la dinámica social del otro, es que podemos Ser, como sujetos actuantes y pensantes. Los Otros, por no decir, las otredades, son los referentes que justifican nuestra existencia y nuestras identidades.

Hay una alteridad que ha sido impuesta por el saber dominante, el cual ha sabido situar su verdad oficialista, ante la cual muchos de nuestros intelectuales y gobernantes han rendido cultos, y en tal sentido, es necesario reconstruir el abordaje filosófico de qué somos y hacia dónde queremos ir, como pueblo dominicano, en este aquí y ahora.

Desde nuestros orígenes como pueblo, junto con el mal llamado descubrimiento, se nos ha querido prefijar un conflicto de autoalienación, al negársenos el reconocimiento de nuestra diversidad cultural, y al querer amoldarnos la cosmovisión europea, española, o la anglosajona, norteamericana, por encima de nuestro mulataje, variopinto y cimarrón.

Hasta en los matices o en cómo se emiten o cómo se enuncian nuestros locutores, ya sea en una conversación normal o en los noticiarios de la radio y la televisión nacional, podemos escuchar tonos, modulación de voz, entonaciones, dicciones y acentos al final de palabras, con una musicalidad y un ritmo que no son propios de nuestra cotidianidad dialógica.

En ese contexto, cualquiera que escucha nuestros noticiarios, se da cuenta que en esas emisiones propias de nuestra oralidad, parecemos suramericanos, centroamericanos, pero no parecemos esa mezcolanza que somos, dominicanos, con tonos, lengua, pausas, discurso, tonos y sentidos propios.

Desde la escuela y las universidades nacionales, hoy en día es imprescindible la aplicación de un abordaje de investigación, un accionar académico y una sistemática política de extensión dirigida al despertar de una conciencia crítica, creativa, propositiva y contestataria, tendente a la promoción y difusión de nuestros valores, como media isla, como pueblo latinoamericano y caribeño, con el preclaro objetivo de mirarnos en nuestros propios espejos, de asumirnos como lo que somos, con nuestra hibridez, con nuestros enigmas y con nuestras otredades.

Es necesario replantearnos a partir de una hermenéutica discursiva, desde un enfoque plural y abierto de nuestras identidades, teniendo en cuenta las nuevas visiones de interrelación de los pueblos, y las nuevas conceptualizaciones de ciudadanía y democracia, lo cual debe servirnos para fortalecer nuestro acervo cultural, nuestras auténticas alteridades, aquello que nos reafirma frente a los otros, nuestra mismidad, lo que SOY, el cómo me pienso. Lo que creo, mi decir y mi hacer…mis raíces ancestrales, mis grandes enigmas y mis otredades.