El cariz surrealista de la sociedad dominicana con respecto a los pactos, acuerdos y consensos, es algo que apabulla al objetivizar sus alcances, logros, procesos y lineamientos reales. Esta falta de asumir los cambios planeados es lo que explica la fragmentación del Estado dominicano; el feudalismo con que se asume el mismo y lo costoso que le resulta a esta sociedad profundamente distraída.
Más allá de los grupos de presión; lo que impide vernos acorde a los pactos convenidos es que en gran medida los partidos políticos, sobre todo, en los últimos 8 años han devenido en una corporatocracia política, que le permite una hegemonía mayor, por encima de los intereses de la sociedad y donde esta última se encuentra totalmente subordinada a los intereses de la organización partidaria que dirige los destinos nacionales y por lo tanto, la dinámica de los cambios estructurales, se postergan, en función de una agenda específica.
Juegan a un statu quo permanente, en donde los cambios sean una consecuencia natural “del crecimiento”; sin un esfuerzo verdadero por desterrar los males seculares que nos acogotan como sociedad. Los tentáculos de las fuerzas restrictivas a los cambios estructurales que ameritamos ya no devienen ipso facto de los sectores del gran capital, sino de la misma clase política llamada a impulsarlas. Por ello, todo queda subordinado a su lógica de permanencia y de sustentación como tal.
La gobernanza como articulación de sectores, intereses y compromisos societales es obviado, para dar paso a los deseos de intereses particulares que terminan por deslegitimar los consensos construidos, establecidos; lo que va minando y destruyendo la confianza y aminorando el necesario Capital Social que nos guíe a todos. Ello trae como corolario las múltiples agendas que no convoca ni motiva a nadie. Es lo que dibuja cientos de actividades y acciones que no obedecen a una visión.
La visión de la Estrategia Nacional de Desarrollo dice así “La República Dominicana es un país próspero, donde se vive con dignidad, seguridad y paz, con igualdad de oportunidades, en un marco de democracia participativa, ciudadanía responsable e inserción competitiva en la economía global, y que aprovecha sus recursos para desarrollarse de forma innovadora y sostenible”. Como decía Joel Barker, visión sin acción es un sueño; acción sin visión, carece de sentido.
Estamos actuando como si la sociedad dominicana no se hubiese dado una Estrategia Nacional de Desarrollo 2010–2030, que fue aprobada en Enero del 2012. La sociedad toda, las universidades, las iglesias, los medios de comunicación; los empresarios, deben de exigir el fiel cumplimiento de esta Ley, pues ella es la que nos guía y pauta el camino de los retos, de los caminos y esfuerzos que debemos de desplegar para alcanzar un mejor país, donde la brecha social no nos siga colocando en el segundo país de América Latina con mayor desigualdad social; donde el déficit institucional no siga corroyendo las reglas claras y las normativas prevalezcan.
Donde los obstáculos en el camino no continúen en función de un pragmatismo feroz y salvaje que privilegia siempre los intereses individuales, más allá de los intereses colectivos. Esas grandes restricciones están ahí: Falta de calidad de la gestión estatal; el Sistema de Justicia y el Estado de Derecho; la Baja Calidad de la Educación; la deficiencias en la provisión de servicios de salud; la problemática del crecimiento sin suficiente empleo decente; la deficiencia del sector eléctrico; las dualidades del sector productivo; toda la problemática del ordenamiento territorial; la ausencia de política migratoria con visión de desarrollo.
Rompamos el cerco de la tela de araña con que quieren que olvidemos que existe una Ley de Estrategia Nacional de Desarrollo, que nos convoca a todos y que sugiere PACTOS, con calendarios específicos, que ya debieron ser implementados. La Estrategia abarca 5 períodos presidenciales. Ella marca la ruta; cada ejecutivo que orienta el barco ha de asumir la misma, sin salirse de ella; solo dejando sus improntas; pero todos sabemos hacia donde navegamos y los esfuerzos y energías que debemos de desarrollar para llegar, más grandes, más prósperos y con mayor bienestar.
¡Es hora de cumplir y exigir la Estrategia Nacional de Desarrollo; que las grandes decisiones estén en consonancia con ella!