¿Qué significa ser un servidor público? La respuesta yace en el alcance de sus obligaciones. Las obligaciones provienen de lugares muy distintos. Una parte de la obligación nace de la relación contractual; de los marcos normativos que regulan el comportamiento y de las expectativas de cumplimiento de dichas normas. Por otro lado está la obligación que emana del sentido de compromiso para con el bien común, eso que el profesor Mark Moore (1981) llama el valor de la beneficencia: “hacer todo lo posible por ayudar a los demás.”

Para Moore, el valor de la beneficencia está relacionado con la responsabilidad moral que surge del carácter público de las tareas del servidor. No obstante los mandatos definidos para cada posición, las tareas de carácter público siempre vienen acompañadas de un poder discrecional. Es en ese poder discrecional que radica la beneficencia. En un país donde la política está en las manos de los autoritarios de siempre, la pregunta no es si hacer uso de la discrecionalidad. La pregunta no es si debemos correr la milla extra. ¡La tenemos que correr! La pregunta correcta es ¿para qué? ¿Qué nos motiva a correrla?

Tomemos el caso del actual rector de la UASD. ¿Qué tipo de motivación caracteriza a una persona que luego de trabajar 30 años en la institución y que por ende la conoce en detalle, opta por ocupar la rectoría para luego ganar y condicionar sus responsabilidades a un aumento presupuestal de RD$5 mil millones? ¿Es la “falta de presupuesto” el único problema que afecta a la UASD? ¿Acaso no hablamos de una universidad caracterizada por una excesiva burocracia, bajas exigencias académicas de entrada y un fuerte estigma social? ¿Acaso no aspiró al cargo para dar frente a esos problemas que no sólo dependen de la cantidad de recursos financieros?

Otro caso donde se evidencia la ausencia de beneficencia radica en el equipo encargado de diseñar la “política fiscal” del Estado dominicano. Todos los gobiernos que han administrado nuestro Estado han optado por imponer nuevos impuestos, siempre bajo el argumento de que tenemos una “baja presión tributaria, sobre todo cuando nos comparamos con otros países de la región.” Sucede que eso es válido sólo cuando la población reconoce que el gobierno de turno ha hecho todo lo posible por invertir de manera adecuada el dinero recaudado, cuando el pueblo reconoce que el uso del tributo se destina a garantizar nuestros derechos fundamentales, no cuando todos saben que ese dinero va a beneficiar a unos pocos que buscan hacer de la política un buen negocio.

La beneficencia es por tanto un requisito obligatorio para todo aquel que quiera servir al Estado dominicano. Por eso no me cansaré de repetir: para empezar a comportarnos como país que se respeta, bastaría con un liderazgo más honesto y transparente. A eso debemos aspirar hoy y siempre: a una política de decencia; una política al servicio de la nación dominicana.

Quizás por eso muchos están comenzando a entender, que los planes de gobiernos son importantes si y sólo si los candidatos que los proponen tienen la calidad moral para hacerlos cumplir. Difícil ser un servidor público sin ella.