Si hay algo a lo que finalmente nos hemos acostumbrados es a escuchar sin sonrojarnos cualquier vulgaridad en la radio y la televisión. Y la falta de indignación ante ese atropello al buen gusto se asemeja a la que observamos frente a la basura en nuestras calles y plazas. Ya no nos ofenden los gritos vulgares en los medios, como tampoco los montones de basura que se apelan frente a los hogares. Esa falta de respeto al buen sentido se ha extendido incluso ante los símbolos patrios y a la memoria del patricio Juan Pablo Duarte. Recuerdo como no hubo reacción contra el medio cuando un popular comentarista de la radio llamara a Duarte, “cobarde, “depresivo homosexual, histérico y canalla, carente de carácter y cojones”.
No fue la primera vez que esa clase de abusos verbales se escucharon por la radio, ni será la última, y muchos conductores de programas, que ahora se hacen llamar “comunicadores”, se han hecho populares ganando altos niveles de audiencia, a base de este lenguaje fuera de tono e irrespetuoso, sin que ninguna institución, y ni decir de las direcciones de las emisoras donde se emiten, se haya molestado en pedirles perdón al público y excusarse ante la nación.
Las expresiones atribuidas al comentarista no solo lo retratan y revelan mediocridad y falta de formación hogareña. También exponen en toda su horrible desnudez, el tipo de falso periodismo que se impone en los medios electrónicos con un éxito comercial que alimenta el morbo y promueve el irrespeto a las buenas costumbres y el buen decir. Es esa modalidad de periodismo la que ha hecho usual que cualquiera se permita acusar a quien quiera de ladrón y corrupto sin que nada pase. Ni el patricio ni el presidente se escapan de esa popular y exitosa modalidad de ejercicio periodístico. Basta con escuchar programas de alto rating y espacios de televisión para comprobarlo.