Eliminar el impuesto sobre la renta no es una idea nueva. En los textos sobre los tributos aparecen las enjundias de teóricos recurrentes que hablan de ese impuesto como algo demoniaco. Respecto a los tributos cada cierto tiempo aparece alguien como Arquímedes, el más prolifero inventor de la antigüedad, que descubrió los principios de la flotación, que son útiles para la vida política y nunca estar abajo. Así, cualquier día, aparece alguien desnudo saliendo de la bañera, gritando ¡Eureka! ¡Eliminen el impuesto sobre la renta de las personas jurídicas! ¡Descubrimos que no se puede administrar!

En torno a los descubrimientos en el impuesto sobre la renta se dicen muchas cosas. Algunas como las que Louis Eisenstein describió brillantemente en su libro “Las Ideologías de la Imposición”, con el tema de las barreras y frenos. En un tono irónico y con cierto humor negro, describe la tragedia que es para los ricos pagar impuestos. Su pérdida de utilidad o bienestar dejando de beber un scotch con sesenta años de añejamiento por causa de los impuestos es igual a la de un pobre perder un hijo en un hospital lleno de gentes, con escasas camas y sin medicinas por un gasto público exiguo. Por eso con la utilidad no se pueden hacer comparaciones interpersonales ni hablar de la utilidad marginal decreciente. Eisenstein decía que era poco educado hablar sobre esas prestaciones odiosas aportadas para el bien común, como los impuestos, más sabiendo que no se debe dar todo por la patria si el impuesto sobre la renta resulta ser suficientemente alto.

El más grande de los evangelizadores tributarios dominicanos propone eliminar el impuesto sobre la renta de las sociedades. En uno de los sermones tributarios de todos los lunes escribe el mismo tema de hace décadas, al que estamos acostumbrados y el que hemos escuchado y leído siempre en sus oraciones y doctrinas. Escritas antes en el Listín Diario, los días en que los adventistas y judíos descansan. El impuesto sobre la renta si no se puede eliminar debe ser bajo, y bajo es menos de un 10%.

Una parte de esa doctrina fue colocada en el libro, “Economía para todos”, tomo I, cuya autora es hoy una de las rutilantes subdirectoras de la Dirección General de Impuestos Internos. De tal libro Don Rafael Herrera, dijo que amenazando con ser una colección era un libro que “ameniza”. El libro es como un diccionario de concepto económicos, que salió de catecismo económico dominical escrito en ese entonces en las páginas del Listín Diario, a principios de los 90. Un libro que, dado su prospecto propedéutico, viene a ser de divulgación, que con relación a los impuestos tiene el argumento de siempre, las tasas del impuesto sobre la renta ya bajas, deben ser menores, y ahora cito, “para que las personas tengan así un mayor control de sus ingresos y no tengan incentivos para no pagar el mismo, (el impuesto sobre la renta) para así disminuir la evasión.”. El paréntesis es nuestro.

La idea es que la evasión no se elimina cerrando negocios, con penas de prisión, con el terror de caer en manos de un torturador tributario que nos dice que quedaremos quebrados y que también nos va a quitar la mujer, sino que el problema del pago del impuesto, de la evasión en el impuesto sobre la renta, es porque las tasas son muy altas. No importa si la marginal máxima es treinta por ciento (30%) o veintisiete por ciento (27%), su idea es que, si los ricos deben pagar un impuesto sobre la renta, por castigo de Dios, la tasa debe ser un diez por ciento (10%) y proporcional, como un impuesto lineal, igual al diezmo cristiano, tal como se le vendió a dos candidatos a la presidencia de la república que perdieron las elecciones.

La tasa del impuesto sobre la renta debe ser 10%, por el amor que Dios tiene a los ricos, pero la tasa del impuesto sobre las transferencias de bienes industrializados y servicios (ITBIS) puede ser 100% o más, recayendo sobre las formulas para alimentar a los infantes y sobre los plátanos, pues como dijo el Rector, los pobres no beben leche y los plátanos embrutecen.

Independientemente del tono de divulgación del libro arriba citado, y las definiciones de conceptos, Don Rafael Herrera decía, que en el público había un lenguaje paralelo, y como refiriendo a sus autores, remarcaba que en ese lenguaje popular “fondomonetarista” se aplicaba a una formula de estrangulamiento de la economía nacional de un país subdesarrollado. Del mismo modo decía, Don Rafael, que “fondomonetarista” era la persona partidaria de tales abusos, al servicio del imperialismo económico. En el leguaje popular, según Herrera, un “monetarista” era defensor de la prepotencia del dinero y un neoliberal un criminal. Don Rafael Herrera tenia su forma de decir las cosas. En el mismo evento, de puesta en circulación del libro citado, dijo que una mujer de pueblo hablando de un gobernador del Banco Central, que era oriundo del lugar donde ella vivía, decía que fue muy correcto y decente antes de tener un cargo público. Así piensa la gente, por eso los que predican el evangelio liberal de los impuestos bajos sobre los ingresos no cogen cargos.

Cuando se habla de impuestos, economía y todas esas cosas hay que escuchar lo que dice la gente y hay que pensar que la gente puede tener tanta o más razón que aquellos que descubren que los impuestos se evaden porque las tasas son altas. Si las tasas son altas se evaden aun después hacer tanto cosas, como: la trazabilidad, los comprobantes fiscales, cobrar los diez dólares a Villegas y todo el que llega, las clausuras ilegales de establecimientos, las prisiones, todos los programas pilotos etc. Así se llega a la conclusión de que se ha perdido el tiempo, que sólo hay que eliminar el impuesto sobre la renta de las sociedades y bajar la tasa para eliminar la evasión. Eso debe ser triste, después de haber hecho tanto. Es como adquirir bolitas adivinadoras vendidas por un tahúr al por menor y saber lo que son, después de masticarlas, descubriendo o adivinando de que están compuestas.