A solo tres meses y medio de las elecciones presidenciales, ya ha comenzado otra guerra paralela al activismo político: es la de las encuestas, entre las que nunca falta una a la medida como traje de sastre.   Estas podrán diferir en cuanto a las preferencias del electorado y  los números que atribuyen a cada uno de los candidatos en una contienda que ya luce polarizada entre el Presidente Danilo Medina a la búsqueda de un nuevo período de gobierno y Luis Abinader, que si no la totalidad ha logrado sumar a su proyecto el apoyo de varias organizaciones oposicionistas.

Pero en lo que todas las encuestas han mostrado consistente coincidencia es al identificar los principales motivos de preocupación de la ciudadanía.   Tres encabezan la lista: el auge de la criminalidad; el costo de la vida y el desempleo.  De hecho, se presentan  en ese mismo orden.

No tienen, pues,  que esforzarse en demasía los estrategas de ambos candidatos para diseñar los programas respectivos de gobierno y ofertas de campaña.  Basta con que hagan énfasis en la respuesta que darían a estos tres problemas que relegan todas las demás posibles causas de inconformidad,  desde la sempiterna queja por las tradicionales fallas de la  electricidad hasta la no menos persistente crisis hospitalaria.   Y esto incluye el de la corrupción, tan manoseado por la oposición, focalizado al principio en el ex Presidente Leonel Fernández cuando se pensaba erradamente que sería nuevamente el candidato del PLD y ahora derivado hacia el gobierno,  el cual no ha podido calar lo suficiente hasta ahora para convertirse en tema central de un discurso político que capte el interés prioritario de la ciudadanía traducido en votos.  La mejor prueba pudiera ofrecerla Guillermo Moreno, cuya campaña se ha concentrado básicamente en ese punto y al que las encuestas colocan en una muy distante y poco incidente tercera posición.

Lo que ocurre es que la gente se guía por sus requerimientos más inmediatos.  De ahí, la importancia que cobra elevar los niveles de seguridad ciudadana que,  aún superiores a los de otros países de la región como Honduras, México o Venezuela, por citar solo tres casos, salen muy mal parados cuando se comparan con los que prevalecían en el nuestro años atrás, cuando el narcotráfico apenas asomaba su garra; el sicariato era una figura inexistente y la delincuencia menor, ni estaba armada ni mostraba la agresividad y violencia que la acompañan al presente.

Así pasa también con el costo de la vida, que para la mayoría de los dominicanos que trabajan y reciben ingresos  insuficientes para cubrir sus mínimas necesidades se convierte en un ejercicio permanente de malabarismo económico, mientras que para ese restante treinta y cinco o cuarenta por ciento que se enmarca entre los límites de la pobreza,  resulta un auténtico milagro de sobrevivencia.

La falta de empleo, única forma efectiva de combatir la pobreza, que se estima anda de ronda por el 15 por ciento, se torna más angustiosa y crónica en el caso de la juventud donde la tasa de desocupación laboral se eleva al doble del promedio general y constituye una de las principales causas del auge de la delincuencia a edades tempranas.

Incidentalmente, en este sentido, el padre Luis Rosario, Coordinador de la Pastoral Juvenil de la Iglesia Católica, llama la atención al hecho de que nuestros jóvenes están desamparados, crecen y se desarrollan huérfanos de valores morales y cívicos.  El laborioso sacerdote atribuye acertadamente esta situación multifactorial, sobre todo  a la crisis de la institución familiar en nuestro país, donde es cada vez más evidente la desintegración de los hogares.  Bastaría tomar como evidencias el hecho de que hay más de un millón de madres solteras, en buena parte adolescentes; un escandaloso índice de paternidad irresponsable de “si te he visto no me acuerdo” y una elevada tasa de matrimonios que se divorcia antes de los cinco años.

Pero estos últimos temas, que constituyen peligrosos síntomas de degradación social, lamentablemente  ni figuran en las encuestas, ni en los programas de los partidos, ni al parecer la ciudadanía toma conciencia de su enorme importancia y gravedad con vistas a un futuro cuyas posibilidades de convivencia y progreso se van acortando cada vez más en el tiempo.