Era en los tiempos antes del 9-11, cuando en los aeropuertos se trataba a la gente como a seres humanos y se podía acompañar al viajero hasta la entrada del avión.
En esa época no había perros que parecían humanos vestidos de negro, cuervos con armas largas que intimidan a todo el que les pasa por el lado, ordenando que se quiten los tenis y, de uno negarse, hasta te mientan la madre (¡la de ellos por supuesto!).
Tic-tac tic-tac tic-tac sonaron los taconazos en el pavimento mojado.
– ¡Rufino, la Metáfora!- trinó una voz de pitonisa a mis espaldas.
Cuando lo vi pasar todo encorbatado, envuelto en su nuevo traje Pierre Cardín y con las manos a la espalda, pensé que iba a recibir a algún dignatario de Washington.
Rufino Melo Fernández era un hombre de pelo en pecho, todo él hecho de alambre. Seis pies 3 pulgadas de acero puro. Un cacique de ébano de esos que abundaban en la historia de nuestros pueblos antes de que la Pintá, la Niña (que de niña no tenía nada) y la Santa María (que el Almirante averió en las Canarias para acurrucarse unos días con una amante que tenía allí instalada) vinieran a complicarnos la vida a este lado del charco.
El aeropuerto internacional de Miami, uno de los peores del mundo, inmenso, impersonal, crecido a retazos como una vaca asesinada a plazos, un domingo de cualquier semana a las seis y media de la mañana parece el Yankee Stadium después de la visita del Papa Francisco, un hombre fuera de serie en un mundo absurdo. El eco de sus famosas veinte frases en la ONU todavía se están escuchando. “Un daño al medio ambiente es un daño contra la humanidad”, fue una de sus 20 sus célebres frases.
Como todos los papas, Francisco dijo frases que suenan muy bonitas pero que a la hora de la verdad no significan nada, como hablar de las mujeres y de su función en la Iglesia mientras se les prohíbe el sacerdocio y a los sacerdotes se les continúa castrados, obligándolos al celibato forzado sin ninguna justificación lógica ni bíblica sustentable. Ahí está la raíz de todos los pederastas.
Frases “bonitas” ante realidades contradictorias que mandan madre.
“Cuando un papa viaja, se mueven los billonarios”, dicen que dijo David Rockefeller en su guarida de West Virginia. Muchas sonrisas y muchísimas lágrimas mientras el Papa habla de “una iglesia pobre para los pobres” en un mundo injusto que continúa girando como si nada. Pero continuemos con el otro cuento, con el del otro herrero con cuchillito e’palo, Rufino Melo Fernández.
– ¡Rufino, por tu madre, no te olvides de la Metáfora!- volvió a trinar la voz de pitonisa a mis espaldas. Como el hombre era más conocido que un jeque árabe caminando sobre las aguas de Damasco, los pasajeros se arremolinaban a su lado como si se tratara de Brad Pitt sin Angelina Jolie a su lado.
Tenía una oficina de inmigración con bombos y platillos en la calle Ocho del Sudoeste de Miami, cerca de la Pequeña Habana, desde donde mantenía relaciones especiales con la Migra, que no es lo mismo ni se escribe igual que la Viagra, aunque para muchos sea la misma cosa y no les importa nada. De ahí sus visitas diarias al Centro de Detenciones de la Krome Ave, camino a Homestead, donde mantienen bajo rejas a los pobres indocumentados que atrapan trabajando en las calles de Miami.
– Pase usted, don Rufino- le decían los guardias, creyendo que el hombre venía de parte de sus superiores de Washington. El les sonreía y les obsequiaba puros cubanos que llevaba escondidos como un mago italiano en sus solapas de cuero “Pierre Cardín”.
Solicitudes de trabajo, residencias, ajustes cubanos, formularios de ciudadanía estadounidense, extensiones de estadía en suelo americano, eran coser y cantar para él. Sin ser abogado ni haberse graduado en ninguna parte de nada, se había hecho rico en Miami a base de la argucia de llenar papeles de inmigración y de affidavits. Hasta les conseguía préstamos a sus clientes para que le pagaran sus honorarios, como si se tratara de un nuevo carro Corola o un Honda Accord del año.
– En este país de ciegos el tuerto es rey- era la frase favorita de Rufino Melo Fernández, mientras estrenaba cada dos semanas a una nueva secretaria con la cual desfilaba el siguiente domingo por la Ermita de la Caridad del Cobre, a la orilla del Atlántico, junto al Mercy Hospital de Coconut Grove. Esa era la táctica publicitaria que nunca le fallaba.
– “No todo lo que brilla es oro”- sentenciaba Monseñor Agustín Román desde el púlpito cuando Rufino hacía su entrada triunfal como un pavo real africano, dando la impresión de ser un balsero cubano que se había robado el sueño americano a costa de engañar a los demás, como hacen todos los políticos del mundo.
Pero, como a todo torito le llega siempre su San Martín, a Rufino le llegó su San Fernando a pie el día menos pensado.
Tic-tac…tic-tac…tic-tac… resonaron los tacos femeninos al pasar por el Concourse B.
– ¡Rufino, por tu madre, la Metáfora!-trinó la voz de nuevo a mis espaldas.
La muchedumbre, como en una conga cubana, se paró en seco mientras una dama cuarentona con una niña de diez años a rastras se acercó al mostrador. La pequeña tenía la misma mirada ausente y los mismos rizos de alambre de Rufino Melo Fernández.
– ¡Metáfora, hija mía!- gritó el cacique de ébano mientras la niña corría a incrustarse en sus entrañas como un pájaro herido esculpido en granito en una estatua del Vaticano.
Fue entonces cuando todos caímos en la cuenta que Rufino no podía abrazarla porque tenía las dos manos atadas a la espalda. Hombre y niña se convirtieron de repente en arco y flecha de la misma estatua, como una pincelada de mármol tallada por Michel Ángelo.
“Avianca anuncia la salida de su vuelo 333 con destino a Barranquilla”, se escuchó la voz por los altoparlantes pero nadie se atrevió a arrancar la niña incrustada en el pecho de Rufino Melo Fernández.
Entonces, el oficial de inmigración que lo conducía sacó el telegrama del traje Pierre Cardín de Rufino y leyó la sentencia en voz alta:
“Rufino Melo Fernández, deportado a su país de origen por haber engañado al Servicio de Inmigración estadounidense por 22 largos años”.
El hombre se había hecho millonario llenando papeles de residencia pero jamás llenó los suyos. Cuando al final decidió hacerlo, lo atraparon in fraganti cuando se le ocurrió incluir su nombre en la lista del programa de amnistía anunciado por Barack Hussein Suetoro Obama, quien había sido “indocumentado” en Indonesia durante su infancia.
-Así debieran hacer con todos esos corruptos políticos dominicanos-trinó otra voz a mis espaldas. Cuando me volteé para identificar al personaje no encontré a nadie y hasta el día de hoy he pensado que fui yo mismo el que habló, a pesar de que desde esa fecha ha llovido muchísimo y los políticos corruptos de entonces eran niños de teta comparados a los de ahora.
Tic-tac… tic-tac… tic-tac…tic-tac…el reloj continúa recordándonos que el tiempo no pasa, que los que pasamos somos nosotros, queramos o no queramos y por más frases bonitas y contradictorias que digan los Papas.