Introducción

Mis creencias, convicciones y concepción política e ideológica, me permiten actuar con plena libertad, no me siento atado a nada ni a nadie; mis ideas políticas me sirven como guía para comportarme en una u otra forma y abrazado a ellas quiero vivir y morir. Espero que cuando desaparezca del mundo de los vivos, la posteridad juzgue lo que he hecho bien o mal, pero que siempre se examinen mis actuaciones dentro de la coyuntura o etapa histórica de mi país, y de qué lado han estado los intereses de lo que en verdad se llama pueblo dominicano. Nadie es bueno entero ni malo entero; desde el momento que el ser humano vive en sociedad, diferentes factores modelan o estructuran su forma de actuar en el medio circundante. En la sociedad dominicana nací y me he desarrollado y no soy extraño a ella.

La libertad de pensamiento que anido en mi cabeza me ha permitido compartir con hombres y mujeres de todos los continentes la lucha por un futuro mejor para toda la humanidad. En ese sentido, en distintos foros he unido mi voz con la de Nelson Mandela, Dolores Ibarrubbi, el obispo Núñez de Arceo, Gerard Pierre Charles, y en Santiago de los Caballeros, con los sacerdotes Nino Ramos, César Hilario y Jaime Rainier. Para luchar por las causas justas poco importan las ideologías.

Siempre he pensado y actuado con la plena creencia de que para las grandes mayorías nacionales, hombres y mujeres del pueblo, es más importante la alianza real, aquí en la tierra, en nombre de la conquista de comunes objetivos terrenales, que las discrepancias en torno al otro mundo, al cielo. La realidad práctica ha demostrado que mientras hace más de dos mil años, el cristianismo situaba la salvación en una vida futura, posterior a la muerte, hoy las masas cristianas están convencidas, sin renunciar a su salvación en el cielo, que es necesario y posible luchar por un paraíso aquí, en la tierra.

Ningún socialista o comunista ha dicho que el sistema socialista sea irreconciliable con la existencia y la práctica de la religión, y así lo comprueba la vida material y espiritual de aquellos hombres y mujeres que haciendo caso omiso a las diferencias ideológicas y religiosas han construido sociedades nuevas, sociedades socialistas.

En un mundo en “rápida transformación”, abriéndose la posibilidad de que, junto con los comunistas, millones de cristianos impulsen esa transformación, conviene considerar en el fenómeno religioso la expresión de protesta “contra la angustia real” y puede ofrecer una mayor perspectiva de estímulo para llevar a su lógica culminación la desaparición de la opresión. El cristiano de hoy únicamente en la solución ofrecida por la religión, la del más “en el próximo milenio”, sino que lo característico es que desea resolverla en el presente aquí, en la tierra, y se esfuerza por ello.

I.- Unidad de comunistas y católicos

Resulta conveniente, para tener una idea clara de la forma como los comunistas han concebido la vinculación con los católicos, y las posibilidades reales de alianzas en el orden político y social. El hecho de no tener inclinación por una determinada religión, no me hace comportarme indiferente a las religiones.

Hace muchos años que Marx y Engels, crearon su doctrina sobre el comunismo basándose en las leyes objetivas del desarrollo de la sociedad, descubiertas por ellos en la filosofía materialista de la historia. Establecieron que por fuerza de las causas objetivas, el progreso social conduce inexorablemente a la sustitución del capitalismo por la formación económica—social comunista, y que el comunismo se prepara por el mismo proceso histórico—natural y no puede llegar antes que la sociedad logre un determinado nivel de producción capaz de asegurar la satisfacción de las adecuadas necesidades materiales y espirituales de todos los miembros de la sociedad.

En esta época es una realidad para comunistas y no comunistas, católicos y no católicos, creyentes y no creyentes: el hambre, la miseria, insalubridad, el analfabetismo, la criminalidad, el terrorismo, la trata de personas, la corrupción, etc.

Para sostener tales criterios los dos científicos se fundamentaron en tesis completamente materialistas: el materialismo histórico y el materialismo dialéctico, y partiendo de esa base llegaron a la conclusión de que el principio cristiano de igualdad no tiene nada en común con el principio comunista de la igualdad social y nacional, cuya condición principal es la creación de las premisas económicas y social políticas, la liquidación de la propiedad privada y la explotación del hombre por el hombre.

