La Jerarquía de la Iglesia Romana todos los años publica Cartas Pastorales.  De niña solo recuerdo la de 1960, porque tomó a todo el mundo de sorpresa.  Uno de mis tíos, que no pisaba una Iglesia, ese día peinó todas las misas y de sus labios la escuché, en mi casa.

Y no era para menos.  ¿Finalmente, bajó el Espíritu Santo y tumbó a los obispos de sus caballos?  Nadie lo podía creer.  Y no es que la gente fuese incrédula.  Nada de eso.  Es que después de 30 años escuchando Te Deums, viendo sotanas desfilar y llenarse el plato en los banquetes del palacio, hablar de la santidad del matrimonio y sin divorcios mientras a Trujillo le anulaban el suyo porque quería cambiarse la pareja, nadie esperaba, y repito, nadie esperaba que la Iglesia hablase la verdad.

No fue el Espíritu Santo que los bajo del caballo, fue Juan XXIII que cambió el nuncio en 1959 y este los convocó para que siguieran la orden del Papa.  Ya el régimen se derrumbaba, desde dentro y desde fuera.  Siempre quedó la duda del oportunismo, para seguir como el corcho, nadando en todas las aguas.

La Pastoral de éste 21 de enero es más de lo mismo.  El discurso es abstracto, alienado de la realidad, soso, repetitivo, doctrinario y repartidor de recetas que no funcionan.  Moralizador para los de fuera e incapaz de aplicarse lo que predica.  Sus discursos la desnudan.  Resulta por demás hipócrita que una Iglesia denuncie antivalores mientras esconde a sus curas pederastas y olvida las víctimas y sus familias.  Mientras se las arregla para que en Republica Dominicana ningún cura pederasta sea encarcelado.  Mientras excomulga, etiqueta de asesina, y envía a la cárcel a una niña y a quien la asista a abortar el fruto del incesto o la violencia; aunque muera en el intento.

Resulta hipócrita hablar de soluciones mientras bloquea en el Congreso las dos legislaciones que enfrentarían el problema de la violencia contra la mujer, y harían respetar sus derechos a la salud sexual y reproductiva.

Así habla la Autoridad:  “Dialogando en la verdad, renovemos la sociedad en sintonía con nuestro Plan Nacional de Pastoral, invitamos a todas las familias dominicanas a fomentar el valor del diálogo, de modo que haciendo uso de éste, crezca en todos los hogares un clima de entendimiento, comprensión, tolerancia y paz”.  ¿Desde cuándo dialoga la Iglesia?  ¿Acaso participó en las vistas públicas sobre el Nuevo Código Penal?  ¿Acaso no impone el miedo al castigo eterno y convierte en leyes sus preceptos para poner más carga y más sufrimientos sobre las espaldas de las mujeres pobres?  Obstaculizó los cambios en el Código Penal no dialogando, tras bastidores.

Pero es la otra Carta Pastoral del 21 de enero de 1938 la que refleja su rol legitimador de la corrupción y del genocidio, sin asumir responsabilidad, reconocerlo, y pedir perdón.  Debe confesarse con el pueblo, y dejar de exigir que otros lo hagan.  En 1938 el Arzobispo escribió la Carta Pastoral en momentos en que Trujillo, presionado internacionalmente por la masacre haitiana, se vio forzado a emitir una declaración oficial al pueblo dominicano anunciando su retiro de las elecciones de 1938 y designando su candidato.  El Arzobispo envió la Pastoral en ocasión del día de la Altagracia, para ser leída en todas las Iglesias:

"Estamos para celebrar la festividad Nacional de Nuestra Señora de la Altagracia, madre de los dominicanos.  Acudir a ella en las necesidades que afectan la vida misma de la Patria es tan natural para nosotros como el niño acudir a los brazos de su madre

Creo que este es el día oportuno para que en todas las iglesias de la República se pida a la Virgen de Altagracia que ilumine al Honorable Señor Presidente de la República en el sentido de reconsiderar su decisión expresada en el histórico documento que acaba de conocer el país.

Vuestra Reverencia exhorta a los fieles que eleven una ferviente plegaria colectiva con el fin indicado"

Esta Carta no la leerán ni discutirán los estudiantes, cuyas aulas han sido normadas para seguir el Derecho Canónico y la Ley Divina que todavía rige la nación Dominicana según el Concordato Trujillista de 1954