El azaroso pesar, con el efímero goce de esta vida, todo se perderá y quizás a sabiendas de esto, me arrincono en un zaguán buscando en el silencio y la soledad el origen de darle valor a las cosas humanas, y más aquellas acciones llevadas a cabo por un compadraje de abigeos y forajidos asociados cual si estuviéramos en el viejo oeste.
No hallo respuesta y quizás ni la haya. Tal vez fuera mejor irse de farra o volver al contén de las esquinas y rememorar aquellas quimeras con los mismos tercios de antes, pero es imposible. Unos ya se han ido sin retorno y otros tantos no le interesan y por otra parte, la seguridad personal para hacerlo, tampoco lo permite por ser inexistente. Por eso, esas sórdidas uniones de pareceres y ansiedades compartidas, irremediablemente, pertenecen al pasado.
Lo cierto es que esos recuerdos, esas discusiones y esas ansias aún continúan vagando en el aire en espera de ser retomadas y ejecutadas, porque de así no hacerlo, entonces todo lo vivido habrá sido una farsa más, como esa a las que nos tienen acostumbrados los mal llamados políticos y más si son faranduleros o jugadores enganchados a la que se supone “ciencia política”.
Nos han convertido en un pueblo de vagos con aspiraciones de ser reyes. Ya hasta para la edificación de un séptico necesitamos un préstamo y la presencia de manos de obra extranjera para que lo haga, con la vergüenza además, de que el mismo termina en una chapucería más, como a las que nos tienen acostumbrados estos obreros traídos y pagados como si fueran esclavos. No queremos trabajar, preferimos ser “solidarios”, “bonificados”, sin olvidar que nuestra mente es como o más porosa que una esponja para el olvido del daño que este clientelismo bochornoso, y muchas veces fantasma o muy bien camuflado, nos causa como nación.
Ora pienso decir, ora pienso callar y no por miedo, sino que la historia dice que una sola golondrina no levanta temporal y es por eso que en tantas ocasiones no me defiendo, porque una vez ensuciado por fecales voces, por más que mas, siempre quedare sucio ante los ojos de algunos, porque después del “palo dao”, ni Dios lo quita. Pero ahora me viene hablar al estilo del Compadre Mon, para ser consecuente en que lo cimentado dentro de mí no ha sido efímero ni circunstancial y mucho menos ha muerto; “Lo que ayer dije aquí yo/ a gritarlo vuelvo ya; / ¿tierra en el mar?/ no señor, aquí la isla soy yo. / Algo tengo en el cinto/ que estoy como está la isla/ rodeada de peligro”.
O será acaso que ha tanto no les duele el nunca conocer los pormenores de esas sórdidas uniones y maridaje oculto entre los partidos políticos y los tarantines propiedad de prósperos “avispaos”, donde ultrajan la decencia de una “sociedad que meramente se respete”.
O será que no queremos comprender que una sola gota de sangre, una sola lagrima derramada como consecuencia de la desgraciada corrupción corporativa, vale cien mil veces más que las ambiciones de estos descarados enganchados a la política, y que además, por más que argumenten estos para justificar su acción, entre ellos no existe la palabra ni la acción de enemigos… ¡solo futuros aliados! Y que además no hay que clamar al diablo para hacer maldades e indelicadezas, porque para eso tenemos los políticos y están más cerca y son peores que el mismo satanás. ¿Comprenden?