Pero por el hecho de que Marx y Engels, plantearan su tesis y que los comunistas la abracen con calor, no quiere decir, en modo alguno, que los que sostienen concepciones opuestas no pueden luchar al lado de los comunistas. La humanidad tiene problemas comunes que la unen, la guerra por ejemplo. Es una verdad irrefutable que a toda la humanidad le preocupa el fenómeno de la guerra lo que hace posible que todos los seres humanos que sientan ese problema se unan para conjurarlo.

Pero así como el problema de la guerra llama la atención de todo el mundo, hay otros problemas que afectan a determinados sectores de la sociedad y que varían conforme el sistema social que predomine.

Esa preocupación por los distintos problemas es lo que hace que personas con criterios ideológicos opuestos se unan en tareas concretas con el fin de buscarle solución.

En esta época es una realidad para comunistas y no comunistas, católicos y no católicos, creyentes y no creyentes: el hambre, la miseria, insalubridad, el analfabetismo, la criminalidad, el terrorismo, la trata de personas, la corrupción, etc. También es una realidad la necesidad de luchar por la independencia nacional y contra los monopolios, por la reforma agraria y contra el latifundio, por las libertades públicas y las reivindicaciones de las masas trabajadoras y otras conquistas de más amplio contenido social y político. De ahí que los hombres y mujeres sensatas que comprenden los problemas sociales no han descuidado plantear las diferencias ideológicas.

"La encíclica Pacem in Terris, removió esos obstáculos. Naturalmente subsisten en ella las distancias ideológicas; más aún, se reafirma la disposición del Vaticano a defender el sistema capitalista en sus fundamentos mismos; pero se promueve una colaboración de católicos y no católicos, sin exclusiones, en favor de la causa más noble y esencial, cuál es la defensa de la paz. Deja abierta también la puerta para esta colaboración por otros objetivos de mayor trascendencia humana, entre los cuales puede y debe figurar, en nuestro caso, remover los obstáculos para una vigorosa renovación democrática.”

La historia de la Iglesia Católica, desde el punto de vista de sus relaciones con las organizaciones comunistas, puede decirse que cobra impulso en el año 1958. Hasta esa fecha los comunistas se preocupaban por la unidad con los creyentes y no creyentes, pero los católicos no manifestaban su posición, a nivel de autoridad suprema, para la realización de tareas comunes con los comunistas.

II.- El papa Juan XXIII

En la historia de la Iglesia Católica, hay un hombre que hizo cambiar la época política y social de esa institución religiosa. Ese hombre fue Juan XXIII. La obra de ese gran Papa quiero exponerla en algunos conceptos relacionados con ese gran transformador de la Iglesia Católica.

La esencia clasista de Juan XXIII tiene íntima relación con su actuación; su comportamiento responde a su origen de clase. Hijo de campesinos, pobres había nacido en la católica provincia de Bérgamo, en la zona prealpina, al norte de Italia, Milán. En su juventud, y bajo la protección de su obispo, había participado en una de las primeras batallas sociales del catolicismo italiano apoyando una huelga de 50 días sostenida por 800 obreros de una fábrica de Ranica en defensa de sus derechos sindicales.

Este ardor social del joven Roncalli, no fue naturalmente del agrado del Vaticano. No obstante, unos años más tarde, sería incluido en los cuadros de la diplomacia pontificia e iniciará entre las dos guerras mundiales, una experiencia lejos de Roma —en Grecia, Bulgaria y Turquía— en contacto con poblaciones que, predominantemente, no eran católicas y que se veían obligadas a vivir en unas condiciones de extrema indigencia, empeñadas, por ende en agudos conflictos sociales.

A fines de 1944 fue trasladado urgentemente a Paris, para reemplazar al nuncio Valeri, comprometido con Petain. Aquí, en los años sucesivos, había de ser testigo, hasta su traslado a Venecia, del drama de los curas obreros y de la despiadada represión ordenada desde Roma contra el ala progresista del catolicismo francés.

Juan XXIII demostró desde un principio que estaba dispuesto a cambiar la imagen que hasta esa época se tenía de la Iglesia Católica y que la ligaba con los intereses más retardatarios. Una prueba de su actuación lo constituyó el paso dado en las encíclicas Mater et Magistra y Pacem in Terris.

