En un escenario futuro  ideal,  al parecer improbable, con las fuerzas políticas mayoritarias compitiendo en un marco de absoluto respeto a las ideas del contrario, y el gobierno sirviendo de garante imparcial del proceso democrático, los dominicanos podrían sentirse motivados a unirse en un gran concierto de voluntades para ayudar a que las administraciones concluyan su mandato en buenos términos con la sociedad. Así, los gobiernos que nazcan cada cuatro años podrían iniciar su gestión sin mayores dificultades, para beneficio de la república.

Confieso que estas aspiraciones sólo caben en la tranquilidad de unas vacaciones, observando las serenas olas del  océano, lejos de las estridencias políticas de un país que, como el nuestro, no sale de una. Pero como soñar no cuesta nada, según el viejo refrán dominicano, este gran anhelo podría ser convertido en realidad si la nación se lo propone, para lo que se haría necesario echar a un lado las pequeñeces y mezquindades que tanto nos separan aún en los momentos cruciales e incluso cuando todo parece indicar un clima de coincidencias de pareceres.

Para alcanzar esas metas sería imprescindible un fuerte compromiso de las entidades políticas y la sociedad civil para fortalecer las instituciones democráticas, afianzando la independencia de los poderes, a fin de que actúen con plena y absoluta libertad dentro de los marcos establecidos por la Constitución y las leyes. El respeto y la solemnidad que se le debe a esa carta, implicaría la necesidad de reformarla cuantas veces se haga necesario por el bien de la nación, en el entendido de que  una reforma no implica necesariamente violarla siempre que se observen las reglas que ella impone para hacerlo. Así ocurrió con las últimas cuatro: las del 1994, 2003,2010 y 2015. Todas ellas con un mismo propósito, que no fue otro que la reelección presidencial.