“El espíritu humano propende, como he bien sabido, a hacer creer a los demás precisamente aquellas virtudes de que carece.” (Gregorio Marañón)
Nadie con sano juicio y buena voluntad puede negar que yo, Leonel Fernández, negocié parte de nuestros recursos naturales en condiciones ventajosas para nuestra economía, y con un daño prácticamente nulo a nuestro medio ambiente. Como gobernante nunca me aparté en lo más mínimo del interés nacional ni de nuestro ordenamiento jurídico.
Yo, Leonel Fernández, he contribuido más que ningún otro gobernante al fortalecimiento del sistema de partidos en nuestra nación. Solo los mezquinos e innobles serían capaces de no reconocer que me negué, con todo el decoro que siempre me ha caracterizado, a pactar alianzas con las agrupaciones políticas más conservadoras del país, aquellas que encarnan la ominosa herencia herencia trujillista y balaguerista.
Todo dominicano consciente y de buena fe puede testimoniar que nunca usé dinero público para comprar opositores políticos y ganar elecciones, y que por ese mi ejercicio de honestidad a toda prueba siempre recibí el favor del electorado.
Aunque conozco aquella expresión de Ortega y Gasset que señala que “el oficio por excelencia del político es mentir”, siempre les he dicho la verdad a mis conciudadanos
Yo, Leonel Fernández, en mis funciones como jefe de Estado, siempre goberné en permanente conexión con las necesidades de mi país, al cual mejoré sustancialmente sus condiciones materiales y espirituales de existencia.
Yo, Leonel Fernández, fomenté el desarrollo institucional a niveles inusitados en nuestra nación, así también reduje la burocracia estatal a la cantidad exacta de servidores públicos que necesitaba el aparato estatal. Igualmente, disminuí considerablemente los compromisos crediticios del país con los organismos financieros internacionales, y convertí nuestros sistemas de salud y educación en modelo para toda América Latina y el mundo…
Yo, Leonel Fernández, me peleé permanentemente con los poderes fácticos de nuestra nación, siempre que entendía que estos asumían actitudes en detrimento de los sagrados intereses de mi amado pueblo. Por ello hice que se aprobara mi revolucionaria Carta Magna de 2010, la cual constituye una fuente de derechos ciudadanos y un muro de contención contra las insaciables apetencias de grupos políticos, económicos y religiosos.
Aunque conozco aquella expresión de Ortega y Gasset que señala que “el oficio por excelencia del político es mentir”, siempre les he dicho la verdad a mis conciudadanos. Aunque conozco la expresión de Nicolás Maquiavelo en el sentido de que “no es necesario mantener la palabra al menos que no sea una necesidad”, mi pueblo sabe que nunca he asumido tales cínicas consideraciones, y que más bien mis palabras y acciones han ido en la misma dirección del ideario de Duarte, de Martí, de Juan Bosch y de Eugenio María de Hostos.
Yo, Leonel Fernández, cual Buda iluminado, solo quise que sobre mi amada patria se derramara la luz del progreso. Como el bíblico Moisés, solo aspiré a guiar mi nación hacia la tierra prometida, y cual Cristo amoroso conducirla hacia de la prosperidad y la justicia social. Este ha sido mi único y gran pecado, del que nunca me arrepentiré.
Si en vez de exaltarme a la gloria y santificarme como lo merezco por mis buenas acciones e intenciones, deciden hacerme añicos, sepan que mi generoso corazón los perdona y, cual padre amoroso y limpio de corazón, le entrego en vida todo el producto de mis desvelos y sacrificios desinteresados.