El nivel de interconexión que existe entre los Estados Unidos (incluyendo a todo el hemisferio occidental del planeta) con China, ya sea en la producción de bienes y servicios o en el intercambio comercial en las últimas dos décadas; ha llegado a una escala sustancial que despiezarla provocaría una adversidad infausta entre las partes involucradas.

Existen más de 70 mil empresas estadounidenses en China y algunas con facturaciones que alcanzan los 100 mil millones de dólares anuales. Por ejemplo y sólo por mencionar la industria automotriz de dos países occidentales:  General Motor vendió 3,09 millones de automóviles en China el año pasado o Alemania que posee el 70% de la cuota de mercado en el sector del lujo automovilístico en las tierras de Catay. Por lo visto, desmontar eso no es tan fácil como aparentemente se ve. El grado de interacción económica está fuertemente enlazada que deshilarla es casi imposible.

Sin embargo, cierto desencaje se ha producido, la administración Trump ha prohibido a las empresas estadounidenses trabajar con HUAWEI el gigante chino de las telecomunicaciones de 5G. Además, otro fenómeno que se está dando, es que la crisis pandémica creada por el COVID-19 está obligando algunas empresas a retornar la producción a su país de origen. Pero aquí podríamos encontrarnos con un gran problema y es que si este desencaje llega al sector financiero la ruptura traería consecuencias mayores. Permitir otra crisis financiera como la del 2008, y más en tiempo de crisis pandémica, tendría resultados catastróficos para la economía mundial.

El mensaje central de la campaña reeleccionista de Trump se enfoca en retirar todos esos negocios de China y reconstruir la economía tras el Corona virus para volver a <América ser otra vez grande>.  Pero en Pekín Xi Jinping dice: “China está preparada para cualquier eventualidad y si los Estados Unidos deciden retirar sus empresas de China, pues afectará su economía. Eso ayudará a China, aunque tome su tiempo, a desarrollar su propia tecnología y superar a occidente”.

Así surgiría una nueva guerra fría en tiempo de pandemia entre los Estados Unidos y China rompiendo cada vez más sus lazos políticos y económicos. Por efecto, cada potencia ampliaría el radio en sus esferas de influencia, por su parte los Estados Unidos con sus aliados occidentales y China con su nueva ruta de seda. Esto significaría para el resto del mundo, igual como en la última guerra fría del siglo 20, de qué lado se colocaría cada quién.

A sabiendas, de que para la Unión Europea esto implicaría un gran desasosiego, ya que sus compromisos comerciales están más ligados a China que la estadounidense, pues sólo las exportaciones alemanas hacia China superan sus exportaciones a los demás países del viejo continente. No obstante, hay un precedente importante en la política europea y ha sido criticar a China por no respetar los derechos humanos.

Hace más de un año la Unión Europea publicó un documento estratégico que define una relación con China en tres ejes:  Colaboración, competición y rivalidad sistemática. Estas condiciones se debieron discutir este año en una cumbre con China, pero fue aplazada por la pandemia del COVID-19. A pesar de que hay dudas de cuán dura será UE con China, puesto que hay estados miembros que no se recuperan del todo de la crisis financiera del 2008 y podrían estar en desacuerdo a causas de las limitaciones de las inversiones chinas en sus países.

A diferencia de los Estados Unidos, los europeos no han tenido una posición radical con la empresa china Huawei, aunque muchos políticos estratégicos europeos están en desacuerdo dejar por la libre la tecnología 5G de Huawei por asunto de seguridad nacional. Mientras tanto, los representantes de Huawei anuncian la apertura en Francia de una fabrica de componentes de 5G, China continúa estrechando lazos con Europa y no es de extrañarse porque la estrategia de Pekín; es mantener a una Europa dividida.

El escenario internacional no parece muy propicio para Europa y menos cuando su aliado tradicional, los Estados Unidos, tiene una complicada relación y una política proteccionista con UE y por otra parte una China más entrometida.

Empero, si hay algo claro que tienen los europeos y es que no creen en reestructurar el orden internacional bajo el viejo paradigma de enfrentamientos entre las potencias. Más bien, creen que la mejor manera de cómo enfrentar los problemas en las relaciones internacionales es en el marco de la legalidad, en el derecho internacional y en el multilateralismo. Los europeos están convencidos de que la vía apropiada para establecer el equilibrio en las relaciones internacionales, está en el respeto mutuo de la soberanía de los países.  También, creen que es menester integrar a China a la solución de los problemas globales como por ejemplo en los asuntos relacionados con el  cambio climático. La opinión que prevalece entre los europeos es que a Trump no le interesa nada de esto y mucho menos el cambio climático, ya que para Trump el cambio climático no es más que un cuento chino.

Son muchos los elementos que forman parte del engranaje del orden mundial. Pero en los países occidentales debería predominar los conceptos comunes del sistema internacional, mismamente como es la institucionalidad democrática para el equilibrio del orden mundial.

Para concluir esta serie de artículos podría decir, que nos ha tocado vivir en un mundo redefinido y no sólo por el COVID-19, sino también por un nuevo tipo de guerra fría en un escenario, donde se tendrá que decidir qué es lo prioritario: ¿Los intereses económicos? o ¿Los valores humanos?