1.- Desde Estero Hondo a la ciudad capital

Juan Alberto Peña Lebrón en 1950.

Hoy parecería una simpleza. Usted puede, ahora mismo, haber nacido y haberse criado en la jurunela más recóndita de este país y terminar viviendo en Europa, en Estados Unidos o en cualquier ciudad de este país o de América Latina en general. Pero qué difícil se le hace imaginar lo que era, precisamente un 23 de junio del 1930, recién iniciada la tiranía de Trujillo y haber nacido en un lugar remoto, aunque frente al Atlántico, llamado Estero Hondo, tan reconocible hoy en la historia por la invasión del 1959, y tan lejano hace 91 años, que al nacer le pusieron Agripino, aunque como era víspera de San Juan, desde niño se le llamó Juanito, de ahí que cuando pudo cambiar su nombre mantuvo el Juan y le agregó el Alberto, que era uno que le gustaba. De modo que para que un humilde muchacho, hijo de Jesús María Peña y Carlita Lebrón de Peña, de los Lebrón sureños y los Peña de Angostura, Santiago, que llegaron a tener once hijos, de los cuales fue el sexto, no solo para poder concluir estudios primarios, sino para terminar los intermedios y concluir una carrera profesional. La sola aventura de aquel callado y sereno niño, para adquirir conocimientos literarios, se inició al  encontrar una de las colecciones que nos formaron a los de esos tiempos: Aquel verdadero Tesoro de la Juventud, que era todo un deslumbramiento. Aquellos 20 tomos, con más de siete mil páginas, que apareció en 1915 dirigido por las figuras muy altas de la cultura hispana, entre ellos José Enrique Rodó y Miguel de Unamuno;  amén de otra suerte, haber podido leer unos libros de literatura contemporánea en una caja que un profesor dejó en su casa. De tener maestros preocupados por la ortografía los de entonces, como la Srta. Isabel M. Torres y Geraldo Antonio Smith para cursar los primeros tres cursos.

Luego pudo continuar en Imbert, o Bajabonico, como lo llama el pueblo, en 1942,  donde vivía uno de sus tíos,  concluyendo  el sexto en 1943, donde tuvo como maestros a Arístides Domínguez Guerra y los hermanos Yoryi y Jaime Lockward.

Entonces sucedió un acontecimiento educativo que no se ha vuelto a repetir, cuando apenas hacía tres años el tirano, bien aconsejado,  creara una beca que el primero de enero de 1940  se convertiría en la Ley 282 para estudiantes que pudieran, no solo trasladarse a la ciudad capital, sino vivir allá y concluir estudios, terminar los primarios, residiendo en el Colegio Santo Tomás dirigido por don Parmenio Troncoso,  hacer la intermedia, la secundaria, hasta concluir la universidad.  Lo único ridículo fue el nombre: Premio Escolar Ramfis, pero no el  proceso para obtenerlo, ya que había que pasar un examen riguroso. Pasarlo era la salvación económica y la oportunidad, sobre todo para los estudiantes pobres, como eran los de  la gran mayoría del país, de alcanzar el sueño de muchos: un título universitario, restringido entonces a una élite.

En una entrevista con el doctor Peña Lebrón, nos enteramos de que tuvo la suerte en su camino de encontrar personalidades de la literatura como los postumistas Francisco Antonio Cruz y José Bretón. Y más tarde, cuando cursó la secundaria o Escuela Normal de Varones, tener de profesores desde Andrés Avelino,  Pedro Mir, Carlos Curiel, a un largo etcétera. Donde eran pocos, pero con cuánto talento.

Además, las relaciones con los estudiantes de todo el país, en especial de los capitaleños, amén de algunos mocanos, como Darío Bencosme Báez, que llegaría a ser su gran amigo,  y la puerta para relacionarse mejor en la ciudad de la cual se enamoró en seguida, al extremo de que con los quisquillosos que son los mocanos, lo han  adoptado a él como suyo.

Para concluir de sus datos vitales y poder pasar a lo literario propiamente, que es lo que mayormente festejamos este día, diremos que se gradúa en 1955 y es nombrado Fiscalizador en Moca, luego Juez de Instrucción. Dedicándose al ejercicio profesional hasta que dejó de hacerlo. Casó con una mocana de cepa: Remigia (Nenita) Comprés. Aunque viene de una familia numerosa, no ha dejado más hijos que su libro de poemas.

Aparte de la trayectoria ciudadana, profesional,  humana, social,  familiar y  de ser un amigo confiable y sincero,  de una pulcritud extraordinaria, de haber recibido en Moca homenajes merecidos y pendiente de serlo a nivel realmente nacional con el Premio Nacional de Literatura ¿Qué más regalarle a Peña Lebrón?.

