Han post-puesto el entierro.

Era tan poca la esperanza de mejoría, tan mínima la expectativa de vida, que quise rendirme, y abandonar la lucha. Por eso, la situación me tuvo sin cuidado por un tiempo. No fue cuestión de orgullo, fue cuestión de dignidad.

Ella me descuidó a mí por mucho más tiempo aún.

Pero hay que hacer un esfuerzo para refinarse más allá de eso, y ver que no fue su culpa. A la educación, quizás en defensa propia, le toca hacer de espejo, y ponernos cara a cara con su asesino. Ser reflejo de quién instaura sus corrientes y conductas.

Su féretro son nuestras pupilas.

Por supuesto que ella no es la culpable.

Hacia los verdaderos culpables nos dirigimos, con el indebido respeto, para cosas simples y sencillas como dar los buenos días. Los buenos días… Puede ser una vaga posibilidad, pero creo que más bien es evidencia de haber oprimido el botón equivocado, una alteración de la consciencia, o amnesia.

Buenos días serán aquellos en los que el silencio deje de rechinar. Aquellos en los que, los que no puedan alumbrar sus hogares con un bombillo, esperen al Sol para iluminar las páginas de un libro. Aquellos  en los que un sistema abstracto deje de modificar los pensamientos. Aquellos días en los que el corazón de nuestra educación, ese músculo sobrecargado de nuestras carencias, deje de latir sin fuerza.

Esos débiles latidos, son lo único que tenemos para saber que verdaderamente, aún vive. La única prueba de que  este estancamiento obligatorio, es sólo un punto medio entre lo que fuimos y seremos, que en lugar de llamarse presente, debería llamarse ausencia. Una ausencia de tantas cosas… Pero sobre todo, de educación.