“Puesto que tenemos que creer en algo que no se ve, yo siempre preferiría los milagros a las bacterias”
Karl Kraus
Los Ovnis
1.
El Pentágono ha creado una oficina para el análisis de OVNIs, dice noticia reciente.
Funcionarios públicos, con horarios bien definidos por contrato, respaldados probablemente por un Sindicato atento, adelantan, con ímpetu, hacia su silla equipada con comodidad mínima y pantallas varias.
Imagina alguien que cumple un horario sentado viendo si detecta un Ovni; se pierde en paseos nómadas lo que se gana en precisión técnica. Un Ovni que les aparece en una pantalla a personas que ya lo esperan se convierte en animal de caza y los funcionarios en cazadores modernos; en lugar de astucia y puntería, aptitudes informáticas.
Quizá lo importante, venido del cielo, no sea detectable por la disciplina, sino por la suerte. Se trata de algo que aparece, venido no se sabe de dónde. Y no algo que se excava hasta destaparse como un cofre.
Y de inmediato pienso en alguien que cumple horarios para intentar detectar a Dios en el vasto espacio. Dios les aparece a los que se esfuerzan, podrán unos pensar. Dios les aparece a los que tienen suerte, podrán pensar otros.
Imagino además un personaje que madruga para ver si encuentra a Dios; y otra que se acuesta tarde para ver si encuentra a Dios. Talvez uno y otro pierdan ese gran encuentro por un minuto.
2.
Se habla de cualquier cosa surgida detrás de las nubes, el año pasado, un dron en forma de disco. Los drones espías vienen de todos lados, pero no exactamente del cielo no terrestre.
Una cosa es ser curioso, otra es ser espía. Un ovni espía pertenece al mundo de los mapas y de la política, un ovni curioso pertenece a una mitología antigua y moderna, a un imaginario. Son dos mundos muy distintos. El del mapa y el del ensueño.
La enfermedad
1.
Nunca se ha hablado tanto de enfermedades.
La enfermedad como forma de que la biología obligue el cuerpo a estarse parado – localizado en el mapa, del vasto mundo y de la pequeña casa, con un X evidente. El enfermo está allí, se vuelve inmóvil; deja de ser bípedo y nómada: se vuelve un sedentario tumbado; un cuerpo que levanta el brazo como el brazo es levantado en cualquier naufragio. Pide agua o comida o atención a los demás -esa cosa no material que casi ocupa más espacio en la ansiedad general del organismo que el hambre y la sed; el cuerpo se queda habitante horizontal de una cama, y el techo de la habitación es el horizonte vertical posible. Un cielo bajísimo (tres metros y poco) de pladur y pintado de blanco; el material del cielo ha ido perdiendo tics inmortales y ganando grietas fáciles y rasuras -y en casa el enfermo se da cuenta de eso claramente; el cielo posible y privado ya se está resquebrajando y es necesario contratar estuquistas para colocarlo (el techo de la habitación) de nuevo en el mundo de lo uniforme. Un enfermo debería ser tumbado sobre las hierbas a cielo abierto para que el cielo no estuviera hecho de material tan poco emocionante. Pero hace frío afuera; y dentro de casa no tanto. Estar enfermo en invierno es mucho peor.
2.
Hay un verso de García Lorca -una bala certera en el entendimiento que no mata, aclara. Así los buenos versos.
El verso de Lorca: “la noche es interminable cuando se apoya en los enfermos.”
Estar tumbado durante el día es hacer del día noche oscura. Es el cuerpo de cada uno el que define la claridad o gran nocturno del horario. Cuando duermes -o simplemente estás tumbado alrededor de cualquier temperatura del organismo, como las clásicas familias alrededor de la chimenea -cuando duermes es, entonces, noche, incluso si son las cuatro de la tarde y el sol allá arriba parece inequívoco y universal.
Estar enfermo en parte es eso: aumentan las horas nocturnas del calendario y el cuerpo exige una atención de ministro tonto y vanidoso.
No te alejes de mí, dice el cuerpo a lo que queda de inteligencia mínimamente activa que quiere pensar en otros asuntos. Y aquí nos quedamos: al lado del cuerpo como si fuera nuestro.
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Originalmente publicado no Jornal Expresso
Traducción de Leonor López de Carrión