OBAMA EN ISRAEL: Cada palabra, la correcta. Cada gesto, genuino. Cada detalle en su lugar. Perfecto.
Obama en Palestina: Cada palabra, la equivocada. Cada gesto, el inapropiado. Cada detalle: fuera de lugar. Perfecto.
ASÏ EMPEZÓ, desde el primer momento. El presidente de los Estados Unidos llegó a Ramala. Visitó la Mukata’a, el “recinto”, que sirve como la oficina del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas.
Uno no puede entrar en la Mukata’a sin notar la tumba de Yasser Arafat, a sólo unos pasos de la entrada.
Es imposible pasar por alto este punto de referencia mientras uno pasa. Sin embargo, Obama logró hacer precisamente eso.
Era como escupir en la cara de todo el pueblo palestino. Imagine a un dignatario extranjero que visite Francia y no deposite una ofrenda floral en la Tumba del Soldado Desconocido. O venga a Israel y no visite Yad Vashem. Es más que un insulto. Es una estupidez.
Yasser Arafat es para los palestinos lo que George Washington es para los estadounidenses, Mahatma Gandhi para los indios, David Ben-Gurión para los israelíes: el Padre de la Nación. Hasta sus opositores internos de la izquierda y de la derecha veneran su memoria. Él es el símbolo supremo del moderno movimiento nacional palestino. Su retrato cuelga en todas las oficinas y escuelas de Palestina.
¿Por qué no honrarlo? ¿Por qué no colocar una ofrenda floral en su tumba, como otros líderes extranjeros han hecho antes?
Porque Arafat ha sido demonizado y vilipendiado en Israel como ningún otro ser humano desde Hitler. Y todavía lo es.
Obama, simplemente, tenía miedo de la reacción israelí. Después de su gran éxito en Israel, temía que ese gesto significaría deshacer el efecto de su discurso al pueblo de Israel.
ESTA CONSIDERACIÓN guió a Obama durante su corta visita a la Ribera Occidental. Sus pies estaban en Palestina, pero su cabeza estaba en Israel.
Entró en Palestina. Habló con los palestinos. Pero sus pensamientos estaban con los israelíes.
Aun cuando dijo cosas buenas, su tono estaba mal. Simplemente no podía dar con la nota correcta. De alguna manera perdió las señas.
¿Por qué? Por una total falta de empatía.
La empatía es algo difícil de definir. Yo me eché a perder en este sentido, porque tuve la suerte de vivir durante muchos años junto a una persona que la tenía en abundancia. Rachel, mi esposa, dio el tono correcto con todo el mundo, alto o bajo, local o extranjero, con los viejos y con los muy jóvenes.
Obama lo logró en Israel. Fue realmente increíble. Debe de habernos estudiado a fondo. Sabía de nuestras fortalezas y nuestras debilidades, nuestras paranoias y nuestras idiosincrasias, nuestros recuerdos históricos y nuestros sueños sobre el futuro.
Y no es de extrañar. Está rodeado por judíos sionistas. Ellos son sus asesores más cercanos, sus amigos y sus expertos sobre el Oriente Medio. Incluso, debido al simple contacto con ellos, es obvio que absorbió gran parte de nuestra sensibilidad.
Hasta donde yo sé, no hay un solo árabe ‒por no hablar de palestinos‒ en la Casa Blanca, ni en sus alrededores.
Supongo que Obama recibe informes ocasionales sobre los temas árabes del Departamento de Estado. Pero esas notas secas no son la materia de la que está hecha la empatía. Ni contienen lo que los diplomáticos inteligentes deben haber aprendido ya para no escribir cualquier cosa que pueda ofender israelíes.
¿Cómo podría este pobre hombre haber incorporado empatía hacia los palestinos?
EL CONFLICTO entre Israel y Palestina tiene causas objetivas muy sólidas. Pero también ha sido correctamente descrito como un “choque entre traumas”: el trauma del Holocausto de los judíos y el trauma de Nakba de los palestinos (sin que esto sugiera una equivalencia entre ambas desgracias).
Hace muchos años, en Nueva York, me encontré con un muy buen amigo mío. Él era ciudadano árabe de Israel, un joven poeta que había dejado a Israel y se unió a la OLP. Me invitó a conocer a algunos palestinos en su casa, en un suburbio de Nueva York. Su apellido, por cierto, era el mismo que el segundo nombre de Obama.
Cuando entré en el apartamento, estaba repleto de palestinos ‒palestinos de todas las tendencias, de Israel, Gaza, Cisjordania, de los campamentos de refugiados y de la Diáspora. Tuvimos un debate muy emotivo, lleno de discusiones acaloradas y argumentos contrarios. Cuando salimos, le pregunté a Rachel lo que, a su parecer, era el sentimiento común más destacado de todas estas personas. “¡La sensación de injusticia!”, respondió ella sin dudar un instante.
