Entre la gloriosa faja salomé y el gimnasio estoy sentada deliberando sobre los porqué y cómo y dónde de la actividad física. Antes, viviendo en Polonia todo eso no tenía tanta importancia, por las siguientes razones…

PRIMO: medio año es invierno y no importa el cuerpo que llevas cubierto debajo de toneladas de suéters, ropa interior para esquiadores con su termo-tecnología cósmica, calzones calientes estilo abuela y abrigos invernales siempre excesivamente caros.

SECUNDO: correr detrás de un autobús/metro y/o volver a pie a casa del trabajo o escuela o incluso borracho del club se considera un deporte legítimo y es pan y mantequilla de la gran parte de la sociedad (quema más calorías eso que sus carros y sus yeepetas queman gasolina, mis estimados señores…).

TERTIO: todos (o mejor dicho todas) alrededor de ti son tan imposiblemente flacos que realmente asumes que no vale la pena hacer nada, ya que nunca alcanzarás su ideal y por consiguiente te deja de importar.

Pero aquí, en la isla de los cuerpazos fuertes, atléticos y modelados, en la cuenca de gimnasio, ejercicio y jogging las cosas no se ven tan fácil. Esto resulta aún muy difícil para una persona que toda su vida ha tratado los ejercicios como un castigo-tortura.

Me ayudó un poco tener novio “freaqui” del gimnasio y del deporte; saben, al principio hay que mantener el atractivo y el juego de “si me encanta todo lo que hagas”, entonces probé de muchas cosas. Gimnasio, tenis, natación, correr, patinaje, bicicleta, montañismo… Además, intenté huir de dicho novio y sus locamente exageradas demandas de la actividad física.

Me compré también (como me gusta hacer la publicidad merecida) la gloriosa faja Salomé (creo que la palabra gloriosa debería formar parte de su actual nombre mercantil.  Curiosamente, repito “ la faja Salomé” porque me da súper gracia este nombre y la multitud de sus anuncios esparcidos por toda la ciudad, PERO para ser justa les reporto que la mía se llama Leonisa (igualmente sexy, deben admitir).

¡Pero, PERO! Como las bellas mujeres de la Quisqueya pueden confirmar, la faja no siempre basta. Como hoy me gusta el latín y su encanto hipster-intelectual repito PRIMO: la última palabra que se puede utilizar hablando de las fajas es “cómoda” SECUNDO: no pertenecen al grupo de las mercancías de precios más asequibles en el planeta TERTIO: hay momentos en la vida que hay que verse bien y sexy aún hasta SIN la faja… ja, ja, ja, todos saben de qué estoy hablando (en la playa por ejemplo, ¡mal pensados!)

Entonces, se necesita motivación para empezar a amar hacer ejercicio. Pero, ¿cómo? Yo tengo un problema particular, porque en el momento cuando sé que es ejercicio, que es obligación y que tengo que esforzarme, me frustro, me canso y me aburro. Pues, siempre tengo que hacerlo parecer “fun” y pasatiempo, como un juego o algo. Por eso siempre tengo que hacer algo nuevo e interesante – y como se imaginan no es muy fácil cambiar de gimnasio y de rutina todo el tiempo, ni es muy económico.

Dicen que uno, después de forzarse un poco, al realizar un proyecto de “soportar el deporte”, de hecho se acostumbra tanto al ejercicio que le comienza a gustar hacerlo. Y parece que puede ser la verdad. Después de algunos meses de drama, me estoy enfocando más y me estoy sintiendo más y más a gusto. Esa es la historia oficial y bonita.

Pero, la verdad nunca es tan bonita. Y puedo fuñir con la definición de la motivación cuanto quiera y puedo gemir y lloriquear y comprarme mil fajas, PERO la verdad “no tan bonita” es que me gusta más y más el ejercicio porque “TARAN!” en un mes vuelvo a ver a mi madre.

¡Nos vemos en la pista!