Asumimos el silencio aunque nos queme, aunque se nos incinere el alma y los sentidos. Cerramos nuestras bocas, nuestras gargantas, la palabra o los gestos que manifiesten dolor, impotencia, incredulidad, horror encarnecido, humano, fraterno. En todo lugar, en todo rincón del planeta sentimos ese miedo, esa opresión, el repulsivo manto de lo innombrable cubriendo al mundo, dominando, poniéndonos de rodillas, obligados a asistir (los que así tenemos la suerte) a la crueldad de los genocidas en hechos alegremente trasmitidos por cadenas noticiosas, paparazis del horror, selfish .

Hacemos mutis, autocensura (mirar al ombligo es la tendencia de moda). Nada está pasando, nada pasa. ¡Que se maten todos, qué eliminen a todos, que tumben de misilazos, pedradas, cortadas de ojos todo lo que cruce por el aire! -Quizás se tenga acierto y terminen bajando a uno que otro de esos presidentes que caen muy gordos y dan indigestión-.

¡Hay que callar! No decir “ni pio”.  Lo que ocurre, siempre que les ocurra a otros, puede ser ventaja; el mercado así lo explica. Igual la radio, el gobierno, los fondos buitres, petroleros, el lobby de las fábricas de armas, las farmacéuticas (incluso los tratantes de artes para los que trabajas y que desde hace un tiempo te tienen en esa lista nada simpática, pero imaginable).

¡Cállese! ¡Ni siquiera lo piense! Usted tiene más que suficiente con lo que ocurre en su patio. ¿Le parece poco el pavor que da salir a las calles? Policías y ladrones en una orgía de atracos, secuestros y muertes. Acaso es menos importante la miseria isleña, las pandemias, el oportunismo político, la burla socarrona de nuestros funcionarios al aumentarse los sueldos, mientras el único aumento que usted ve es el costo de la vida, los alimentos, el gas, la salud.

¡No diga nada como yo! Trague silencio, tráguese todo lo que le cause escozor, desesperación, preguntas mirando al cielo… Asuma el silencio aunque le queme, aunque le incinere el alma, aunque, pase lo que pase, por mera casualidad, la foto de una cría partida en dos en una playa sin nombre, de repente se le parezca a un tanto a su hija, a su hijo, al nieto del vecino que siempre juega en el patio.

¡No diga nada , coño!