Por las cosas que expresidentes, políticos, jueces y congresistas, han sido procesados en muchos países, en este se les condecoraría. En Europa, influyentes ministros y parlamentarios han sido obligados a dejar sus cargos y a renunciar a sus carreras políticas, por plagiar tesis o hablar mentiras.

Fujimori se muere de vejez en una cárcel por cargos de corrupción, que aquí, da pena decirlo, harían estallar de risa al ministerio público y no recibirían atención destacada en los medios, como a diario podemos sufrirlo, alimentando así un sentimiento de frustración colectiva que en algún momento inevitablemente hará explosión. Adicionalmente, la justicia peruana trata ahora de cobrarle a Fujimori el haber dispuesto el desvío de dinero público para usarse en campañas mediáticas en contra de sus opositores, una práctica antidemocrática y corrupta tan usual en República Dominicana, que ni siquiera se critica y que aceptamos con la misma indiferencia con que hemos aprendido a vivir rodeados de basura, sin que la sociedad le reclame a los alcaldes y regidores, que tanto cuestan, su obligación elemental de recogerla y mantener limpias las calles, plazas y ciudades.

Por eso no tengo dudas de que si las ambiciones que comienzan a enturbiar las aguas del oficialismo no se lo impiden, el expresidente Leonel Fernández, acusado de muchas deshonrosas actuaciones en su presidencia de doce años y librado de toda presente y futura acción por el control que tiene de los estamentos judiciales, será de nuevo candidato y presidente, con escasa oposición en contra. Y lo será también por causa de la división, cada vez más irracional, del único partido con capacidad real para evitar la perpetuación sin límites  de un grupo en el poder, lo que a la postre, como siempre sucede en esos casos, sepultará todo vestigio real de práctica democrática en el país.