  1. El poeta Juan Alberto Peña Lebrón
Juan Alberto Peña Lebrón en su biblioteca personal

Pocos poetas actuales han tenido la suerte de aparecer sus primeros versos en dos de las publicaciones más importantes del país: En el suplemento literario de El Caribe en 1948 presentado por doña María Ugarte España, razón por la cual aparece en esta Promoción Literaria y en Los Cuadernos Dominicanos de Cultura, con unos poemas aparentemente inocentes, menos el aparecido en el No. 78/79 de febrero-marzo de 1950,  con el título de “Aniversario del silencio”, que parece escrito en 1949, meses  después de la Invasión de Constanza y Estero Hondo.

Además de su poemario Órbita Inviolable, que señala claramente la situación que se vivía en el país, se atrevió el poeta, no el hombre (aunque no  hay poeta sin el hombre), pero lo decimos que social y políticamente el tímido joven no parecía el fustigador elocuente contra la dictadura. Antes de llegar a ese punto, señalaremos que Peña Lebrón aparece antologado por Manuel Rueda en el Tomo II de su Antología Mayor de la Poesía Dominicana, Editora Corripio, 1999.  (Págs.  367-370);  que Lupo Hernández Rueda en su Tomo II de La Generación del 48 en la Literatura Dominicana, Editora Corripio, 1996, páginas 215-244, lo antologan y en muchas más, señalamos solo las dos principales.

Por otro lado, basta colocar su nombre en la Web para encontrar muchos detalles sobre su vida y obra, hasta en inglés.

Al celebrarle sus 91 años, el paso a esa frontera de cero subiendo desde el uno hacia la centena, vamos a recordar ese extraño poema que conmemoró una fecha quizá de un mes o de seis, de los patriotas que se inmolaron en 1959 en la invasión por sus playas queridas y añoradas.

  1. La vigorosa poesía de Juan Alberto Peña Lebrón 

Con el título, precisamente de “Aniversario del silencio” se abre con este poema la segunda parte de su libro original y único.

Los lectores, avisados por Diógenes Céspedes en su artículo “Juan Alberto Peña Lebrón un poeta con ritmo consonántico”,  publicado en el suplemento cultural Areíto del periódico Hoy, el 18 de mayo del 2019, se enteraron de unos señalamientos inesperados:

“…la lectura de Orbita inviolable, de Juan Alberto Peña Lebrón, poeta de una obra única, publicada en 1953 y reeditada en la Colección Homenaje de la Editora Nacional en 2018.

Opino que es el libro más importante de la generación del 48, porque al leerlo de nuevo, a la distancia de esos 45 años no solo inscribió la crítica al poder de la dictadura trujillista y sus instancias en forma simbólica, sino que leída esta obra hoy, guarda el mismo tono crítico en contra del sistema social en el que nos encontramos, lo cual indica que la orientación política del sentido de cada uno de los poemas contenidos en Órbita inviolable no ha envejecido con el tiempo. Peña Lebrón es, pues, junto con Luis Alfredo Torres, uno de los dos poetas más importantes de esa generación.”

Suscribir esa afirmación no sería raro, ya que somos los que más hemos escrito sobre esa obra, que por ser única, debe releerse como dice el crítico y ver el sereno pulso cuasi épico del poeta. Lo que motivó que al recibir el 8 de abril el Premio Nacional de Literatura dijera en mi discurso de aceptación:

“¿Torres de Dios, Poetas? No en este país donde ni el presidente de la República ni los miembros del jurado han recordado que en Moca está el decano de nuestros escritores, olvidado a sus noventa años, no premiado ni condecorado. Me refiero a Juan Alberto Peña Lebrón que no solo ha llevado una vida limpia y honesta que puede servir de ejemplo a tanta gente corrupta como hemos padecido y por algunas denuncias seguimos padeciendo, sino que ha dejado cuatro o cinco poemas perdurables, cuando muchos de nosotros ganadores de este premio, no dejaremos ni un par de páginas notables ni un par de versos memorables, quizás”.

Juan Alberto y su esposa Nenita Comprés.

Para no abundar demasiado, dada la extensión del poema, solo esperamos que el lector tenga paciencia, para leerlo entre líneas, lo que él dice a pesar de que habla del silencio.

Aniversario del silencio

Y por callar, por callar, por callar

mi silencio se parece

al del cielo frente al mar.

