Como hombre del mundo literario que al fin y al cabo es, al respetado caballero que es Diómedes Núñez Polanco le ha dado con hacer poesía y a vincular fuerzas ocultas a la profunda  crisis que padece su Partido de la Liberación Dominicana.

Por eso escribió recientemente un artículo en el que proponía que el PLD volviera a sus raíces, vale decir, que retornara al abrazo de los principios éticos, a la visión del partido al que se vendría a servir para desde él servir al pueblo, como soñó Juan Bó.

Independientemente de las interpretaciones filosóficas a que nos llevó Heráclito al visionar que nadie se baña dos veces en el mismo río, porque las aguas pasadas no son las mismas y porque aquel que se bañó ayer es hoy otra persona, hay hechos incontrovertibles demostrativos de que el PLD de ahora no es el mismo de “las raíces”.

Defiendo el criterio de que la crisis del partido de gobierno trasciende al debate maniqueo sobre cuál de Danilo o Leonel llevó al país a los peores niveles de desinstitucionalización, de renuncia al compromiso de marcar las líneas maestras de un modelo de desarrollo inclusivo, equitativo y sostenible, que colocara los intereses generales del país por encima de todo y de todos.

Que en vez del enorme déficit institucional que le dejan entre los dos al país, empezando porque no disponemos de la base del régimen democrático al que don Juan dedicó buena parte de su vida -si lo sabrá Diómedes Núñez, su pulcro asistente- que es la independencia y separación de los tres poderes del Estado.

Ese déficit de la plataforma básica de la democracia que nos dejará el PLD cuando salga de buena o mala manera del poder en 2020, se produce a contracorriente de los avances que se producen en las democracias parlamentarias en buena parte del mundo, empezando por los Estados Unidos, y hasta en Haití, precisamente en Haití, donde Bosch afirmaba que no se podía hablar de democracia, donde el Congreso obliga a los presidentes a desandar pasos perdidos.

Y hay lo que considero el peor de los déficits que deja al país el paso del PLD por el poder, que es el envilecimiento de tanta gente e instituciones que antes no lo eran, y que hoy han perdido todo asomo de integridad, a cambio de estar en buenas con el poder.

Como para variar y ahora dándole un giro inesperado  a su visión sobre el tema, esboza el poeta que a la división del PLD apuestan fuerzas nacionales e internacionales, esperando uno que de momento no columbre el buen Diómedes visajes alienígenas en el bollo de fuerzas moradas que se repelen.

Sostengo, y no sé si Diómedes puede verlo,  que por encima de las ambiciones desbordadas y de los apetitos de Danilo y Leonel, al PLD lo corroe una crisis identitaria, de identidad, porque ese partido Juan Bó lo formó inspirado en unos elevados propósitos patrióticos y de pundonor  democrático a los que hace tiempo renunciaron los tutumpotes del partido.

No somos quienes observamos y opinamos desde fuera los que advertimos los daños irreversibles que ha sufrido la marca PLD en el disfrute del poder.

Son algunos importantes dirigentes del partido, de sus comités Político y Central  quienes han subrayado, escrito está,  cómo el PLD perdió el rumbo ético, el fiel de la institucionalidad y la plomada del desarrollo de nuestro pueblo.

Aterriza, Diómedes, ya eso no tiene componte, no busques culpables afuera, que el enemigo es adentro que está.