El palacio estaba avisado, la tormenta llegaría a la isla. Joao Santana estaba preso y Lula sometido a la justicia. Era cuestión de tiempo. Supongo que tomaron medidas precautorias, buscaron la asesoría de Rondón, y se aseguraron que desde Brasil no habría delaciones. Campearían la tormenta como en otras ocasiones, serian vientos de los que no tumban  cocos ni cacos, nada que temer;  otro escándalo sin consecuencias. 

No fue así. Se les vino encima un huracán que destrozó las mismísimas ventanas del despacho presidencial, dejando al presidente en la  más difícil encrucijada de su carrera política, ambiguo frente al dominicano y el  mundo.

Si bien es verdad que tres presidentes tendrán que declarar, o se supone que lo harán, sobre el escándalo que hoy conmueve a esta sociedad,  Punta Catalina y  las coimas de Odebrecht, quien aparece íntimamente vinculado es al actual mandatario. Su firma autoriza el contrato y los préstamos aberrantes para costearlo. Es él quien exhibió orgulloso su estrecha colaboración con la empresa constructora, con  Lula da Silva, y con el tenebroso asesor Joao Santana (todos en manos de la justicia  o encarcelados).

Por consiguiente, en este embrollo, si no se puede demostrar rápida y convincentemente que el gobernante Danilo Medina es inocente, queda bajo sospecha. No queda culpable, tengámoslo claro, queda bajo sospechosa.

Inusual encrucijada presidencial: bajo sospecha, jefe del ministerio público, firmante de un contrato irregular, préstamos  ilegales, colaboradores implicados, un pueblo indignado esperando justicia, y presión EUA. Este es un laberinto de extraordinaria complejidad, aun para el más hábil de los estrategas.

Cualquier investigación oficial carece de legitimidad tomándose  en cuenta que el jefe del ministerio público pudiera estar implicado, y que esa institución, vejada y manipulada por partidos y gobiernos durante décadas, carece de credibilidad pública. Desconfianza a montones produce el hecho risible de que la gran mayoría de los “santos inocentes” que han desfilado ante el procurador pertenecen al mismo partido del magistrado y del presidente. Solamente estas irregularidades bastarían, en cualquier sociedad civilizada, para invalidar el proceso judicial y nombrar un Fiscal Especial.   

Conociendo el recelo que arrastra el ministerio público, el jefe del gobierno  creyó encontrar una salida airosa: diseña una comisión. Pero, en menos de lo que canta un gallo, se le desploma. Aparecen en ella opositores y propios recibiendo cheques de organismos oficiales, y beneficiarios del mega proyecto energético. Jueces  y partes, dice la gente.  La comisión agoniza.

Mientras tanto, Rondón sigue de ronda en sus naves aéreas y terrestres. Como un ágil malabarista mete dinero por abajo y los saca por  arriba, desaparece nombres propios y ajenos de cualquier inmueble o cuenta bancaria. Las cárceles siguen esperando. Odebrecht, una vez más, quiere arreglar las cosas con dinero, y ¡que siga Punta Catalina!

Extraordinaria encrucijada en la que se encuentra un presidente que, por lo demás, caminaba triunfante y saltaba  charcos  sin mancharse. Hoy, la obra que más atesoró, “su metro”, comentan algunos, está contaminada por el mayor entramado de corrupción jamás desvelado en estos vandálicos mundos políticos latinoamericanos. Al parecer, este charco es difícil de saltar.

Pero viene a ser, que a pesar de los pesares, el pueblo siempre  da el beneficio de la duda a su presidente. Espera sus explicaciones para desmantelar esa lúgubre visión de que se encuentra en una terrible encrucijada. Quieren escucharle decir: “lavabo inter innocentes manus mea”