Manuel del Cabral

 

Comenzaré por la completa indiferencia,

por el olvido total, por las cosas comunes al niño y a la aurora,

porque para un muriente

no hay rumbo ni distancia,

no hay tiempo ni ternura

ni atura consagrada para cavar la tumba del soldado.

 

Comenzaré por el caído,

por el lirio, Ia sombra y este encendido acento del tacto

[modulado,

por la mirada sola detenida en los últimos jirones,

y el grito y el reproche

del ronco maldiciente

que entre la tos y el sueño se debate.

Porque no te conozco,

porque eres imposible a la cosecha,

porque una voz no llega más allá del dolor que la redime

ni el corazón en tres divinos mantos se reparte,

lentamente, desnudo del latido,

comenzaré por el silencio, por el mortal silencio de la piedra.

 

II

 

Yo he pensado en la triste,

en la augusta blancura de la muerte otorgada,

en la dulce agonía de los niños,

en el rumor de la sangre cuando se precipita por su cauce,

y en muchas cosas simples y veranos

para ocultar mis últimas sospechas.

 

Yo he mirado la noche en las pupilas,

yo he tocado los círculos profundos de la materia rota,

yo he sentido la sed de los dormidos,

la angustia del cobarde,

la pálida inocencia de la ignorancia adulta,

pero he guardado mi ansiedad despierta

en este brocal duro

donde nadie se asoma a interrogar las voces.

 

Hay tantas cosas que callar: la noche;

hay tantas cosas que nos asedian los henchidos dominios del

[sollozo;

hay tantas luces ausentes sin límites ni espanto,

tantos deseos acechando la amarga pleamar del desvelo;

y sin embargo, sonreímos tras la pupila yerta,

saludamos la tarde con esa nuestra muerte inextinguida,

con nuestros labios de sabor violento

rozando la distancia,

en un rumor discreto de furtivos diálogos.

 

III

 

El gran olvidador voluntario,

arropado en las turbias mañanas decisivas,

en su cansancio hecho de besos húmedos y nostalgias

dilata por la alcoba los domingos felices del reposo,

entre peines, pastillas, mariposas,

y se recuesta a meditar en las noticias, las lluvias y los barcos.

 

El gran olvidador voluntario,

ceñido a su vacío que lo encierra,

no sabe de la calma que pregona la muerte por la ciudad

[dormida,

no conoce el estambre de la lluvia en los lechos,

y en su sonrisa que le afluye invicta

la soledad arriba en círculos violentos y recorre sus párpados

y llega hasta el recuerdo del único destino

que irremediablemente lo requiere:

él piensa en las violetas, los trenes, las semanas

de siete días festivos de silencio.

 

,Que gime aquella hueca vestidura?

¿Qué huracán lo sostiene en su caída?

Nada, sino el olvido;

nada, sino la muerte –brusco descenso exacto–

y después del cansancio que le cubre

con un alud de sombra.

 

(Esa es la cierta,

la pulcra realidad bien definida)

 

I V

 

Así el poema nace en la espesura

de un manto ya deshecho en el sollozo,

y hay tímidos vaivenes de oscuros pasajeros

que visitan la sombra perpetua del caído.

 

Así nace el poema de las cosas

luz y muerte, y  la vida girando ciegamente,

pero acude el silencio con su fecha temida,

con sus aniversarios de tortura,

con sus frescas impúdicas banderas hacinadas

sobre los rojos labios de la muerte.

 

Así todos llegamos al perfecto equilibrio,

mitad noche y esfuerzo, mitad nube y cansancio,

esperando las blancas mañanas de la espuma

de roncas alegrías

que nos llevó con la estación la sombra.

 

No obstante la ternura

y el rigor doloroso de los besos,

no obstante la sustancia malherida en otoño

y toda la materia más cercana al final de la garganta,

y os invito al retorno de la esperanza a solas,

la roja de la aurora, la inédita de adioses,

la que nos llena el hueco de todos los suspiros,

la que blanca y azul, ya cotidianamente no delata,

esa, atada al martirio de la brisa, en su último alborozo

más pura que el olvido de la muerte.

 

Para no analizar el poema, ya de por sí tan extenso, sencillamente diremos lo que termina la tercera parte:

(Esa es la cierta,

la pulcra realidad bien definida).

De lo que es una tiranía, así, entre paréntesis, como si se escurriera. Sobre todo, porque se atrevieron los directores de la revista y se arriesgó él, a ser cuestionado y perseguido. Aunque en ese libro no solo lo hizo con ese poema, sino que, como dijo Diógenes Céspedes, es válido en todo tiempo y en cualquier sistema opresivo o corrupto.