Las mujeres cada vez más, tomamos conciencia de los derechos que nos asisten y se abren espacios importantes que impulsan su desarrollo.

Muchos hogares están dirigidos y sostenidos por madres solteras y en las escuelas y universidades somos más las mujeres, y en promedio, nuestras calificaciones son superiores.

Somos las madres de todo el que habita en el planeta tierra y eso representa un poder inconmensurable para incidir en la formación, en los pensamientos y en los sentimientos de todos los seres humanos.

Pero a pesar de lo expresado, de ser la mitad de los habitantes del mundo y formalmente reconocernos iguales en derechos, aún seguimos detrás del telón: somos las menos en las posiciones públicas de dirección; tenemos una carga mayor en nuestros hogares y muchas hacemos doble jornada; nuestros salarios son normalmente menores que los de los hombres en iguales posiciones; en muchas sociedades, a la mujer se le niegan los más elementales derechos y se les juzga como en los tiempos de las cavernas; las sociedades políticas y burocráticas no están acostumbradas a que las mujeres asuman posiciones firmes y transparentes en sus cargos; a pesar de las leyes de cuotas, los partidos colocan a las mujeres en las posiciones con menos posibilidades de ser elegidas; y lo más grave: aún persiste en el imaginario del hombre, que la mujer es un instrumento de su propiedad y que inclusive, puede disponer de su vida en cualquier momento. Recordemos la alta tasa de feminicidios a nivel mundial y sobre todo, en nuestro país.

Por todo lo dicho es necesario que haya un día de la mujer, más que para conmemorar el acontecimiento de que somos mujeres y que tenemos el privilegio de poder parir, para que en ese día hagamos conciencia de nuestros logros y sobre todo para reiterar los que son nuestros desafíos; para derrotar toda forma de discriminación y para seguir avanzando hacia la igualdad.

Es necesario que nos convenzamos de que no habrá sociedad sana y justa, si las mujeres no participamos en la toma de decisiones y en las acciones de nuestros países.

Son dilemas a resolver: cómo congeniar la vida laboral y el servicio público, con la vida familiar, de manera que ni una ni otra resulten afectadas; cómo vencer las trabas y los prejuicios que nos impiden ser parte importante en la decisión y ejecución de las políticas públicas y ¿cómo detener la epidemia de violencia contra la mujer?

En este último punto me permito afirmar que es momento especial para que cada una enfrente sus circunstancias concretas y decida que no será víctima de la violencia verbal, psicológica y física de nuestros convivientes, compañeros, novios, esposos o pareja.

No hay nada en este mundo que pueda justificar que una mujer lleve la cruz de la violencia de su compañero en cualquiera de sus manifestaciones. A esto hay que ponerle freno desde que se visualice por lo menos la intención.

Aprovecho en este día para felicitar a todas las mujeres del mundo, a las dominicanas y en especial a nuestras madres e hijas.