Carentes de ideales, alejados de aquellas religiones sociales o espirituales que una vez abrazaron con pasión en sus vidas políticas y personales, la clase gobernante, y gran parte de la población, hoy solamente se ocupan de prosperar económicamente, del poder, y de superar con dinero las inferioridades ocultas de su personalidad. En el caso del partido que ahora gobierna, es la necesidad de seguir evadiendo la justicia su principal y desesperada motivación. 

Cuando se les ocurre, exhiben un catolicismo mercadológico, y de vez en cuando creen en supersticiones ancestrales de baños de hojas y “Agua de Florida”. En   ocasiones, practican un cristianismo de pose y conveniencia, necesario para aplacar el miedo que provoca el remordimiento de conciencia. Estos hombres, que gobiernan y pretenden gobernar nunca revisaron la doctrina social cristiana, aunque sí violan impenitentes los mandamientos. 

Aquellos que una vez practicaron la religión marxista, la fe comunista, el dogma del paraíso proletario, hoy adoran el “becerro de oro” al igual que cualquier “capitalista salvaje”, y procuran fortunas de la peor manera: robándole a ese pueblo que una vez fue su razón de ser; o al menos eso nos hacían creer. De aquellos izquierdistas del PLD quedan la camisa caqui con cuatro bolsillos, recuerdos revolucionarios, y alguna que otra fotografía manifestándose en la UASD. 

Desnudos de convencimientos trascendentales, ejercen su actividad pública con el único propósito de alimentar las necesidades de su narcisismo y de rellenarse el bolsillo. No importa hacia qué partido miremos, que allí predominan y mandan líderes sin doctrinas, sin programas; sin ideas claras de cómo resolver las necesidades sociales y económicas de este país en indetenible deterioro. Les obsesiona el poder y sus ventajas. Hasta ahí llegan. Lo demás, es un disfraz de papel de estraza para intentar bailar en los salones de palacio.  

Nadie puede identificar el ideal que impulsa, la creencia doctrinaria que motiva, ni los programas específicos y lógicos que proponen esos políticos que quieren llegar a la presidencia. Pero lo que sí está a la vista es esa inclinación atávica de actuar como caudillos, de rodearse de lambones, de acumular riquezas, y de favorecer a los suyos como si fueran parte de una organización criminal.  

Nuestros políticos se convirtieron en hombres de negocio que vislumbran el gobierno como la mejor apuesta para la prosperidad absoluta. Se transformaron en jefes de bandas al margen de la ley, dispuestos a violentarlo todo sin importarles en absoluto las consecuencias sociales o económicos de sus ambiciones y tratativas. Hoy solo asisten al templo de las negociaciones secretas, a las ceremonias de las coimas, y al bautizo de la adjudicación de obras y porcentajes. El contable, el economista especializado en esconder fortunas, y el creador de imagen, son sus asesores principales. 

A quienes anunciábamos estas desgracias de ahora – en gestación desde hace décadas – se nos tildó de aves de mal agüero, pesimistas, distorsionadores, Casandras amargadas, envidiosos, y otras descalificaciones.  Ante la realidad que hoy asusta, agobia, y anuncia peores crisis, puede que ya no intenten ningunearnos, e incluso piensen que tuvimos razón. 

Gobernados por empresarios y resentidos – y nuevos ricos adictos al dinero – no fue difícil vislumbrar y advertir sobre los que se nos venía encima. No podíamos terminar de otra manera, siendo dirigidos por mafias políticas y empresariales carentes de doctrinas y de ideales. “No podía no ser”. 

Es el barco que zozobra cuando el capitán borracho y abrazado de la amante olvida consultar los controles de mando: le sucedió en la mar al capitán de transatlántico Francesco Schettino, mientras pretendía fornicar con la novia y  acercarse  a la costa de la Toscana simultáneamente: destruyó la nave y mató a treinta y dos personas. No llegó al orgasmo y terminó en la cárcel.