Esta es la continuación del artículo “En defensa del acumulador” que publicamos en este mismo medio. Presentamos a los vecinos Walter y Karl y sus decisiones de compras de mascarillas, batas y otros artículos similares, en el momento que empezaron a salir las noticias sobre el coronavirus.

Karl da poca importancia a las noticias y decide seguir comprar sólo dos o tres unidades en la farmacia cercana. Walter entra en pánico y compra al por mayor para asegurar suministro para sus familiares y relacionados, usando efectivo a mano y liquidando activos financieros.

Los dos tomaron sus decisiones y compraron en total libertad. Viven en un país donde hay propiedad privada y libre comercio, en que nadie le inspecciona el carrito en el supermercado privado.  Los artículos que cada uno incluye en la lista de compra y las cantidades que quiere y puede adquirir están en su control absoluto. No hay interferencia de una autoridad que supervisa si la compra se desvía de lo que un reglamento establece como rangos para el consumo normal de las familias.

La variedad tan abrumadoramente agradable que ve en un Walmart en cada línea de productos es el resultado de la diversidad de preferencias que han indicado respaldar con acciones de compra millones de consumidores. La monotonía de almacenes públicos con pocos productos estandarizados por una burocracia que determina lo que necesitan las familias y hace entregas con libretas de racionamiento, después de hacer cuatro horas en una fila, es la alternativa de eliminar preferencias individuales y libertad de comprar.

Explicamos con auxilio de un gráfico en el artículo anterior, que un cambio en las preferencias de un grupo de personas por querer acumular un producto provoca un nuevo equilibrio en el mercado: la cantidad es mayor, pero a un precio también más alto que pagan todos los consumidores. El precio de equilibrio de un bien es el que pagan todos los que demandaron, sin importar que algunos consumidores estaban dispuestos a pagar un precio mayor.  Karl observa el aumento de precio de las mascarillas en su próxima visita a la farmacia, lo vincula a la acumulación está haciendo su vecino y se incomoda. De regreso al apartamento lo ve entrando más cajas a su apartamento y viene el insulto, mandarlo donde se está imaginando y una maldición llena de sabiduría: “¡Lo que más deseo es que las mascarillas te las tengas que comer con el faláfel!”.

Argumentamos que la maldición es salomónica porque muestra que para toda decisión tomada hoy para estar preparado sobre cosas pensamos van a ocurrir en el futuro, el resultado es incierto. Planes para enfrentar una sequía y llega abundante lluvia. Walter vislumbra un mundo con escasez de mascarillas y termina ridiculizado en memes sobre las mil insólitas maneras en que está usando su enorme inventario.

Como en el futuro puede venir cualquier escenario, no tiene sentido criticar al acumulador y, peor aún, promover que se prohíba o limite la libertad para seguir ese patrón de consumo.  Tampoco reglamentar el uso que le dará a bienes que acumuló de manera legítima, sin vulnerar derechos de terceros, en caso el futuro llega de la manera lúgubre motivó su decisión.  Noten que aquí estaríamos en la situación absurda de estar privatizando la pérdida cuando su pronóstico no se cumple y socializando los beneficios cuando acierta. 

Si las mascarillas no dejan de ser abundantes, vemos a la policía pasar por el frente de la casa de Walter gozando con el meme donde lo presentan junto a mujer voluptuosa modela un bikini le diseñó con mascarillas.  Si terminan siendo escasas y necesarias para el “bien común”, entonces los policías llegan para hacer un perímetro con cintas amarillas y apoyar la confiscación de las cajas por agentes federales.

Lo único que es compatible con una sociedad libre es que el acumulador sea quien asuma las pérdidas y reciba los beneficios de sus decisiones, en completo control sobre el destino final que dará a su inventario de bienes.  Independientemente de si estén o no escasas en el futuro, la decisión es sólo suya sobre qué hacer con sus mascarillas. Podrá reservarlas para el consumo de sus allegados y no sacar nada al mercado; quedarse con un 10% para consumo y el 90% irlas vendiendo en la programación que considere y por cualquier medio en que se pueda poder en contacto con compradores.  Quedarse con un 20%, donar el 50% y vender el 30% o cualquier otra combinación de proporciones que considere. Todo lo que opine un tercero como destino más favorable es, simplemente, una sugerencia no vinculante debe conformarse con un “¡Gracias, la tomaré en cuenta!”.

Esta defensa también es válida si la intención original de Walter fuera diferente a la hormiguita trabajadora de la fábula de Esopo.  Hemos sostenido que su intención era acumular y proteger el consumo de su familia y allegados, porque esa es una que cae simpática. En nada cambia cuando la decisión de acumular es para vender en el futuro a mayores precios. En este caso Walter es un especulador, alguien que toma decisiones financieras hoy para obtener ganancias en el futuro que se van a materializar siempre y cuando las cosas se den como lo piensa hoy.

El especulador, en consecuencia, carga con la misma incertidumbre que el acumulador y provoca efectos similares en el mercado. Con demanda puramente especulativa, sin acumuladores, el impacto en las posiciones de equilibrio es igual: al sumar a la demanda normal la de origen especulativo, la dinámica del mercado libre llevará a una posición de equilibrio con mayor cantidad vendida y producida a un precio más alto.

De nuevo, esta nueva posición no es anatema, es una bendición. Con el coronavirus el especulador estuvo correcto en su predicción de escasez y su demanda adicional fue satisfecha por productores que la acomodaron a un precio mayor. Al producirse ahora un aumento extraordinario de la demanda normal de mascarillas, resulta que el especulador tiene un inventario en su poder que puede inmediatamente poner en el mercado. Entonces, como en toda transacción voluntaria, cuando cierra una venta de mascarillas hay beneficio mutuo: el especulador liquida las unidades con beneficio y todo el que las compra valora más pagar el precio acordado ahora para recibir de inmediato el beneficio de prevenir contagio, que esperar dos o tres semanas lleguen los nuevos pedidos hechos a las fábricas.

Como ven aprovechar el coronavirus para promover confiscación de inventarios tengan acumuladores o especuladores o barbaries similares como las que diariamente se solicitan o se ejecutan en todos los países donde tenemos al Leviatán en esteroides, es transitar “El Camino de la Servidumbre”.  Recomiendo ver en este  video la defensa al especulador por Walter Block, parte de una conferencia que organizó el Partido Libertario de Argentina, explicando su función con el relato bíblico de los siete años de vacas gordas que fueron seguidos de siete de vacas flacas.