Corría la mañana del último domingo del año 2004, cuando en compañía de mi mamá y mi hermano, visitamos el Museo Nacional del Prado en Madrid, España. Mi hermano, quien se encontraba en dicha ciudad por motivo de estudios y a sabiendas de la visita, había planificado el paseo por los museos mucho antes de nuestra llegada.

Forrados hasta los tuétanos por el frío intenso, llegamos a la estación de Atocha, la misma que meses antes había sido uno de los blancos de los Atentados del 11 de marzo, tomamos el Paseo del Prado, en el camino mi hermano nos explicaba cada cosa, hasta llegar a nuestro destino.

Las Meninas, de Velázquez

Ya en el museo, disfrutando de cada detalle del mismo, de un momento a otro llama mi atención una obra de gran tamaño,  se trataba de “Las Meninas”. Esta pieza que data de 1656, considerada  una Obra Maestra del Barroco y del Siglo de Oro español, ha sido objeto de múltiples estudios en diferentes perspectivas. Desde su composición, hasta mensajes subliminales que se le acuñan al autor, Diego Rodríguez de Silva Velázquez o Diego Velázquez, como solía firmar, ya que había adoptado el apellido de su madre.

Las Meninas, título con la que se conoce hoy en día, gracias a Pedro de Madrazo, quien en 1843 realizó el catálogo del Museo del Prado, se ha conocido con diversos títulos. Pero en 1666 se le llamaba “La señora Emperatriz con sus damas y una enana” y en 1734 “La familia del rey Felipe IV”.

En lo que respecta al encuentro entre Las Meninas y yo, éste se extendió unos cuantos minutos, el silencio fue el protagonista y la sensación que experimenté está congelada en mi recuerdo. Más que goce estético, me envolvió la magia que existe en torno a esta obra de arte, sobre todo porque crecí viéndola en una esquina de los libros, siendo en realidad más de cien veces el tamaño, 318 x 276 cm.

Pasado un tiempo prudente se acercó mi mamá y me pasa la mano por la espalda y me sonríe, veo a mi hermano y también me sonríe, luego mami dice, continuemos, siguiendo así el paseo por el museo.