En los últimos días, vemos como los dominicanos, de diversos estratos sociales, generacionales y profesionales, comparten un fervoroso sentir: el repudio a la violencia de género. Este tema, el cual no es reciente en nuestra antilla, sigue levantando fuerte polémica entre aquellos que no ven más allá del balcón de sus privilegios. Ciertos sectores de la sociedad dominicana, tanto hombres como mujeres, son de la opinión de que no existe una verdadera igualdad entre géneros. Esta errada y primitiva perspectiva ha dado rienda suelta a que el hombre dominicano se sienta en total derecho de hacer con la mujer lo que le plazca.

Nuestro país se pinta carmesí con la sangre que brota de todas aquellas víctimas que perecen ante las manos de un cruel e injusto asesino. Siendo esta realidad una que retumba constantemente en esta ínsula, me parece importante buscar causales que nos expliquen lo que viene sucediendo en nuestra sociedad. A pesar de no haber levantado una investigación exhaustiva, avalada por una revisión de pares, me viene a la mente, a fuerza de experiencias vividas, un sospechoso que pudiese ser evaluado tanto por mí, como por ustedes, mis lectorxs. A continuación, mencionemos a este vocero del pecado que desde más de dos mil años ha instaurado su punto de vista en todos los aspectos de la sociedad: la religión.

Empiezo aclarando que religión y espiritualidad no son lo mismo. Creer en un ser supremo (Dios, o el que sea), estar en contacto con la espiritualidad del mundo, no es sinónimo de ser practicante de una religión. Es decir, se puede ser total creyente, y al mismo tiempo desafiliarse de las doctrinas de una iglesia o religión. También es importante insertar, a modo de disclaimer que no está en mí, un simple ciudadano del mundo, reprochar, censurar, o condenar el derecho fundamental a la preferencia por un determinado sistema religioso. Soy un gran defensor de la libertad de culto, y por tanto respeto las decisiones de cada uno. No obstante, no deja de preocuparme las líneas de pensamiento que diversas religiones poseen. No porque alguien, un mortal cualquiera, diga que algo proviene de Dios, o el ser supremo, está en lo correcto o es verídico. La historia nos ha demostrado que el ser humano se equivoca, y mucho.

Establecido lo anterior, analizaremos aquí al cristianismo, puesto que es la religión que compete a la realidad dominicana (sin desconocimiento de otras existentes en el plano nacional), y la más extendida en el mundo. El modus operandi de este sospechoso es claro: fortalecer a sus figuras principales, las cuales, como no es sorprendente, son hombres (santos, apóstoles, pontífice, sacerdotes, pastores, etc.). No hay que ser un genio para saber que la jerarquía cristiana, tanto católica como de otras vertientes, está dominada por la masculinidad, e inclusive por el rechazo a otorgar un papel principal a la mujer (véase la negación de la cúpula de la Iglesia Católica del ordenamiento al sacerdocio de mujeres). Es por tanto que la población se encuentra condicionada, indirectamente, a otorgar mayor prelación a la figura del hombre que a la mujer. Si evaluamos el discurso cristiano a través del tiempo, no fallaremos en encontrar múltiples exponentes brindando al público enseñanzas que ensanchan la brecha entre hombres y mujeres. Por tanto, el cristianismo, lamentablemente, ha hecho daños irreparables en sociedades tercermundistas, aún movidas por el fanatismo y la idolatría a las figuras religiosas. Parafraseando a Marx, en algunos aspectos la religión es el opio de los pueblos.

Nuestro país, desde su nacimiento como colonia española, cuenta con un fuerte sentimiento religioso, que ha hecho más mal que bien. Nadamos contra la marea del mar de la igualdad, la tolerancia, y sobre todo, el laicismo. Pensamos que la Biblia, la Iglesia, el predicador y el diezmo son sinónimos de amar a Dios, cuando para amarle, no tenemos que seguir ni creer en ninguno de los antes mencionados. Se supone que Dios nos hizo a todos a su imagen y semejanza, por lo tanto, la mujer y el hombre son iguales, merecen el mismo trato y un balance equitativo en cualquier jerarquía. Nadie pertenece a nadie, por lo que la aberrante mentalidad de que la mujer es un objeto y propiedad del hombre NO es compatible con los designios de Dios y Jesucristo. ¿A caso no somos todos uno solo en Dios? ¿Mujeres y hombres? No lo digo yo, lo dice la Biblia en su Epístola a los gálatas.

Como el ave fénix, nuestra sociedad puede y debe renacer. Tenemos la obligación de borrar siglos de dominación religiosa misógina para dar paso a la espiritualidad pura, bondadosa, e igualitaria. En pleno 2019, ya es hora de empezar a erradicar crímenes tan ilógicos y propios más bien de 1819.

Así que, a modo de conclusión, puedo afirmar que en la República Dominica no existe una verdadera igualdad de género, por lo que es obligación de las nuevas generaciones el luchar por la defensa de la paridad entre la mujer y el hombre, de que el Estado sea totalmente laico, y que se promueva la espiritualidad y el amor a Dios de forma sana. El laicismo acompaña a diversas superpotencias mundiales, donde se vive un clima de igualdad y respeto. Sin más que decir, les exhorto a adoptar lo bueno y dejar atrás la corrupta misoginia religiosa.