Cada organización humana tiene documentos que recogen el sentir de sus miembros, los lineamientos generales y los principios y normas que regulan su vida institucional. Creo procedente hacer algunas precisiones de las encíclicas. Veamos.

III.- Cada encíclica manifiesta en sí el criterio de la iglesia en una determinada época

La encíclica Rerum Novarum, publicada en 1891, cuando no existía ningún país socialista, se refiere al socialismo en sentido general, como “una solución falsa que empeoraría la situación de los obreros” La enciclíca Quadragésimo Anne, publicada en 1931, cuando ya existe la Unión Soviética, distingue entre “socialismo” (reformista) y “comunismo”; de éste dice que “enseña y pretende por todos los medios, aun los más violentos, la lucha encarnizada de clases y la desaparición completa de la propiedad privada”; frente a él, en realidad, ensalza el socialismo reformista. La enciclíca Divini Redemptoris, de Pío XI, 1937, época del Frente Popular en Francia y de la guerra civil en España, hace referencia explícita y condena el “comunismo ateo”.

Pío XII, cuando se refería a este tema especificaba “comunismo materialista y ateo al objeto de diferenciarlo de “socialismo” (reformista). La Mater et Magistra, de Juan XXIII, no fue una enciclíca tan decididamente condenatoria del comunismo, representó algo así como el comienzo de una fase de transición. Y la Pacem in Terris, no solo no es condenatoria, sino que abre un nuevo horizonte de “colaboración católica respecto al socialismo como régimen social, al comunismo como movimiento histórico humano”

La encíclica Mater y Magistra se considera como un documento prolijo, elaborado por muchas personas, sustancialmente ecléctico, preocupado por adecuar en diversos detalles las posiciones católicas a las nuevas exigencias y todavía amarrado a las viejas pilastras del interclasismo y de la tradicional polémica antisocialista.

Pero en él ya se hace caso omiso del reconocimiento ampliamente otorgado por el Papa Tatti (Pío XI) al sindicalismo obligatorio (el corporativismo) y a las medidas represivas y terroristas adoptadas por los régimenes fascistas contra las luchas económicas de los trabajadores y contra las huelgas.

La Pacem in Terris, por el contrario, es una enciclíca que marca el punto determinante de la Iglesia Católica en lo que a contenido social se refiere y ha sido hasta hoy el documento de mayor contenido económico, político y social emitido por la Iglesia como institución.

Se ha sostenido que Pacem in Terris, principalmente en la parte quinta, la iglesia abandonando su tradicional criterio sobre la paz y la convivencia humana hace un análisis profundo de la realidad concreta de hoy para llegar a conclusiones que reconocen en la legitimidad de las nuevas y grandes experiencias sociales de pueblos enteros y en la justeza de las aspiraciones a la emancipación de las clases trabajadoras y de los pueblos aún oprimidos, la única base posible de una verdadera paz duradera y real.

De hecho, la Pacem in Terris es ante todo el documento de un pontífice conocedor del catolicismo y que, midiendo el peligroso abismo entre su iglesia y la realidad del mundo de hoy, abismo que mina de raíz la vitalidad misma de la Iglesia, busca honestamente el camino para volver a encontrar el hombre, el hombre de nuestro tiempo, protagonista y artífice de esa realidad.

Trata de definir la situación efectiva de ese hombre, de comprender sus orientaciones, sus aspiraciones e intereses esenciales, se esfuerza por comprender, valorándolo objetivamente, el áspero camino recorrido casi siempre al margen de la influencia de las normas ideológicas del catolicismo, a menudo en abierta contradicción con su organización práctica, asociada a fuerzas que por todos los medios han obstaculizado el pleno desarrollo de una realidad social.

Juan XXIII resume en tres grandes fenómenos las características que prevalecen en el mundo de hoy: el ascenso económico—social de las clases trabajadores que de reivindicaciones elementales de orden económico pasan a exigir plenos derechos políticos y la participación de los bienes de la cultura; la incorporación de la mujer a la vida social, hecho que subvierte uno de los sectores decisivos que hacen del catolicismo, en algunos países, un fenómeno de masas; la afirmación de nuevas comunidades de pueblos libres con la recusación absoluta de la vieja contraclasificación en pueblos dominantes y pueblos dominados.

Santiago de los Caballeros,

22 de marzo de 2016.

(Continuará mañana)