(Escrito publicado en el libro 100 anécdotas de un Publicista)
De los numerosos y diversos clientes que he manejado durante más de medio siglo, centenares de ellos, puedo decir que la mayoría con sus defectos y virtudes, con sus formas de ser, a veces muy peculiares, han sido por lo general excelentes.
Solo un par de ellos se fueron sin pagar la cuenta del colmado, en este caso mi agencia. y uno de estos, debiendo más de un millón y medio de pesos, cuando el peso era peso y pesaba mucho más que ahora. Un día desapareció y no lo pudimos encontrar más, ni por Jurumucú ni por los centros espiritistas, como decimos por aquí. Cosas o gajes del oficio que suelen suceder en este negocio y en otros muchos, pues los mala pagas hay por todo el universo.
Pero de entre todos, he tenido uno que puedo catalogarlo de excepcional, Don Juan José Bellapart, que durante más de treinta años tuve el honor de manejar la publicidad de sus productos.
Además de ser un comerciante de los más exitosos del país con su Agencia Bella y su marca HONDA, es un gran coleccionista y filántropo de la pintura nacional que la ha impulsado y ha mostrado con orgullo obras de maestros dominicanos por los más importantes centros artísticos del planeta, invirtiendo para ello muchos recursos económicos, materiales y humanos.
Don Juan José Bellapart es sobre todo un empresario serio, trabajador hasta lo último, y con un fino olfato para los negocios, increíble vendedor nato y con un sentido muy práctico para el manejo de la publicidad. Tenía la firme creencia de que anunciándose vendía más y así se lo confirmaron los resultados obtenidos durante años.
Con él no había que teorizar sobre el eje de comunicación de la campaña, ni la definición del target, ni las segmentaciones, ni otras explicaciones por el estilo, a las que en otras ocasiones hay que echar mano para justificar los trabajos presentados.
Nunca, nunca, nunca, en más de un tercio de siglo como cliente pude conseguir que aceptara cualquiera de los planes de medios que le presentara, por ponderados o justificados que fueran.
Miraba durante unos cortos segundos los anuncios, casi siempre para prensa y si no había algo que corregir, algún precio que se había cambiado a última hora, un teléfono nuevo, etc., comenzaba a dictar los días en que iban a publicarse para los carros, motocicletas y plantas eléctricas, sus principales productos.
Tal día este, tal día el otro, este también, aquel la semana que viene… A veces me consultaba ¿tú crees que el sábado es bueno? El lunes es fiesta ¿Lo ponemos el martes o mejor el miércoles? Y así, uno a uno, procedía con los principales diarios del país para todo el mes.
Después de pautar tampoco veía los presupuestos de medios o de producción, y cosa insólita, insólita, insólita, jamás fueron objetados o rechazados y siempre fueron abonados en su totalidad y en las fechas acordadas.
Sólo por este hecho, merecía una estatua con la inscripción “Al Cliente de Publicidad Ideal”.
A este sistema de colocaciones me dio por llamarle “la caraquita”, por aquel sorteo que se hacía desde Venezuela y cuyos números ganadores eran seguidos día a día por los sectores populares del país, en una especie de lotería paralela y que se hacía en Venezuela, pagando los números y cobrando los premios de una manera personal.
Su experiencia y su intuición le decían a don Juan José Bellapart que una publicidad constante era una publicidad rentable, una inversión y no un gasto y mantenía vigente la marca de la empresa.
Don Juan José Bellapart es un hombre trabajador, muy trabajador, despreciando las comodidades de su oficina con aire acondicionado y sillón mullido que solo utilizada solo para ocasiones muy formales, se sentaba en su escritorio junto al de sus empleados, como uno más y “a temperatura ambiente”, es decir, sin aire acondicionado para no tener privilegios, siempre atento a que estos cumplieran sus obligaciones y dieran el mejor servicio posible a los clientes.
Fulano, atiéndeme a la señora Fernández, coloca esta pieza en el anaquel, …
También tenía fama de ser muy serio con todo el mundo, pero conmigo y por ser ambos catalanes, era de lo más amable y simpático, y le encantaba hacerme mil confidencias de la guerra civil española, sobre las aventuras de su llegada al país, su progreso y otros muchísimos temas, tantos, que bien podría ser su biógrafo oficial. La verdad es que tenía golpes de mucho humor.
Por ejemplo, detrás de su escritorio había un viejísimo y gran ventilador con unas aspas enormes que a mí me parecían siempre las de un motor de avión de los de antes, de aquella línea aérea llamada Quisqueyana de Aviación, y le había bautizado con el nombre de Boca Chica, por la brisa que producía. Cuando hacía mucho calor, que era casi siempre, lo prendía y la verdad era que el aire lanzado hacía honor a su nombre.
Otras veces, cuando el día era lluvioso o “frío” del “invierno” tropical que “sufrimos”, al café caliente humeante que nos servían decía “vamos a ponerle un poco de líquido de frenos”, entonces sacaba un botella de coñac y la mezclábamos un chorrito para “calentarnos” y no acelerarnos demasiado.
En resumen, Don Juan José Bellapart ha sido, como afirmábamos al inicio, un cliente excepcional, al cual le agradeceremos siempre la confianza y el trato tan cordial que nos dispensó en los muchos años que nos relacionamos. Y aunque hace mucho tiempo que no lo vemos de manera personal siempre lo llevamos en el corazón.