Eso fue exactamente lo que sentí. “Si Israel pudiera pedir disculpas por lo que le hemos hecho al pueblo palestino, se hubiera eliminado un gran obstáculo de la vía hacia la paz”, le contesté.
Hubiera sido un buen comienzo para Obama en Ramala si hubiera abordado este punto. No fueron los palestinos los que mataron a seis millones de judíos. Fueron los países europeos y ‒sí‒ EE.UU., que insensiblemente cerró sus puertas a los judíos que trataban desesperadamente de escapar de la suerte que les esperaba. Y fue el mundo musulmán el que les dio la bienvenida a cientos de miles de judíos que huían de la España católica y la Inquisición unos 500 años atrás.
NUESTRO CONFLICTO es trágico, más que el de la mayoría. Una de las tragedias es que ninguna de las partes puede ser enteramente culpada. No hay una sola narración, sino dos. Cada lado está convencido de la absoluta justicia de su causa. Cada parte amamanta a su abrumadora sensación de victimismo. Aunque no puede haber simetría entre colonos y nativos, ocupantes y ocupados, en este sentido son los mismos.
El problema de Obama es que él ha abrazado completamente, totalmente, una narrativa, que es casi por completo ajeno a la otra. Cada palabra que pronunció en Israel dio testimonio de sus arraigadas convicciones sionistas. No sólo las palabras que dijo, sino el tono, su lenguaje corporal; todo llevaba las marcas de la honestidad. Evidentemente, había interiorizado la versión sionista de todos los detalles del conflicto.
Nada de esto se puso en evidencia en Ramala. Algunas fórmulas secas, sí. Algunos esfuerzos honestos para romper el hielo, por supuesto. Pero nada que tocara el corazón de los palestinos.
Le dijo a su audiencia israelí: “pónganse en la piel de los palestinos”. Pero ¿hizo él lo mismo? ¿Puede él imaginar lo que significa esperar todas las noches el estruendo brutal en la puerta de su casa? ¿Ser despertado por el ruido de las excavadoras que se acercan, preguntándose si vienen a destruir tu casa? ¿Ver crecer un asentamiento que crece en su tierra y esperar que los colonos vengan y lleven a cabo un pogromo en su pueblo? ¿Ser incapaz de moverse por sus caminos? ¿Ver a su padre humillado en los bloqueos de vías? ¿Lanzar piedras a los soldados armados, con gases lacrimógenos, balas de acero recubiertas de goma y a veces municiones reales?
¿Puede imaginar siquiera tener un hermano, un primo, un ser querido en la cárcel por muchos, muchos años por sus acciones patrióticas o creencias, después de enfrentarse a la arbitrariedad de un “tribunal” militar, o incluso sin ser llevado a un “juicio”?
Esta semana, un preso llamado Maisara Abu-Hamdiyeh murió en la cárcel, y la Cisjordania estalló de indignación. Periodistas israelíes ridiculizaron la protesta, diciendo que el hombre murió a causa de una enfermedad mortal, por lo cual no se podía culpar a Israel.
¿Alguno de ellos puede imaginar por un momento lo que significa para un ser humano sufrir de cáncer, con la enfermedad extendiéndose lentamente por su cuerpo, privado de un tratamiento adecuado, separado de su familia y amigos; de ver la muerte que se aproxima? ¿Y si hubiera sido su padre?
LA OCUPACIÓN no es algo abstracto. Es una realidad diaria para dos millones y medio de palestinos en la Ribera Occidental y Jerusalén oriental, por no hablar de las restricciones a Gaza.
No se refiere sólo a los individuos a quienes prácticamente se les han negado todos los derechos humanos. Se refiere, principalmente, a los palestinos como nación.
Nosotros, los israelíes, quizás más que nadie, deberíamos saber que la pertenencia a una nación, en su propio estado, bajo su bandera propia, es un derecho fundamental de todo ser humano. En la época actual es un elemento esencial de la dignidad humana. Ningún pueblo se conformará con menos.
El gobierno israelí insiste en que los palestinos deben reconocer a Israel como “Estado-nación del pueblo judío”. Pero se niega rotundamente a reconocer a Palestina como “Estado-nación del pueblo palestino”. ¿Cuál es la posición de Obama al respecto?
Tras la visita, el secretario de Estado, John Kerry está trabajando duro para “preparar el terreno” para un “reinicio” de las “conversaciones de paz” entre Israel y la OLP. Demasiadas comillas para algo tan endeble.
Los diplomáticos podrán hilvanar frases huecas para conjurar la ilusión de avance. Ese es uno de sus principales talentos. Pero después de un conflicto histórico que ha durado unos 130 años, ningún progreso hacia la paz entre esos dos pueblos pueden ser reales si no se respeta igualmente su historia nacional, sus derechos, sentimientos y aspiraciones.
Mientras el liderazgo de EE.UU. no logre llegar él mismo a este punto, la posibilidad de que pueda contribuir a la paz en este país atormentado es casi nula.