La fertilidad social reproductiva puede ser alterada más que por problemas orgánicos, por fenómenos económicos-sociales. Desde los tiempos de Malthus las clases dominantes se planteaban que el mundo tenía un exceso de habitantes y consideraban importantes las epidemias y guerras con altos porcentajes de mortalidad para aligerar la carga producida por aquellos “imprudentes que sobraban en la tierra”. Doctrina acogida por agencias imperiales, que se lanzaron de modo desenfrenado a la tarea principal de inundar los países subdesarrollados con fórmulas anticonceptivas. Como sentenció Eduardo Galeano, asumían este rol porque consideraban era más higiénico asesinar a los futuros guerrilleros en los úteros de sus madres. Hoy en día los valores de fecundidad en los países subdesarrollados han disminuido, pero la pobreza sigue tan campante como Juancito el caminador.  Son múltiples los ejemplos, incluyéndonos a nosotros, pero por encima resalta el vecino país, con una desbordada fertilidad que hasta amenaza con arruinar el modelo sanitario dominicano.

En Haití el problema viene de lejos, tiene una vinculación histórica con la política de reproducción social, en desmedro de la gente sencilla de ese  pueblo. Desde los tiempos de Dessalines, Petión, Cristóbal y Boyer, los hombres principalmente en las zonas rurales y los soldados no querían asumir responsabilidad sobre las mujeres que embarazaban. Esa grave actitud llevó a crear el mecanismo conocido como «plaçage», mediante el cual los hombres podían reconocer sus hijos, sin asumir ninguna responsabilidad. Algo muy diferente al concubinage o concubinato. El historiador norteamericano James G. Leyburn, en su libro El Pueblo Haitiano,  nos dice:

“Durante el tiempo de Petión y el de Boyer llegó a hacerse de uso común el conveniente término plaçage para describir las uniones conyugales de la gente respetable. “Concubinato” era una palabra cruda, que sonaba a desaprobación; plaçage era más indirecta y no llevaba connotación alguna de descrédito. En una palabra «plaçage» era la unión de un hombre y una mujer para el placer, el compañerismo y una relativa vida hogareña sin que ninguna de las partes asumiera obligación legal alguna. Un hombre podía hacer tantas de estas uniones transitorias como su disposición, sus finanzas y su tacto le indicasen. […].

Dantès Bellegarde, notable historiador haitiano, trató de ubicar el «plaçage» como algo similar al concubinato, y no es cierto porque este fenómeno de unión libre es un matrimonio normal, no legalizado. El arzobispo Bienvenido Monzón, durante la anexión a España de 1861 se alarmó por la alta frecuencia de concubinatos en Santo Domingo, su rabiosa preocupación era dentro de lo estrictamente religioso, no como parte de la responsabilidad del hogar, que la «plaçage» exoneraba.

Charles Mackenzie, historiador escoces que residió en Haití en parte del siglo XIX, confirmaba los conceptos de «plaçage» comentados por James G. Leyburn, cuando apuntaba que en Haití: “Los matrimonios formalmente solemnes no son tan comunes como las uniones de otro tipo; no es inusual para un hombre ser el protector de muchas mujeres […]

Samuel Hazard en su libro Santo Domingo, su pasado y presente,  insertó una cita de Alexis Beaubrun Ardouin el más famoso historiador haitiano del siglo XIX, que establece en Haití:

“Otra consideración viene de la unión natural de los hombres con las mujeres sin ningún lazo matrimonial  entre ellos y del número de niños que comparten un padre y diferentes madres, creando familias y lazos irregulares e irresponsables”.

Leyburn comentaba los inconvenientes para el parto en las mujeres pobres, que producía este acuerdo de las parejas solo para el placer:

“Hay un gran contraste entre la mujer de la clase selecta y la campesina en lo que se refiere al alumbramiento. La madre de la clase selecta se cuida tanto durante el embarazo y el parto, como una mujer estadounidense de los círculos acaudalados. La madre campesina, por lo contrario, no puede permitirse el lujo de la atención médica, ni dispone de tiempo para descansar tranquilamente. Como muchas de las llamadas mujeres “primitivas”, parece no sentirse mayormente incomodada por el embarazo ni por el parto. Los niños nacen frecuentemente en la plaza del mercado a la que la madre ha bajado desde las colinas, ese mismo día, para vender mercancías. No es raro enterarse de que ha ocurrido un parto en una zanja, a la vera de un camino, o en un boscaje sobre la senda que conduce al mercado del pueblo. El cuidado que se da a la madre y el infante es primitivo: el cordón umbilical se corta con una piedra afilada o un trozo de vidrio, y tras un breve descanso la madre reanuda su tarea. Como es de suponer, el índice de muertes por infección es elevado, y las mujeres envejecen prematuramente.”

(En realidad el alumbramiento es solo la fase final del parto cuando se expulsa la placenta, pero todavía en la época de Leyburn al parto en su totalidad se le decía alumbramiento).  Ese aspecto de los partos en la plaza del mercado se reportaba en las primeras décadas del siglo pasado. A la luz de lo que ocurre hoy, se puede colegir que es una práctica habitual no asumir la responsabilidad que conlleva un embarazo, en la mayoría de los casos por razones económicas. Esto nos dice que tampoco existe un disuasivo legal, que impida embarazos con parejas irresponsables.

En nuestro medio, es más difícil que un hombre se aventure en un embarazo que no pueda apoyar económicamente, así como el producto que se derive. En el pasado inmediato era muy popular en los barrios la ley 2402 sobre asistencia alimenticia a los hijos menores de edad, reemplazada por el Código del menor, leyes que en cierto modo vienen a constituir un freno a embarazos irresponsables que coadyuvan a una fecundidad desenfrenada. Algo que parece está ausente en Haití, aunque las cifras bioestadísticas ofrezcan datos contrarios, que nos dicen el índice de fecundidad para 2019 era de 2.89% en contraste con el de 2010 que se estimaba en 3.43%. Con la diferencia que en 2010 existían allá algunas estadísticas confiables, pero hoy están repletas de subregistros.

Lo cierto es que la «plaçage» ha adquirido categoría histórica en Haití, de ahí que sea común la proliferación de esos embarazos irresponsables, que correspondería resolver al Gobierno haitiano o en su defecto a la comunidad internacional, en especial a los países ricos que han extraído grandes riquezas de Haití (también en Dominicana) y ahora se pretenden echar a un lado y tirarnos el aflictivo dilema a los dominicanos en complicidad con organismos irresponsables como la ONU, que desde hace tiempo se le está solicitando que contribuyan en la construcción de hospitales para parturientas pobres en ese país. ¿Acaso se pretende que esta epidemia de «plaçage» que estamos encarando, se convierta en endémica  y colapse nuestro sistema sanitario?