El año 2021 empieza a caminar. ¿Qué novedades tenemos, además de los propósitos, los buenos deseos y la espera de la vacuna? Yo tengo una grande: mi equipo y yo nos preparamos para lanzar un nuevo proyecto a principios del próximo mes, que nos ha inspirado a plantear conversaciones reflexivas sobre la conexión que hay entre educación, empleo, movilidad social y desarrollo económico.

Estamos a menos de un mes de lanzar una invitación formal a todo el sector productivo a que abra sus puertas al sistema educativo y a que encuentre valor en ser parte del proceso de formación de los jóvenes de nuestro país.

El plan es sencillo y está muy bien armado: en el país 25,000 jóvenes se gradúan cada año como bachilleres técnicos o de la modalidad de artes de secundaria, y estos, para graduarse necesitan hacer una práctica laboral.

De esto se trata: hemos diseñado una herramienta tecnológica, unos procesos y una marca bajo la cual propiciar la vinculación entre estos jóvenes y el sector empleador de toda la República Dominicana.

Organismos de cooperación internacional y empresas aliadas han donado los fondos y su experticio para que esto suceda y nosotros, unas 50 personas, hemos puesto nuestra experiencia, nuestro talento y nuestra pasión en diseñar todos los componentes para que este proyecto sirva de la mejor manera posible al Ministerio de Educación, a los estudiantes, a las empresas y a la sociedad.

Es tiempo de que, como sociedad, asumamos juntos este reto, nos veamos como un equipo, y entendamos el valor de compartir lo que sabemos, de prestar nuestras empresas al aprendizaje, de atrevernos a enseñar.

Nosotros lo vemos como una chispa poderosísima para impulsar lo que necesita el país y, como todas las cosas muy importantes, tiene obstáculos y oportunidades.

Las barreras son evidentes, no todas las empresas quieren asumir los riesgos que derivan de recibir menores en sus instalaciones, no existen incentivos fiscales para hacerlo, cuesta un montón de esfuerzo insertar un aprendiz dentro de la vorágine productiva de una empresa. Supone, además, gastos operativos que no cumplen con la definición estricta de “inversión” y, sin duda, hay que tener bríos para atreverse a enseñar.

Para descubrir las oportunidades, tenemos que subir unos cuantos escalones que nos permitan ver desde un balcón. Un balcón desde el que se aprecie el conjunto y no solo las partes, desde donde se haga evidente que somos un sistema y que nuestras acciones, por estar interconectadas, repercuten más allá del punto en el que estamos situados.

Es hora de que juntos reconozcamos el valor que deriva para todos de acortar el tiempo en que nuestros jóvenes se alistan para el empleo, que aceptemos que, en cada una de las empresas de nuestro país, hay algo que ellas y ellos necesitan aprender: una forma de hacer las cosas, una manera de conducirse, una visión, un sueño, historias de triunfo, obstáculos superados, lecciones aprendidas.

Eso que le falta por aprender a nuestros estudiantes a punto de salir al mercado laboral, no se enseña en las aulas. La experiencia de pasar del ambiente escolar al ambiente laboral no puede ser simulada ni sustituida. Ese tránsito es siempre una experiencia de aprendizaje que debemos tratar como tal y participar de ella a voluntad y conscientemente.

Es tiempo de que, como sociedad, asumamos juntos este reto, nos veamos como un equipo, y entendamos el valor de compartir lo que sabemos, de prestar nuestras empresas al aprendizaje, de atrevernos a enseñar.

Como empresas pequeñas, medianas, grandes, es tiempo de que abramos las puertas para que los y las jóvenes completen sus procesos de aprendizaje y vean desde dentro cómo nuestros productos y servicios son la suma agregada de la intención de muchos dominicanos y dominicanas. Y con esa energía, con esa fuerza, enfrenten su futuro que es, al fin y al cabo, el futuro del país.

Es tiempo de abrir las puertas “de par en par” para hacer de nuestros lugares de trabajo, la plataforma de despegue desde la que nuestros estudiantes reciban el impulso final para salir a conquistar sus sueños.

Antes de que nos arrope la cotidianidad, ¿qué tal si recordamos nuestros propios sueños?