Si buscamos bien, gran parte de lo que logramos en nuestras vidas tiene soporte en lo inspirado por al menos uno de nuestros maestros.
La labor docente implica desde entender ciertas influencias del hogar o del entorno, trabajar con condiciones que muchos no logran ni siquiera detectar y hasta desconectar situaciones del entorno personal, siempre con tal de garantizar el más adecuado ambiente para pulir el talento de seres humanos que necesitan aprender.
Si nos vamos a la Grecia antigua encontraremos que Aristóteles, con todo y aportarnos su liceo, además de abrir las posibilidades para que hoy apliquemos lógica, lo hizo luego de viajar desde Estagira hasta Atenas, para tomar de la fuente de Platón, quien había hecho algo similar con Sócrates.
Si revisamos el proceso emancipador de nuestro continente encontraremos que Simón Bolívar, a quien se considera el americano más importante del siglo XIX, quien viviendo solo 47 años liberó cinco naciones, con hazañas que superan a Napoleón, Aníbal y Alejandro Magno, debe gran parte de sus logros al maestro Simón Rodríguez.
En nuestro país encontraremos que los llamados “hijos de Machepa”, quienes aprovecharon la misa de aquel 16 de julio para reunirse y formar la sociedad secreta La Trinitaria, que luego hizo posible el nacimiento de lo que hoy tenemos como República Dominicana, tomaron de la fuente del padre Gaspar Hernández.
Visto así, Sócrates, Simón Rodríguez y Gaspar Hernández, entre otros muchos, iniciaron labores que hoy continúan en una expansión que incide y posibilita que entendamos, adaptemos y repliquemos lo que hemos recibido y no sabemos hasta dónde habrá de llegar.
El tiempo sigue pasando. Las circunstancias siguen cambiando. Quien no aprende, como quien aprende y olvida, se ve en la necesidad de repetir los errores de otros. Esa realidad ha de plantear serios retos para esa labor que despierta y genera cambios que repercuten en los individuos y en las sociedades.
Ahora, cuando toda la humanidad tiene que afrontar el gran reto que representa vivir en un mundo con acelerado agotamiento de los recursos naturales, cuando se precisa de nuevas formas de relaciones con el entorno, cuando se ha vuelto impostergable aplicar nuevos modelos de desarrollo, solo el conocimiento bien gestionado garantizará ruta adecuada para avanzar.
Ahora, cuando existe tanta información, falsa o verdadera, pero sobre todo disfrazada, al alcance de cualquiera, precisamos de un saber que sirva para gestionar mensajes. Ahora, cuando vivimos tiempos en que da la impresión de que abundan las respuestas y faltan tantas preguntas, sobre todo las fundamentales, más que acumular hace falta aprender a priorizar las informaciones en función de su valor de uso.
Ahora, cuando se precisa de conocimiento orientado al desarrollo de las competencias de cada persona, donde su desempeño permita utilizar los recursos existentes, materiales y tecnológicos, físicos e intelectuales, cognitivos y emocionales de manera óptima y racional, como vía para conocer, interpretar y transformar la realidad, la labor orientadora ha pasado a operar en nuevos contextos.
Hoy vivimos en la denominada sociedad del conocimiento. Hoy necesitamos integrar tecnologías de relaciones, informaciones y comunicaciones a una labor que durante mucho tiempo se centró en un ejercicio depositario de quien tenía para dar y lo hacía ante quienes carecían de medios y de contenidos.
Hoy necesitamos de prácticas docentes que retomen los aportes de las ciencias, la tecnología y la humanística, del conocimiento en general, reconociendo, respetando y atendiendo la diversidad en el aula para poder impulsar una democracia participativa, respetando la diversidad y también la individualidad.
Hoy se impone combinar destrezas, conocimientos, aptitudes y actitudes, de manera que se rebase el simple “saber cómo” y se posibilite que el educando pueda generar un capital cultural o desarrollo personal, un capital social orientado a la participación ciudadana, y un capital humano o capacidad para ser productivo.
Necesitamos personas que, además de manejar saberes (conocimientos), tengan bajo su control sus interacciones sociales, sus emociones y sentimientos, así como sus actividades y, además, sean capaces de reconocer, interpretar y aceptar las emociones y sentimientos de los demás.
Los cambios imponen que el educando ocupe el centro de las acciones formativas. Eso conlleva tener pleno entendimiento de las implicaciones de una labor que ha de centrarse en pulir las capacidades de los seres humanos para aprender a entender, a ser, a hacer y a convivir. Muchas cosas han cambiado, pero el futuro de la sociedad sigue en sus manos, profe.