Transcurría el año de 1971. En mi calidad de encargado de asuntos Obreros y Campesinos de la Federación de Estudiantes Dominicanos fui seleccionado, junto al compañero Fulgencio Espinal para viajar a Checoslovaquia, al Congreso Internacional de la Juventud a celebrarse en Praga por la Unión Internacional de Estudiantes (UIE), organización mundial que agrupaba gran cantidad de las organizaciones estudiantiles del mundo.

Este Congreso fue completado con una actividad en Helsinki, capital de Finlandia, en solidaridad con los pueblos del mundo que luchaban en contra del Apartheid.

Llegamos a Finlandia, Fulgencio y yo desconociendo cual era la situación real que padecían los negros en muchos países de África donde la sociedad minoritaria blanca se había hecho aprobar leyes segregacionistas que los condenaban a mantenerse marginados so pena de tener que sufrir condenas terribles, hasta la pena de muerte.

Y cómo podía yo saber esa condición de los negros si en esos momentos mi  maestro de biología en la universidad era el profesor meritísimo Dr. Rogelio Lamarche Soto, un negro respetado en todo el país por su sabiduría y accionar como hombre de bien.

Hoy, cuarenta y tres años después, me encuentro en la misma posición de antes, pero esta vez en respaldo a la lucha por los derechos de aquellos que por sus diferencias sexuales (noten que no digo preferencias sexuales, sino diferencias) son perseguidos, segregados, estigmatizados por ser gays

¿Cómo entender esa discriminación si mi mejor amigo y consejero era Pedro Muñoz, un mecánico de automóviles capaz de enseñar el funcionamiento de los motores de combustión interna, de dos y cuatro tiempos, el funcionamiento de las bombas aspirantes/expelentes y el principio de la electricidad?

¿Cómo entender que los negros no tenían derecho si uno de los grandes líderes de mi partido lo era José Francisco Peña Gómez, si nuestro orgullo en la música era el negro Johnny Ventura, si nuestro himno nacional había sido escrito por un negro nombrado Emilio Prud’Homme, quien como abogado llegó a presidir la Suprema Corte de Justicia?

¿Por qué en mi país muchos negros eran orgullo nuestro, mientras afuera (o en otras partes) hombres como Mandela y el Dr. Martin Luther King eran marginados legalmente?

Esa injusticia no podía aceptarse y mi voz se reveló uniéndose a la de millones de personas que protestaban  contra el Apartheid, hasta lograr destruir ese segregacionismo estúpido.

Hoy, cuarenta y tres años después, me encuentro en la misma posición de antes, pero esta vez en respaldo a la lucha por los derechos de aquellos que por sus diferencias sexuales (noten que no digo preferencias sexuales, sino diferencias) son perseguidos, segregados, estigmatizados por ser gays.

Me opongo decididamente a aquellos que pretenden trasladar a mi país los esquemas de persecución existentes en otras áreas del mundo donde hasta se les puede  condenar a muerte.

Algunos de mis mejores amigos son gays. Centenares de distinguidos hombres y mujeres dominicanos que conforman nuestro orgullo nacional son gays.

Muchos empresarios, artistas musicales, cantantes, médicos, ingenieros, militares, predicadores, sacerdotes, etc., son gays. Eso no se contagia y, aunque lo hiciera, nuestra obligación es respetarlos, aceptarlos y defenderlos porque un día llegará en que alguien de tu familia te dirá que es diferente.

Lo que más me agrada en esta lucha es que por fin el imperio yanqui y yo estamos de acuerdo. Gracias señor Embajador. Así interpreté su mensaje televisivo.