En todos los lugares del mundo podemos encontrar sonrisa y calidez en las personas con las cuales nos topamos, aún en aquellas ciudades que tienen reputación de ser frías, secas y sombrías. En el frío aparente, puedes encontrar una flor. Particularmente creo, que tu realidad dependerá de cómo mires la vida, cómo te acerques al mundo, cómo lo interpretes, y cómo transformas los condicionamientos de tu cotidianidad.
Eso fue lo que me pasó el 12 de marzo del 2018. Al final de mi jornada de trabajo en Londres, salí a visitar a una familia amiga, la cual me había dicho con lujo de detalles cómo llegar a su casa, qué tren tomar y en cuál estación quedarme. Hacia el año 88, cuando salí de mi barrio, me comencé a dar cuenta que tenía un tema especial con los mapas. Después que comencé a visitar otros países, me he dado cuenta de que he de dedicar también especial atención a las indicaciones para cuando tengo que viajar en tren. Actualmente tengo la seguridad que eso será diferente con mis hijos.
Ese día, he tomado el tren rumbo a mi destino. Cuando ya me doy cuenta de que tengo mucho tiempo en él, más del tiempo esperado para llegar a mi estación, le pregunto a una señora dónde quedaba mi estación de destino, ella me responde con cierto dejo de tristeza que ya la he dejado atrás. Inmediatamente me bajé de ese tren.
En la oscuridad y con el frío de la noche, me sentí solo y perdido. En el andén veo a una señora de casi cincuenta años pegada a su celular, a quien le pido ayuda. Ella me presta atención como si fuéramos antiguos conocidos. Subimos al mismo vagón, me explica con detalles dónde debo quedarme, y cuando comienzo a bajarme para tomar la próxima conexión de tren, ella me despide con una sonrisa y cruzando los dedos de ambas manos, me desea suerte. Ella fue un ángel del camino.
Al salir del tren, y a pesar de que la temperatura estaba a unos 7 grados C. Ya no siento frío, los ángeles del camino me han acogido con su palabra, su sonrisa y su mirada. Vi con claridad el recorrido, no sentí frío y me sentí acompañado.
Luego al llegar a la casa de la familia amiga me sentí acogido. Conversación fluida con todos. Humanidad y calidez juntos de la mano.
Londres no es ni frío ni seco ni sombrío.
En definitiva, todo lo que nosotros hagamos y seamos dependerá en gran medida de cómo veamos el mundo y cómo actuemos de cara a él. O parafraseando a Zubiri, cada persona ha de hacerse cargo de su realidad, ocuparse de ella, para acogerla, transformarla, y transformarse junto a ella. No somos marionetas del destino.
La realidad que vemos, el mundo que tenemos y lo que somos han sido en primer lugar una creación mental que luego transformamos en actos. Con razón decía el filósofo francés Cogito ergo sum.